Fragmento del artículo publicado en 1845 en el Registro Yucateco, periódico literario de Mérida fundado por el Dr. Justo Sierra O´ Reilly y redactado por “una sociedad de amigos” presidida por el ilustre hombre de letras. Tomado de la imagen y evocación de la Egregia Catedral y los Templos Coloniales de Mérida. Ediciones Komera, Mérida Yucatán, México, 1979
Imponente es, por cierto, la vista de esos gigantescos monumentos que cuentan siglos de existencia, siempre fijos en un lugar, siempre destinados a un mismo objeto, siempre silenciosos e impasibles testigos de los acaecimientos que van sucediéndose, viendo aparecer y desaparecer generaciones… las unas en pos de las otras. Y, sin embargo, nuestro pueblo pertenece a la historia moderna: nuestros monumentos son de ayer… y ya volvemos atrás los ojos para contar los días… y llorarlos. ¡Ah! La Catedral, que es nuestro más soberbio monumento, tiene cierto aire de frescura, y uno no sé qué de caduco también. Los sentimientos que existan son solemnes: los recuerdos que ofrece, graves y terribles.
Pensar esas mismas campanas han anunciado alternativamente el nacimiento y la muerte de nuestros padres… que esas campanas algún día elevarán su voz hasta las nubes clamoreando nuestro funeral… el funeral de nuestros hijos… Pensar que esas elevadas torres, descollando con toda su altura sobre los edificios de la ciudad, se han iluminado tantas veces con los primeros resplandores del alba; y luego, venida la noche, han permanecido inmobles, como dos colosales centinelas, en guarda de la población que duerme. Pensar que en esas majestuosas bóvedas han resonado tantos cánticos de alegría, en la jura de nuestros antiguos monarcas y en la posesión de los Obispos y gobernadores; y tantos cánticos fúnebres también… ¡pensar en todo lo que recuerda la Catedral! Si muchos de esos pensamientos son halagüeños y consoladores, también los hay que aterran e inspiran un pavor indefinible.
La catedral nos habla en un lenguaje que tal vez el entendimiento no comprende, pero que lo siente el corazón, y lo siente con extraordinaria vehemencia. La Catedral es el primer objeto que en la infancia ha llamado nuestra atención. La catedral nos sirve de guía sí en los alrededores de la cuidad hemos extraviado el camino, y nos hemos desorientado: las torres o la cúpula nos marca entonces la dirección que hemos de seguir. La Catedral es el punto de contacto entre la religión y la historia de la patria. La Catedral es, en fin, un templo santo en donde adoramos al Excelso.
De manera que la catedral tiene un interés inmenso para nosotros, y no podemos desentendernos de ella en un periódico destinado, casi exclusivamente, a la conservación de nuestra historia particular. Así es que, en obsequio de los suscriptores al “Registro”, hizo la empresa sacar una vista al daguerrotipo de la fachada principal de este edificio, y envió la a litografiar a la Habana, todo a gran costo; pero da por bien empleado el dinero invertido en este objeto, porque la obra salió tan perfecta, como pueden juzgarlo aquellos que hayan visto, aunque fuese una vez sola, el edificio; y porque con ella se da una prueba del empeño que ponemos en la mejora del periódico.
El sumo pontífice León X, que dio su nombre a su siglo, por la bula Sacriapostolatus, datada en 13de octubre de 1519, hizo la erección del obispado de Yucatán, con el título de Carolense, y la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, nombrado de obispo al P. Fr. Julián Garcés. Más como la conquista se extendió por Puebla y México, dejando los españoles la de nuestra península, logró el Emperador Carlos V del Papa Clemente VII, que, al obispo de Yucatán, o Carolense, sele designase otro territorio, que fue el de Tlaxcala o Puebla de los Ángeles. Así es que continuó nombrándose el Obispo de Yucatán en cada caso de vacante; y según el Sr. Cardenal Lorenzana, sin necesidad de nueva bula de erección.
Mas nuestro historiador Cogolludo refiere, y seguramente con mejores datos, que el rey Felipe II, hecha la conquista de Yucatán, recabó nueva bula de erección, y que en efecto otorgó el papa Pio IV el día 16 de diciembre de 1561, dando a la Catedral el título de Sn. Ildefonso, que se varío la primera erección de esta Iglesia. Debía tener los mismos capitulares que la metropolitana de México. Conforme a esta bula; pero se redujo este número, en atención de la corta edad de los diezmos. De manera que, en la actualidad, en vez de veinte y seis, sólo tiene nueve prebendas capitulares, a saber: deán arcediano, chantre, maestre-escuela, magistral o penitenciario alternativamente, dos canónigos y dos racioneros. La dignidad de tesoro se suprimió consignándose la cuota al Santo Oficio de México.
Para el servicio de la Iglesia haya un sacristán mayor, provisto en concurso por oposición, varios sacristanes menores, capellanes de coro, monaguillos y una capilla de músicos y cantores, entre los cuales hay actualmente buenas sobresalientes voces, como la de Dn. Tomás García y otros. Hay además en el Sagrario dos curas, con sus respectivos tenientes; y el culto se tributa a la Majestad del Señor con toda la decencia y brillantez compatible con el estado de pobreza en que ha caído la Catedral, luego que se cesó la obligación civil de pagar los diezmos.
Desde antes de la venida del Sr. Toral primer Obispo que ocupó la silla Catedral, estaba ya marcado el sitio en que había de construirse el edificio; y aun los prelados superiores de la orden franciscana que, por virtud de concesión apostólica, ejercían la jurisdicción eclesiástica, habían comenzado a hacer un cuantioso acopio de materiales para poner manos a la obra. Gravísimas fueron empero las dificultades que ocurrían, no siendo la menor, la de no estar pacificado el país. Por fin en tiempo del señor Montalvo, se hizo venir en España al arquitecto Juan Miguel de Agüero, y se comenzó la obra, que duró doce años; y mientras en la Iglesia de Sn. Juan de Dios se habilitó la Catedral provisionalmente. De aquí la opinión común que hace valer la especie de que San juan de Dios fue la primitiva Catedral de Mérida. No fue así, sin embargo: porque la primera, aunque de pequeñísima apariencia, y de pésima construcción, estuvo erigida en el sitio en que hoy se encuentra el ala derecha del palacio episcopal y la capilla del Señor S. José, según se ha podido rastrear de algunos papeles antiguos; y Agüero hizo demoler el miserable y raquítico que existía, para erigir la espléndida obra que hoy poseemos.
Tuvo un costo muy cerca de trescientos mil pesos, que por tercias partes dieron la real hacienda, los encomenderos de esta provincia y los indios. Mas puede decirse que casi la totalidad de su valor se debe a los últimos, pues aquella suma sólo representa la mano de obra, porque la inmensa cantidad de materiales empleados, se exigió gratuitamente de los indígenas. El Sr. Obispo Izquierdo, y el gobernador D. Diego Fernández de Velasco, trabajaron empeñosamente en la conclusión de la fábrica, que ya iba alargándose demasiado; y aunque no aparece la fecha de la dedicación del templo, se sabe que fue en el año de 1598 por una inscripción que tampoco se ve ya, por las repetidas capas de lechadura y pintura de mal gusto con que se han embadurnado las paredes interiores, pero que debe existir en el anillo de la cúpula.
En la parte oriental del hermoso cuadro que forma la plaza mayor, llamada por excelencia la Plaza Grande, descuella airosamente la Catedral. La fachada tiene ciento cincuenta y tres pies de elevación sobre el nivel del atrio, y ciento cincuenta y cuatro de anchura. Adornan las tres puertas de recia madera, claveteadas de bronce, correspondiente a cada una de las tres naves. Las que aparecen a uno y otro lado, son demasiado pequeñas y sencillas: la del centro es un hermoso pórtico de orden corintio, formado de cuatro columnas cuadrangulares de cantería, istriadas, descansando sobre pedestales proporcionados, coronados de una elegante cornisa y un remate triangular que cierra la obra. En los intercolumnios hay dos buenas estatuas de cantería que representan a los dos apóstoles S. Pedro y S. Pablo, colocadas en nichos bien labrados. Todo el pórtico se contiene en un elegante y vistosísimo arco volado, que se eleva considerablemente sobre el nivel de la bóveda, haciendo juego con las cornisas del primer cuerpo de las dos torres. En el hueco del arco existía un bellísimo escudo de las armas reales, tan perfecto, que cuantos lo veían admiraban la destreza del artífice; pero desapareció este monumento en 1822, cubriéndolo con feísimo emplasto, en que se esculpieron las armas nacionales, primero con el águila coronada, y después ocultando la corona tras una capa de yeso y cal. ¡Quiera Dios que la cosa no pase de allí, y que los hombres, dados más las apariencias que ala realidad de las cosas, no vengan a dar nuevos testimonios de su locura o versatilidad, sobre un monumento de piedra que nadie perjudica ni ofende! El todo de la obra remata en una ancha plataforma, a manera de espacioso corredor, con antepecho de balaustres de cantería, apoyos y cuatro pedestales terminados con macetones tallados. En el centro había mandado colocar el Sr. D. Manuel Rincón un corpulento mástil o palo-asta gigantesco, para enarbolar, en los días clásicos, el pabellón de la república; y también para que sirviera de telégrafo, anunciando la entrada de los buques en Sisal; pero luego que cesó en el mando de las armas aquel general, abandonándose ambas ideas, y fue preciso arrancar de su sitio el colosal mástil, por temor de que se desprendiese y causase alguna desgracia.
Las dos torres tienen bastante gracia y vista; pero el segundo y tercer cuerpo no corresponden al primero, que es en verdad hermosísimo y majestuoso.
Súbase a ellas por una espaciosa escalera espiral de ciento veinte y cuatro peldaños de cantería, practicada en cada uno de los cubos de las dos torres, cuya escalera o caracol desemboca en un salón situado a nivel de la azotea. Otro caracol más estrecho, constante de cincuenta y cinco peldaños, guía al primero y segundo cuerpo. En la torre del norte está el campanario. En los arcos del primer cuerpo hay colocadas tres sonoras campanas, y en el centro la mayor que da un sonido grave y robusto, que suele oírse hasta la distancia de dos lenguas a la redonda, según el estado de la atmósfera. No he podido averiguar su peso a punto fijo, aunque si he de juzgar por comparación con algunas que he visto en otros campanarios, puede pesar de noventa y cinco a cien quintales. En los cuatro arcos del segundo cuerpo hay cuatro tremendos esquilones de muy buenas voces, a excepción del que está situado al poniente y llaman esquila de los hermanos, que tiene un sonido ronco y desapacible. Súbase al tercer cuerpo por una escalera de mano en tal mal estado, que no deja de ser peligrosa la tentativa de subir a ese cuerpo, en que se halla situada la matraca, que sirve cuando en los solemnes días de la Semana Mayor, cesa el uso de las campanas por el luto de la Iglesia en la muerte del Salvador. Por el arco del sur de este primer cuerpo, hay un pasillo balaustrado que lleva a la escalinata de la plataforma del centro, a cuya meseta superior se sube por cuarenta y cuatro escalones también de cantería. Desciéndase de allí a la torre del sur caminando por un pasillo igual en todo al primero. En el primer cuerpo está la máquina del reloj, que tiene en el segundo dos campanas sonoras y de muy buenas voces. Sirve la una para los cuartos, y la mayor para las horas. Constrúyase en Londres esta ingeniosa máquina el año 1731, y colocándose poco tiempo después en lugar de otro reloj viejo y maltratado del rayo, que allí existía. No hace mucho que se limpió la carátula, que nates era un horrible y siniestro manchón, que hacía recordar aquellos versos de zorrilla:
“¡Tremenda cosa es pasado Oír entre el ronco viento Cuál se despliega violento Desde un negro capitel El son triste y compasado del reló que da una hora en la campana sonora Que está colgada sobre él!”
Además de las tres puertas del frente, hay otras dos de muy buenas proporciones. La del norte, que da a la calle de S. Juan de Dios, y la del sur, a un descubierto pasadizo del atrio (cerrado en su extremo occidental por otra puerta que se ve al pie de la torre del reloj), y lleva al palacio episcopal. Por cualquiera de estas cinco puertas que se entre, el espectador no podrá menos que sentirse poseído de un profundo sentimiento de respeto y reverencia, porque se encontrará en un edificio majestuoso y de noble y maciza construcción. Para experimentar este sentimiento, no es preciso ser católico: basta ser hombre, y saber que debe tributarse a Dios un culto público, y que tal es el destino de esa obra arquitectural. Mi respetable amigo Mr. Thompson, sacerdote anglicano; inclinóse al entrar a la Catedral, y elevo al cielo una plegaria llena de religiosidad y filantropía. Sin embargo, a Mr. Norman, el especulador viajero, solo llamo la atención del retrato del Sr. Obispo Matos, porque de él se refiere un cuento gastronómico, y la efigie del Señor de las Ampollas, para ridiculizar la venerada tradición que existe acerca de su milagrosa conservación.
Tiene a lo largo el claro de la Catedral doscientos treinta y un pies, de oriente a poniente; y de ancho ciento diez, de norte a sur. Soportan la nave central, diez y seis enormes columnas de orden dórico, de las cuales cuatro están embebidas en los muros, y doce aparecen en todas sus dimensiones gigantescas. La base de cada columna es de treinta y tres pies de circunferencia, lo mismo que los capiteles. El fuste es de treinta y seis pies de elevación, y ocho de diámetro. Los arquitrabes son de cinco pies, los frisos de dos, y los cornisamentos de tres. Sobre ellos arrancan los arcos, formando en todos veinte y un claros, que hacen siete naves de norte a sur, cerradas con bóvedas de muy vistosa laceria y esplendidos artesones de piedra labrada con primor.
Las bóvedas que forman las naves laterales son sencillas, a excepción de las del crucero, que también son artesonadas, y descansan sobre las columnas del centro, y otras diez y seis y medio embebidas en los muros. Corona el edifico un soberbio domo circular, que se levanta sobre ambas pechinas de labor correspondiente a las columnas, y cubiertas en relieves. Las paredes del domo están adornadas de variedad de artesones y moldaduras, que van estrechándose hasta la linterna obrada con columnas y cornisas cerradas de bóveda. Sobre el anillo de la cúpula, y dentro de la primera línea de artesones, hay diez y seis luces semicirculares, y cuatro de la misma forma, en la linterna. En el resto del edificio, están distribuidas otras veintitrés luces de diversas figuras, mas o menos elegantes. La parte exterior de todo cimborio se encuentra decorado con varios machones tallados y cuatro arbotantes de cantería que destacan de los machones a la linterna, presentado en todo una vista agradable e imponente.
HISTORY OF THE CATHEDRAL
Part of an article published in 1845 in the Registro Yucateco, a Merida literary journal founded by Dr. Justo Sierra O’Reilly and edited by ¨a society of friends¨ presided over by this illustrious man of letters. Taken from Image and Evocation of the Distinguished Cathedral and the Colonial Churches of Mérida, Ediciones Komera, Mérida, Yucatán, 1979.
Impressive indeed, is the sight of those vast monuments, centuries old, ever fixed in place, ever destined to the same purpose, ever silent and impassive witnesses to the succession of events, seeing generations appear and disappear…one in pursuit of the next. And yet our country belongs to modern history: Our monuments are from yesterday…and we look back to count the days…and to weep over them. Ah! The Cathedral, our grandest monument, has a certain air of freshness, yet it is somehow dated too. Whatever feelings exist are solemn: the memories which it gives us are grave and terrible.
To think that those same bells have announced both the birth and the death of our parents… our grandparents… our great-grandparents… that those bells will one day raise their voices to the clouds to toll at our funeral… our children´s funeral… To think that those high towers, standing tall over the buildings of the city, have so often been lit by the first glow of dawn; and then, when night has fallen, have remained immobile, like two colossal sentinels keeping watch over the sleeping population. To think that in those majestic vaults have resonated so many hymns of joy, in the pledges of allegiance to our ancient monarchs and in the taking up of office by Bishops and Governors; and so many funeral dirges too… To think of everything that the Cathedral brings to mind! If many of these thoughts are flattering and consoling, there are also those that terrify and inspire an indefinable fear.
The Cathedral speaks to us in a language which perhaps the mind cannot comprehend, but which the heart feels, and feels with extraordinary passion. The cathedral is the first object that drew our attention in infancy. The Cathedral is our guide should we lose our way on the outskirts of the city and become disorientated: the towers or the dome will indicate the way to go. The Cathedral is the point of contact between religion and our national history. The Cathedral is finally a holy temple where we worship the Most HIgh.
The Cathedral is thus of immense interest to us, and we cannot ignore it in a journal destined almost exclusively to the preservation of our local history. So, as a gift to the Registro´s subscribers, the company had a daguerreotype made of the main façade of this building, and sent it to be lithographed in Havana, all at great expense. However, we consider the money invested in this project well spent, because the result came out so perfectly, as those who have seen the building, if only once, can judge; and because it evidences the efforts we make towards the improvement of the journal.
Pope Leo X, who gave his name to his century, in the bull Sacri apostolatus, dated 13th of October 1519, instituted the bishopric of Yucatán. He gave it to the epithet of Caroline and dedicated it to Our Lady of the Remedies, naming Father Julián Garcés as bishop. However, since the conquest was concentrated in Puebla and Mexico, and the Spanish were leaving the submission of our peninsula for later, the Emperor Charles V persuaded Pope Clement VII that the Caroline Bishop of Yucatán should be assigned a different territory, that of Tlaxcala or Puebla de los Ángeles. So a Bishop of Yucatán continued to be appointed each time the see became vacant, without the need for further bulls of establishment, according to Cardinal Lorenzana.
However, our chronicler Cogolludo, assuredly better informed, notes that King Philip II requested a second bull of establishment, which was indeed granted him by Pope Pius IV on the 16th of December 1561, giving the Cathedral the name of St. Ildefonso, and thus changing the original nomenclature. According to this bull, it was to have the same number of chapter members as the metropolitan chapter of Mexico; but the number was reduced due to the novelty of tithes. Thus there are now only nine chapter prebends, instead of twenty-seven: archdeacon, precentor, doctrine teacher, magisterial or confessor, alternately, two canons and two prebendaries. The office of treasury was abolished and the dues assigned to the Inquisition on Mexico.
For services in the Church there is a high sacristan, chosen by public examination, several minor sacristans, choir chaplains, altar boys and a choir of musicians and singers, among whom there are at present some excellent and outstanding voices, such as Tomás García, among others. In the Sacrarium there are also two priests, with their respective assistants, and mass is offered to the Majesty of the Lord with all the decency and brilliance compatible with the state of poverty into which the Cathedral has fallen since the ending of the civil obligation to pay tithes.
Since before the arrival of the Rev. Toral, first bishop to occupy the Cathedral throne, the site on which the building was to be constructed had already been marked out; and even the senior prelates of the Franciscan order, who held ecclesiastical jurisdiction by apostolic concession, had begun making a considerable collection of material with which to get to work. There were, however, serious problems, not the least of which was that the country had not been pacified. Finally, in the time of the Rev. Montalvo, the architect Juan Miguel de Agüero was brought from Spain; the work was begun which was to last twelve years. Meanwhile, the Church of St. John of God was provisionally set up as the Cathedral. This has led to the common opinion that claims St. John of God was the original Cathedral of Mérida. It was not, however, for the first, although extremely small in size and extremely badly built, was erected on the site of what is now the right wing of the Episcopal Palace and the Chapel of St. Joseph, as has been discovered from some old documents. Agüero had the miserably inadequate existing building demolished, in order to erect the splendid creation we possess today.
It cost nearly three hundred thousand pesos, a third of which was provided by the royal treasury, by the encomenderos of this province, and by the Indians. However it might be said that almost the entire expense was borne by these last, since the above mentioned sum only represents labor costs, because the huge quantity of material used was exacted without payment from the natives. The Rev. Bishop Izquierdo and the Governor Diego Fernández de Velasco worked diligently on finishing the construction, which was dragging on too long; and although the date on which the Church was dedicated does not appear, we know it was in 1598, from an inscription which is also now invisible, due to the successive layers of whitewash and paint that have been daubed in bad taste over the interior walls, but which should exist inside the ring of the cupola.
The Cathedral stands out proudly on the eastern side of that beautiful quadrangle formed by the main square, aptly named the Great Square. The façade rises one hundred and fifty-three feet above the level of the atrium, and is one hundred and fifty-four feet wide. It is adorned by three portals of solid wood, studded with bronze, which correspond to the three naves. Those at the sides are too small and simple; the central door is a beautiful Corinthian portal, formed by four fluted square stone columns which rest on well-proportioned pedestals and are crowned by an elegant cornice and a triangular coping above. Between the columns are two fine stone statues representing the apostles Sts. Peter and Paul, placed in nicely carved niches. The whole portal is contained within an elegant and highly attractive arch which extends a good way above the level of the vault, matching the cornices along the first stage of the two towers. Within the arch there was a beautiful royal coat of arms, so perfectly made that all who see it admire the craftsman´s skill; but this monument disappeared in 1822, covered in an extremely ugly patch on which were carved the national arms, at first with a crowned eagle, although later the crown was hidden under a layer of plaster and lime. God forbid it should go any further, and men, more interested in appearances than realities, should leave more evidence of their madness or versatility on a stone monument that neither hurts nor offends anyone! The whole edifice is topped by a platform, like a spacious walkway, with a parapet of stone balustrades, supports and four pedestals with carved urns. In the center Mr. Manuel Rincón had a thick mast or giant flagpole placed, on which to raise the flag of the Republic on holidays; and also to serve as a telegraph, announcing the arrival of ships at Sisal. However, both ideas were abandoned when this general left his command, and the huge mast had to be pulled out, for fear that it might fall and cause an accident.
The two towers are graceful and attractive, but the second and third levels do not match the first, which is truly beautiful and majestic.
Access to them is by means of a wide spiral staircase of one hundred and twenty-four stone steps built in the hollow of each tower.
The spiral staircase leads to a room at roof-level. Another, narrower, spiral staircase, comprising fifty-five steps, takes one up to the second and third levels. In the north tower is the belfry. In the arches of the first level are placed three resounding bells; the largest is in the centre, giving a deep, full sound which can be heard up to two leagues away, depending on the weather. It has not been possible to ascertain its exact weight, although comparing it with some I have seen in other bell-towers, it might be ninety-five to one hundred quintals [Translator´s note: one quintal = 100 lbs]. In the four arches of the second level there are four tremendous bells with very pleasant sounds, except the one to the east, called the brothers´ bell, which sounds harsh and dissonant. The third level is reached by a ladder in such bad state of repair that it makes the ascent to this third level rather dangerous. Here is the rattle which is used during the solemn days of Holy Week, when the church goes into mourning and the use of bells is halted for the death of Our Saviour.
From the southern arch of this first level there is a balustraded walkway leading to the flight of steps up to the central platform, the top of which is reached by forty-four stairs, also of stone. From there, one can descend to the south tower along a walkway identical in all respects to the first. In the first level is the clock mechanism, which has two resounding well-pitched bells in the second level. One is for the quarter hours, and the larger one for the hours. This ingenious machine was built in London in 1731, and was installed shortly afterwards in place of a previously existing old clock which had been damaged by lightning. The face was cleaned recently, having previously been horribly stained, reminding one of those lines by Zorrilla:
How tremendous it is, passing by,
To hear within the harsh wind
That rushes violently,
From a dark capital
The sad, measured sound
Of a clock that strikes the hour
On the resounding bell
That hangs above it!
Besides the three doorways at the front, there are another of two of fine proportions. The northern one, which gives onto the street of St. John of God, and the southern one, which opens onto an open corridor from the atrium (closed at the far western end by another door which can be seen at the foot of the clock tower), and leads to the Episcopal Palace. By whichever of these doors he enters, the spectator can not but be overcome by a feeling of deep respect and awe, for he will find himself in a majestic building of noble and solid construction. It is not necessary to be Catholic to experience this feeling, merely to be human and to know that God is due to worship in a public Mass, and that such is the purpose of this work of architecture. My respected friend Mr. Thompson, an Anglican priest, bowed on entering the Cathedral, and offered up a prayer full of religiosity and philanthropy. On the other hand, Mr. NOrman, the travelling speculator, was only interested by the portrait of Bishop Matos, as there is a gastronomic anecdote told about him; and in the effigy of Christ of the Blisters, in order to ridicule the venerable tradition surrounding its miraculous preservation.
The interior of the Cathedral is two hundred and thirty-one feet long, from east to west, and one hundred and ten feet wide, from north to south. Sixteen enormous Doric pillars support the central nave, of which four are embedded in the walls, and twelve appear in all their gigantic dimensions. The base of each pillar is thirty-three feet in circumference, the same as the capitals. The shaft is thirty-six feet high and eight in diameter. The architraves are five feet, with two-foot friezes and three-foot cornices. From them spring the arches, from north to south, closed with vaults of very attractive tracery and splendid mouldings of prime carved stone.
The vaults which form the lateral naves are simple, except at the transept where they are also moulded, and rest on the center columns and a further sixteen embedded in the walls. The edifice is crowned by a superb circular dome which rises from two supporting shells of similar construction to the columns, covered in reliefs. The sides of the dome are adorned with a variety of mouldings and plasterwork which reach up to the lantern, worked with columns and a closed vaulted cornice. On the ring of the cupola, and within the first row of mouldings, there are sixteen semi-circular skylights, and four similar ones in the lantern. Another twenty-three windows, more or less elegant, are distributed throughout the rest of the building. The external part of the dome is decorated with several carved buttresses and four stone flying buttresses which stand out from the lantern buttresses, creating withal a pleasant and imposing sight.