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Jinetes del cielo maya

Dioses y diosas de la lluvia

Jinetes del cielo maya, dioses y diosas de la lluvia

Precipitación pluvial en Xocén, suelos y los Cháako’ób

Antes de adentrarnos en la temática del libro, es necesario ofrecer información sobre las características del régimen pluvial, ya que la existencia de los dioses de la lluvia y la importancia de los trabajos que realizan se basan en tales características, por lo que comprenderlas es requisito para entender la forma y el contenido de la cultura religiosa asociada a la lluvia. En el apartado también nos referiremos brevemente a las características de los suelos yucatecos. La combinación de ambos factores ha constituido una limitante ecológica para el desarrollo de sistemas de producción agrícola no tradicionales en la zona fisiográfica denominada por Isphording (1975) Planicie Norte.

En todas las culturas mesoamericanas existieron dioses de la lluvia encargados de regar las milpas de los campesinos. Tenían diferentes nombres, como Tlaloc, en el altiplano. Tajín, en la costa del Golfo y Cocijo, en Oaxaca. Sin embargo, la significación y los atributos son muy semejantes. Mesoamérica, a pesar de ser un territorio con una gran diversidad ecológica, tiene en común la presencia de un régimen pluvial altamente variable, que da por resultado una gran incertidumbre en torno a la lluvia, pues no se sabe cuándo lloverá, en dónde y cuánto. Por eso, la presencia de dioses de la lluvia es un denominador común poderoso en esta zona cultural.

Cuántos de estos dioses quedan o son venerados en las diferentes comunidades agrarias de México no es objeto de discusión del presente estudio, pero es evidente que en áreas donde la agricultura tradicional ha sido remplazada por un sistema de agricultura especializado, orientado al mercado y produciendo con tecnología moderna e irrigación, los viejos dioses de la lluvia viven, si acaso, como recuerdo del pasado, aunque a veces aun en ese contexto pueden ser conservados, como es el caso del sur de Yucatán. En otras áreas, los dioses de la lluvia fueron sustituidos por San Isidro Labrador, patrono de los agricultores, quien se encarga de que la lluvia caiga en su día, que es el 15 de mayo.

En la planicie norte de la península de Yucatán, donde se ubica Xocén, el terreno donde se practica la agricultura es tan pedregoso que ha sido imposible introducir una agricultura topográfica, de tipo europeo, con uso de maquinaria. Ni siquiera el arado pudo penetrar el suelo yucateco. Otra limitante ha sido el sustrato yucateco de origen marino, que resulta en suelos calcimórficos, conformados básicamente por carbonato de calcio (CaCo3), con una gran permeabilidad que no favorece la existencia de aguas superficiales, ni ríos (Duch, 1988).

En dicha región fisiográfica, aún se emplea el sistema agrícola milenario de milpa bajo roza-tumba-quema. La agricultura milpera de los mayas ha sido considerada primitiva e ineficiente por muchos, a pesar de que fue la base de la civilización maya, al menos en las llamadas Tierras Bajas, que es donde se alcanzó el máximo desarrollo de dicha cultura. En las Tierras Bajas del sur, quizás los camellones, las terrazas y otros sistemas tuvieron un papel relevante durante el periodo clásico, pero la milpa nunca dejó de practicarse y de ser la columna vertebral de la producción agrícola campesina (Steggerda, 1941; Hernández, 1959; Terán y Rasmussen, 1994; Harrison, 2000).

Los primeros conquistadores de Yucatán consideraron escasas las posibilidades de extraer algún provecho en las áreas conquistadas mediante métodos europeos de cultivo. Con ese argumento, solicitaron reducciones en los impuestos que tenían que pagar a la Corona española. Ante las limitantes ecológicas, aunadas a la falta de visión e iniciativa de los conquistadores de estas piedras, dependieron de la agricultura supuestamente “primitiva” de los mayas. No fue sino hasta fines del siglo XIX que los dzulo’ob(1), con los ingresos por la venta de henequén, pudieron importar granos de otros partes. Antes de ese momento, su supervivencia dependió de la agricultura tradicional maya.

La permanencia de la milpa bajo roza, tumba y quema, en manos de los campesinos, también aseguró el trabajo que los dioses de la lluvia venían desempeñando fiel y eficazmente durante siglos.

La parte norte de Yucatán es una región donde la precipitación media anual (983 mm) es teóricamente suficiente para garantizar la agricultura. Sin embargo, la aleatoriedad tan alta del régimen pluvial, una característica del clima (Contreras, 1959), hace que no siempre llueva lo suficiente ni en el momento necesario ni en todas las milpas. En los años que vivimos en Xocén, vimos temporadas de lluvia que varían mucho del promedio, calculado en un periodo de varios años.

Aunque la precipitación media anual es de 1,171 mm, de los 43 años que componen nuestro registro (1948-1990), casi la mitad de años —21 años— tuvo menor precipitación que el promedio. De ellos, 12 años, 28% de nuestro universo, tuvo menos de 1,000 mm. Si además tomamos las cantidades extremas —745 mm en 1970 y 1884 mm en 1952—, la variación es de hasta 1,139 mm.

Estos datos dejan ver una considerable variación en el monto anual de lluvia. Sin embargo, si observamos la gráfica de este fenómeno, resulta interesante la relativa ciclicidad del aumento y descenso de la cantidad anual de lluvias (Terán y Rasmussen: 1994: 127). No solamente hay gran variación de año en año, en relación con el promedio de precipitación, también la hay sobre el promedio de cada mes.
En 1989, cuando vivimos en Xocén, pudimos registrar una aguda falta de lluvia, justamente en los meses más críticos para los cultivos, después de la siembra. A continuación anotamos para 1989 la cantidad en mm de lluvia por mes (los números entre paréntesis indican el promedio de cada mes, elaborado en base con base en el registro del periodo 1998-1990).
Abril:   125 mm (50)
Mayo:   26 mm (109)
Junio:  16 mm (151)
Julio:   117 mm (157)
Agosto: 125 mm (170)
Este mismo año cayó abundante lluvia en el mes de abril, considerado generalmente un mes de sequía. Eso animó a varios milperos a sembrar. El resultado fue la pérdida de sus sembrados, debido a la sequía de los siguientes meses. Otros milperos no pudieron sembrar sino hasta los meses de julio-agosto. Por el retraso, tampoco lograron buenas cosechas.
Los campesinos interpretan la variación del régimen pluvial como efecto de la voluntad divina. Dudan de las explicaciones científicas, porque piensan que si así fuese, habría mayor regularidad en los acontecimientos y que la irregularidad es resultado de eventos provocados por una voluntad, como lo refleja el siguiente comentario:
Si la lluvia viene del mar, como dicen los libros, ¿por qué, entonces hubo sequía? No, maestra, eso viene por órdenes. Además, si la lluvia viene del mar, llovería parejo. Pero no. A veces llueve allá, pero acá no. A veces llueve acá. Como te digo, eso es por órdenes (LIN). (Terán y Rasmussen, 1994:133)
Esta idea se refuerza ante la imposibilidad de controlar el agua por algún medio, como pueden ser obras de irrigación. El resultado es una fuerte dependencia de la lluvia para obtener cosechas.
Ante esta incertidumbre generada por el régimen pluvial aleatorio y la permeabilidad del suelo calizo, se puede afirmar, para seguir la lógica de los campesinos milperos, que no les queda otra opción que establecer una buena y respetuosa relación con los entes que proveen el líquido indispensable. Existe la idea desde tiempos antiguos de que quien, en última instancia, aprueba o no que llueva es la autoridad suprema —que en la antigüedad era Itzam Nah y ahora es Dios Padre—. Y que ello depende de su decisión de perdonar, en cada ciclo agrícola en cuestión, a los hombres, pecadores por naturaleza. Si los perdona, lloverá y si no, pues no habrá lluvia y hay que conformarse y seguir luchando, año con año, por el perdón divino. Esta idea, que parece muy cristiana, por la presencia del pecado, es precristiana. Landa da fe de ello (Landa, 1982:47, 48, 62). Esto refuerza nuestra idea de que el régimen pluvial aleatorio por sí mismo no sólo es la base de las prácticas agrícolas que ya describimos detalladamente en La milpa de los mayas (Terán y Rasmussen, 1994), sino también el fundamento de las creencias religiosas en torno de la lluvia, que es el tema de este libro.
Las condiciones climáticas particulares explican la abundancia de figuras Cháak en los templos mayas —cuyo ejemplo más emblemático es quizás el Codz Poop de Kabah (Gendrop, 1983) con más de 400 mascarones del dios B—, así como su sobrevivencia en las comunidades actuales. Los Cháako’ob son los únicos que pueden traer el agua, ya que el riego no es accesible, por eso los campesinos piden en sus ceremonias a los dioses que rieguen y les dan las gracias cuando el agua da como resultado una buena cosecha.
Después de la Conquista, los dioses de los antiguos mayas, que estuvieron en la cúspide de la pirámide, desparecieron para dar su lugar a los dioses de los dzulo’ob. Desde ese tiempo, los dioses Cháako’ob tuvieron que obedecer al dios blanco (así como los milperos pasaron a obedecer a las autoridades españolas y a los encomenderos) y compartir con él y con los santos católicos, la mesa y la comida. El arcángel San Miguel fue su nuevo jefe inmediato, en sustitución, tal vez, del famoso dios K de Schellas o de Kukulcán, como dicen en Xocén (ver apartado sobre San Miguel Arcángel en este libro). Y la Virgen Verónica (que tal vez sea la misma que la diosa o virgen Muxuun Kaab’ o la virgen Ko’olebil Kánlé Oox Munial) trajo con su manto las nubes sobre el cielo. Pero no fue muy diferente de los viejos tiempos, donde los Cháako’ob también tenían que obedecer las órdenes de Itzam Nah e Ixchel o Ix Kaab’ y compartir mesa y comida con ellos. Con los viejos o nuevos patrones, los Cháako’ob fueron los que tuvieron que hacer el trabajo pesado, buscar con sus calabazos el agua en los cenotes subterráneos, y cabalgar sobre el cielo, regar las milpas de los fieles campesinos que habían rogado y entregado su ofrenda en la ceremonia del Ch’a Cháak.

 


1. Dzul es la palabra maya que significa ‘caballero’ y que se usa para designar a los ‘blancos’, dzulo’ob es el plural.

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