El trabajo por el que fui contratado en el INAH en realidad no era muy abrumador, por lo que tenía tiempo para seguir mis propios proyectos.
Cuando llegamos a Yucatán en 1980, vivimos dos años en Mérida. Para descubrir y conocer la ciudad empecé a sacar fotos de calles, casas, rejas, gentes, letreros, de todo. De regreso de nuevo a Mérida y ya trabajando en el INAH continué con estas exploraciones. Convencí al nuevo director del Centro Regional, José Luis Sierra, de armar una exposición, como un retrato de la ciudad, llamada Mérida en blanco y negro. Escogí ese título porque eran fotos en blanco y negro, y también por el color blanco que aludía a lo positivo de la “Ciudad Blanca” como suelen llamarla, y el negro, a la otra cara de la ciudad en la que evidentemente no todo es “blanco”.
El cartel para la exposición era el retrato de un trabajador de un fundición, con un cigarro blanco en la boca, mientras toma un descanso en el taller negro de humo y hollín. Supuestamente la exposición sería inaugurada por el entonces alcalde de Mérida, Guido Espadas, en el vestíbulo del Teatro José Peón Contreras. No obstante, como él solamente quería ver el lado blanco de la ciudad, el cartel no sólo lo hizo abstenerse de inaugurarla, sino incluso pretendió censurar la exposición, aunque, afortunadamente, no llegó a tanto. En eso me apoyó incondicionalmente José Luis Sierra. ¡Gracias José Luis! Gracias, porque en el Centro Regional pertenecíamos erróneamente a bandos opuestos, y no siempre suele respetarse a los del grupo contrario.
La exposición tuvo mucho éxito por el tema y por lo accesible que le resultaba a la gente entrar directamente desde la calle. Luego fue presentada en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), y después en el Museo de Culturas Populares, en Coyoacán, Distrito Federal.
En 1985, llevé desde Mérida en una Combi VW a mi pequeña hija Elvira, junto con toda la exposición, hasta Austin, Texas, donde ésta fue presentada en los pasillos de la biblioteca de la Benson Latin American Collection.
La Combi pertenecía al historiador Miguel A. Bretos, con quien había trabajado en un proyecto sobres las iglesias de Yucatán. Él tenía que regresar apresuradamente y yo le prometí llevarle la Combi hasta Miami. Era un viaje muy largo, pero me convenía para poder llevar la exposición a Austin.
De Austin seguimos hasta New Orleans, donde fuimos recibidos por el director de la biblioteca de la Universidad de Tulane, Thomas Neuhause. Él aceptó presentar la exposición en el año siguiente. Sobre todo mi hija Elvira debe tener recuerdos agradables de Thomas, porque en una, para ella, aburrida reunión, Thomas se le acercó y la divirtió por más de una hora con un cuento de su invención, cuyo personaje principal fue el elevador Otis, en referencia al nombre de esa mundialmente conocida marca de elevadores.
Tiempo después me enteré de que Thomas había dejado el trabajo de la universidad para dedicarse a predicar la historia como pastor de una iglesia presbiteriana. O sea, ¡cuando Dios te llama, tienes que seguir su llamado!
Mi viaje por más de dos meses con mi hija Elvira fue una de las experiencias de la vida color de rosa. Ella dormía en una litera que se bajaba del techo de la Combi y yo en una cama plegable en la parte trasera del coche. ¿Y de comer? Como los dos somos golosos, lo que más nos gusta recordar son los enormes botes de helados de todos los sabores que había en los grandes supermercados de “Gringolandia”. Y como los que comprábamos no los podíamos guardar, ni modo, teníamos que acabarlos.