Para llegar al puerto por carretera se tenía que pasar sobre incontables durmientes de los rieles del tren en el que se exportaba la madera. Se sentían como topes que nunca se terminaron de hacer.
Cuando llegué a Yucatán para trabajar en un proyecto de artesanías y de formación de promotores culturales mayas descubrimos un verdadero paraíso: el puerto de El Cuyo. Y todavía lo es en 2022, a pesar de los esfuerzos de algunos inversionistas de convertirlo en un gran centro turístico. En marzo de 2022 la gente del pueblo paró la construcción de un megahotel, argumentando que “no queremos convertir el pueblo en un Tulum o Holbox, con toda su violencia, drogas y contaminación”.
En 1979 todavía no había puerto y la incipiente pesca se realizaba en barquitos de madera, que se salvaguardaban en la playa cada vez que entraba un norte. En un principio tomé sistemáticamente fotos de la vida cotidiana en el pueblo, que se destinaron a una exposición sobre la pesca en el estado de Yucatán. Ahora llego a El Cuyo para “relajarme”, como dicen.
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Si el tema de mi libro es el retrato, ¿por qué no introducir al fotógrafo con su
retrato? Evidentemente no de su autoría.
No sé quién tomó la foto, seguramente una de las muchachas que tenía un mano firme para manejar una pesada cámara. Me captó como jeque rodeado de de jóvenes en la escuela primaria del puerto pesquero de El Cuyo. (Fíjjanse, ¡Ni un niña o niña gordo!)
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Cuando en el noreste de Yucatán se acabaron los bosques en las décadas de 1950 y 1960 y la gente de El Cuyo perdió su trabajo en el transporte de madera surgió la pesca ribereña. En un principio se efectuaba con barquitos de madera, amarrados al viejo muelle, ahora en completa ruina. Cuando los nortes amenazaban, los botes se resguardaban en la playa. En 1979 empezó la construcción de una dársena, y poco a poco los barcos de madera se sustituyeron por botes ligeros de PVC, con motores fuera de borda. Los pescadores se organizaron en una cooperativa. Aquí los fundadores posan para el fotógrafo, que con su sombra logró un autorretrato para formar parte de la foto. Con su sombre él logró con su autorretrato ser parte de la foto.
Junio, 1979 / 0095 Cuyo 01 tif
La tienda de doña María de la Cruz Uc en 1979, en donde se encuentra un poco de todo. Mamá de seis hijos, uno de los cuales fue mi mejor amigo en El Cuyo: el Chato ( vea fotos p. ¿? ) Su nieta está checando si el fotógrafo enfoca bien. Y parece que sí. Esto fue años antes de que toda tiendita de cualquier pueblo fuera invadida y forrada con galletas, botanas chatarra y un amplio surtido de refrescos con “exceso de azúcar”.
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El comisario de El Cuyo Guadalberto
Alcoser Marti fue un gran amigo. Gracias a él pudimos comprar el terreno para construir la casa que conservamos en El Cuyo. ¿Cómo no recordarlo?
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Don Chato, Alejandro Solorio Uc, fue una de las personas más generosas que he encontrado en mi larga vida. De veras.
Cumplía cabalmente con el dicho: “Lo que es mío es tuyo”. Con él salía a pescar e intentar bucear, algo que nunca logré
hacer. En su casa siempre había un poste para colgar una hamaca más para mí y mi familia. Con su familia celebramos
una Navidad con sandwichón, espagueti con mucha crema y jamón, langosta y champán. Murió demasiado joven por la combinación de forzarse a bucear en busca de langostas y una alimentación que aceleró su diabetes, con todo lo que ese mal conlleva de enfermedades.
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Cuando empezó la pesca en los años
setentas del siglo pasado había abundancia de pesca, caracol, tortuga, langosta y pulpo cerca de la costa. Dejaron buenas ganancias para las familias. ¡Y, para las cantinas! En aquel tiempo había pocos barcos. Ahora hay más de 200, y tiene que alejarse mucho para poca ‘cosecha’
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Todos los puertos pesqueros de Yucatán están construidos sobre la barra de arena de la costa. Atrás hay un sistema de ciénagas que no solamente es el hogar de los flamencos y de uno u otro lagarto, sino también de una gran variedad de peces que son atrapados con atarrayas, como la que está urdiendo este viejo pescador de San Felipe.
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A ver si sale para el almuerzo.
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Don Manuel Sánchez fue uno de los pilares del puerto de El Cuyo, aunque nunca salió a pescar. Su mero mole fueron su rancho y montar a caballo. Con su esposa, doña Aidé, manejó por años La Conchita, el único restaurante de la población, al cual acudía yo en mis visitas al Cuyo para saciar el hambre y chismear sabrosamente.
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Don Manuel, el jinete del retrato no. 10, bajó de su caballo. Ya viudo de doña Aidé, tomando el fresco afuera de su casa, el restaurante La Conchita. La siguiente vez que llegué a El Cuyo, ya no estaba. Se va el tiempo, pero nos deja los buenos recuerdos.
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Al sur de El Cuyo, cruzando la cienega con sus flamingos, hay grandes extenciones de terrenos. Antes lleno de bosques. Ahora, la mayoria convcertido en ranchos de ganado. Uno y otro viejo milpero todavia siembre maíz, frijol y calabazas. Transporte su cosecha en su carrete de troika.
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Doña Obdulia, a los 15 años cuando empezó a trabajar en el restaurante La Conchita. Hoy es la dueña de La Negrita, a donde también voy a comer.
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Pollo de libre pastoreo, hecho a mano. ¿Qué más puedo pedir para almorzar?
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Familia posando en su recién estrenada sala.
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Retratos familiares
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Los retratos anteriores fueron tomados en 1979. Máximo y Janet fueron niños en aquel tiempo y salieron en mi foto de los alumnos de la escuela primaria. Aquí, en 2023, esperando que saliera el ataúd de la iglesia, con el cuerpo de un viejo compañero. La vida vivida nos marca, pero la amistad se queda intacta.
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