Xocén –una sencilla y pequeña comunidad ubicada a 12 km al sureste de Valladolid, en el oriente del estado de Yucatán– es ya, a estas alturas de su vida, muy conocida y famosa entre los ts’uulo’ob (hombre blanco o extranjero), por sus tradiciones, lo que no ocurría en 1982 (cuando nosotros por primera vez conocimos Xocén), aunque sí lo era entre los masewalo’ob (gente maya) del oriente yucateco y de la zona maya de Quintana Roo.
En aquel tiempo apenas se había terminado de construir la carretera de terracería. No había electricidad, ni teléfono, ni agua entubada. Todas las familias eran de campesinos milperos, en las que las mujeres permanecían en sus casas cuidando a la familia, sus animales, los sembrados y el solar. Los hombres se dedicaban a las milpas, de donde obtenían los productos para alimentar a su gente. Por tiempos cortos salían a trabajar fuera de Xocén, para suplementar sus ingresos
Las mujeres de aquel Xocén eran monolingües y usaban hipil. Ninguna ‘catrina’ (mujer con vestido occidental) habitaba en el pueblo.
A excepción de un par de casas de mampostería rectangulares al estilo colonial, todas las casas de los vivos y de los muertos (en el cementerio) eran iguales.
En aquel entonces no había diferencias económicas o sociales, y el igualitarismo se reflejaba en su cultura material. Todos los hombres, a partir de los 15 años, tenían que hacer guardia y servicios sociales, y las autoridades locales eran elegidas en asambleas públicas.
A través de los años, hemos visto los cambios que han transformado el antiguo Xocén de campesinos milperos –maya hablantes, en su mayoría monolingües– en un pueblo de albañiles, meseros y peones, que, además de ‘la maya’, hablan español y, ahora, a veces, hasta inglés debido a la lenta pero segura migración permanente hacia la Riviera Maya (zona turística). Los jóvenes que estudian, terminando la carrera, enfrentan el obstáculo de encontrar un trabajo que corresponda a sus sueños y necesidades económicas.
Las casas mayas tradicionales, construidas de bajareque y techo de guano, que es una especie de palmera (sabal japa) característica de la región, hoy en día se encuentran en peligro de extinción. Muchos programas del gobierno ofrecen facilidades para hacer casas de bloques de cemento. El agua entubada ya llega a las casas, aunque orinan y defecan aún al fondo del solar por la falta de sumideros sanitarios.
Ahora, muchas jóvenes portan vestidos, camisetas y shorts, a la usanza occidental, y los jóvenes usan jeans, camisas y tenis tipo Nike, auténticos o piratas.
Así mismo, en Xocén ya existen todos los servicios: luz eléctrica, agua potable, teléfonos celulares, Internet, clínica de salud y una serie de oportunidades de programas sociales del gobierno. Pero el todo también incluye rupturas familiares, violencia, alcoholismo, y tiendas que ofrecen más comida chatarra y refrescos –con un alto contenido de azúcar– que productos saludables. Se ha extendido una mala y deficiente alimentación que lleva al sobrepeso, diabetes y a otras enfermedades que derivan de malos hábitos, no sólo alimenticios, sino también sedentarios.
Las migraciones laborales de los jóvenes, la influencia de los medios de comunicación y de las escuelas, junto con el abandono de las milpas, está abriendo una brecha generacional que amenaza a la cultura e identidad de este pueblo, porque el conocimiento que se transmitía vía oral se está perdiendo a una velocidad vertiginosa.
En 1990, la modesta capilla que albergaba a la Santísima Cruz se transformó en una iglesia, mezclando estilos arquitectónicos mayas y cristianos (ver foto en p. 37). Y, actualmente, las avispas ya no corren a los sacerdotes cristianos, que allí ofician bodas con frecuencia.
El viejo mundo de los mayas ya no existe en Xocén, pero un nuevo mundo con todos sus problemas y también sus fascinantes posibilidades y retos está desarrollándose.