Tengo 53 años y nací en Cepeda, Halachó. Venimos a vivir acá, porque mi esposo trabaja aquí en Mérida, y mis hijos empezaron a estudiar aquí. Allá está toda mi familia. Tenemos como 12 años en Kanasín [municipio conurbado a Mérida]. Mi esposo es plomero y electricista.
Yo me dedico a eso [sexo servidora] porque mi esposo se cayó en un accidente, se quebró su columna y durante tres años no se levantaba, y es cuando empecé a venir por acá. Pero gracias a Dios, ya está trabajando, no puede hacer trabajos pesados, y bueno, yo sigo trabajando. Tengo tres hijos, uno trabaja en una oficina como diligenciero para un licenciado. El otro trabaja en una fábrica de distribuidora de azúcar. Y tengo una hija ya casada que tiene dos niñas.
Aquí tengo como 20 años trabajando en eso. Mi esposo ya está de acuerdo. Gracias a Dios él ya está ganando, y ni me pregunta cuánto gano. A veces cuando no tiene dinero me pide algo para ayudarlo. Y a veces cuando yo tengo que hacer un pago, porque yo estoy en [el programa gubernamental] ‘Compartamos’ , cuando llega el día de pago, le pido, a ver si me ayuda con algo. Mis hijos, ellos no lo saben. Saben que estoy trabajando en doméstico. No me han visto acá, porque ellos no vienen por acá… su ruta del diligenciero es por el norte, y otro está trabajando en Kanasín, en Mulchechén, y no llega acá en Mérida. Pero yo pienso que sí lo saben… pero pienso que ellos piensan que no tienen derecho de juzgar a su mamá. Pero estoy segura que sí lo saben, pero no me dicen nada. Sienten que no tienen derecho a decir nada, pienso, pero mi marido sí lo sabe. Y los vecinos, quién sabe, ellos no me dicen nada.
Pero, ¿sabe lo que hago?, salgo de mi casita temprano y llevo a mis nietas a su escuela, y de allá paso a San Cristóbal a escuchar misa a las 7. Luego desayuno y vengo acá [a la calle 58]. Y así mis vecinos casi no me ven, porque en la tarde cuando regreso, me encierro en mi casa y me pongo a costurar hipiles, hilo contado, a mano. Tengo mi máquina y sé bordar en máquina, pero me parece más fácil bordar a mano. Veo mi programa, y si necesito algo, mando a mis nietos a la tienda, casi no salgo.
Cuando empecé a trabajar estuve en [la colonia] Amapola, allá puras casas de citas hay, queda por la 66, Colonia Obrera. Un viejito rentaba su casa, yo estaba adentro y él llamaba a los señores afuera. Llegaba a las ocho y a la una me quitaba. Estaba buscando un dinero para que estudien mis hijos, y es cuando venimos a vivir acá. Mi hijo más grande ya se había casado y vino con su mujer, venimos todos. Estamos viviendo todos juntos y allá está mi nuera. Estamos todavía pagando la casa, a veces mi hijo paga, a veces mi marido y a veces yo, nos ayudamos mutuamente ahorita.
Desde que llegue al Hotel San Clemente, me llevo requetebién con el encargado y hasta con el dueño. Si viene una nueva muchacha, pide permiso para trabajar aquí, aunque nosotros no estemos de acuerdo, pero si el dueño da permiso no podemos hacer nada. Yo doy el permiso -dice el dueño- y la que trabaja aquí, si tiene suerte trabaja, y la que no, ni modo. No voy a los otros hoteles, ¿y sabe por qué?, son casi todos ‘cangrejos’ allá. Son muuuuy bonitas las ‘muchachas’ allá. En cambio, aquí no las aceptan, aquí no aceptan drogadas o ‘cangrejos’, o si vienen dos muchachas lesbianas, no las aceptan. A nosotros sí, y mientras no esté tomado el cliente, aquí sí todo va bien. Yo sí tomo, pero en mi casa, acá no. Y drogas, acá no las aceptan.
¿Problemas con los policías? Ay, sí. Cuando empecé, sí tuvimos problemas. Cuando habían razzias, me venían a decir: ‘Muévete, ya no quiero verte aquí’. Una vez, estaba parada en la esquina y les digo: ‘A ver, qué he hecho, nada, entonces, ¿por qué me quieren llevar?’. Pero no me llevaron, gracias a Dios ni una sola vez. Cuando veo que hay razzias, me doy la vuelta.
Mi mamá es mestiza y yo de por sí siempre he andado en hipil. Somos 12 hermanos, 6 hombres y 6 mujeres, y de ellas solamente una sale de vestido. Muchos de mis amigos [clientes] me vienen a decir: ‘Ay, me gusta mucho tu forma de vestir’.
¿Sida? Yo, mayormente puro con condón. Cuando no pongo condón es con los viejitos que no se les para. De plano no lo quieren poner, y no pueden. Y para qué lo van a poner, porque a veces lo que les gusta es acariciar a uno. Pero mayormente sí se lo ponen, aunque son mis amigos. Tengo muchos amigos que son jóvenes todavía. El sábado pasado vino un amigo y me dice: ‘Te das cuenta [desde hace] cuántos años nos conocemos’. Cuando vino la primera vez tenía 17 años y ahora tiene 30 años… y siempre conmigo entra, y si no estoy acá, me espera. Y este muchacho desde que vino por primera vez usa condón hasta ahorita. Tengo muchos clientes fijos. Doy los servicios que me piden, lo normal, pero que me lo pongan por atrás, eso no lo hago. Y quito mi ropa cuando ellos lo dicen, y si no, nada más lo necesario.
Hasta ahorita estoy contenta con mi trabajo. Y gracias a Dios hasta ahorita no se me ha pegado enfermedad. Aquí ya nos vienen a checar de Salubridad… sacan sangre para prueba de sida. El dueño acá lo exige, y como están acá las muchachas, lo tienen que hacer. Cuando vienen mis amigos, a veces caen hasta 8, muchos son los viejitos y me dan lo que quieren, yo no les pido, algunos me dan 200, 250, hasta 400 pesos. Así sé que tengo mi dinero seguro, pago mi deuda de mi casa… pero la deuda de mi lavadora ya estuvo, ya está pagado.
Y vivo bien con mi familia en la casa, gracias a Dios. Mis nietos están saludables, gracias a Dios.