La decisión de meterme a la prostitución, a vender mi cuerpo, fue muy difícil. Lo pensé mucho antes de llegar a eso. Fue por cuestiones económicas… donde yo había llegado a un punto donde no había otras opciones. Todas las alternativas se habían agotado. Tuve que decidir entre que comieran mis hijas o lo que dijera la gente.
Vine de Veracruz a Mérida a los 15 años. Ahora voy a cumplir 32. Aquí empecé a estudiar, pero me faltó un semestre para terminar mi bachillerato.
Me casé a los 18 años, pero no me fue bien y decidí divorciarme. Me casé por amor y no porque iba a tener un bebé; no fue hasta los 4, 5 meses que me embaracé. Estuve casada dos años y medio y en ese tiempo tuve a mis dos niñas. Tenía problemas con mi matriz y los doctores me dijeron después del primer parto: ‘Te embarazas luego, luego otra vez, o de una vez te quitamos tu matriz’. Entonces, para tener a mis hijas, opté por embarazarme enseguida.
Me divorcié porque mi marido empezó a tomar mucho, y dejó de dar dinero para los gastos. Su argumento era que como yo trabajaba, yo tenía dinero. Y su dinero, pues él lo podía gastar como él quería; y así, llegaba los fines de semana a emborracharse. Yo vendía ropa, zapatos y hacía adornos para fiestas y 15 años, y así yo siempre tenía dinero.
Vivíamos en nuestra propia casa, porque, como él trabajaba, había sacado una casa en el Infonavit. Al divorciarme el se quedó con la casa, porque estaba a su nombre. Yo, entonces vendí la casa que mi papá me había regalado en San Lorenzo, y con el dinero compre un terreno y empecé construir la casa donde ahora vivo con mis hijas, mi papá y mi mamá. Luego he podido agregar dos cuartos más con lo que gano.
A los 21 años [que ella tenía de edad], nos divorciamos. Yo empecé a trabajar en una maqui-ladora en donde estuve estable por más de cuatro años, y al final trabajé como supervisora y podía ganar un poco más. Después, dijeron que la maquiladora había quebrado, y por eso me dediqué otra vez a vender ropa, comida, zapatos. Pero tuve que dejarlo, porque mi mamá, con quien estaba asociada, se fue con otro señor y en eso retiró todo su capital. Y prácticamente yo me quedé sin dinero. En todo el tiempo que mi mamá vivió con este señor, no sabíamos nada de ella; estaba completamente controlada por él. Entonces, yo estaba a cargo de mis hijas y de mi papá, que se había accidentado.
Para poder divorciarme de él [de su marido], yo le perdoné los ocho años que él no había pasado ningún dinero para la manutención de sus hijas. Él entonces firmó otro papel donde prometió empezar a pagar, pero hasta la fecha no ha pagado nada. Aparentemente ya está el divorcio, pero yo tengo que ir al juzgado para buscar el número del expediente para ir a la Procuraduría, etc., etc., para ver lo de la demanda de incumplimiento. Pero yo no tengo el tiempo para eso, y como sé que no voy a recibir nada de él, no he hecho nada. Por lo tanto, sigo casada con él. Él quiere volver conmigo, pero yo, absolutamente no. Eso ya pasó. Yo, económicamente, ya puedo mantener a mis hijas.
Mi hija va a terminar su primaria y la otra va a pasar al quinto de primaria. Estaban en una escuela cerca de la casa, pero me di cuenta que no aprendieron nada. Por eso traté de buscar otra, y lo logré en la escuela ‘Artemio Alpizar’, allá atrás de los bomberos, que es del gobierno. Llegan de la casa a la escuela en camión, y la persona que las cuida las lleva y las va a buscar. Muy buena escuela. Están en el turno de la tarde y a esa hora no hay tantos alumnos. En el salón de mi hija mayor solamente van a terminar 16 alumnos. Es una ventaja, porque los maestros pueden dedicar más tiempo a cada alumna.
Empecé a trabajar como sexo servidora por una señora que venía a comprar comida en mi casa. Ella trabajaba como sexo servidora y, como veía mis penas y problemas económicos, me dijo en dónde trabajaba y lo que hacía, y que así igualmente yo podía ganar un poco más. De que me lo dijo, estuve pensándolo dos meses antes de decidirme. Empecé a buscar opciones.
Mi ramo era la joyería y busqué trabajo aquí en el mercado, pero ganando 700 pesos a la semana, ¿cómo?, no da para los gastos; los gastos de mis hijas y la terapia de mi papá.
En julio voy a cumplir cuatro años en la prostitución. Empecé en una casa de citas, donde me llevó la señora; más bien, era una [casa] clandestina. Pero no me gustó, porque todo era alco-hol, cervezas y borrachos. ¡Y yo que ni una gota de cerveza tomo! De allá, a los tres meses de trabajar ahí, una muchacha que también estaba trabajando allí, me llevó aquí a San Cristóbal.
– Tienes ya cinco años trabajando como sexo servidora, ¿cuántos años más te imaginas trabajando aquí?
– Tres años, es lo que he considerado. Es el tiempo que considero necesario para terminar de construir mi casa. Quiero poner un negocio de comida, como una cocina económica. En-tonces, dentro de tres años ya no me vas a ver aquí, pero te invito a probar mi comida -dice riéndose.
– ¿Tus experiencias con los policías?
– Hasta ahorita nunca me han detenido. No he dado lugar para que me lleven.
– ¿Buenas experiencias?
Emite un suspiro profundo y continúa, -¿ Buenas experiencias? Más bien es un aprendizaje, donde aprendes a tratar a las personas. Aprendes a dialogar mucho, y buscar la forma de la persona. Entonces no es experiencia ‘buena’, sino aprendizaje. Porque cuando entras a trabajar aquí, no sabes nada… no, no hay escuela para esta profesión. Pero sobre la marcha vas aprendiendo poco a poco. Aprendes a exigir el pago desde un principio, porque si quie-res cobrar después del servicio, ya empiezan las discusiones, y tienes una mala experiencia. Y si ves que tu cliente busca pleito, aprendes a decir ¡hasta aquí!, y te sales del cuarto. En el trabajo encuentras a todo tipo de personas. Hay personas bonitas, que te dan tu lugar y te tratan con respeto. Y con el trato de la persona se pierde lo que es exactamente un sexoservicio, y puedo tomar cierto cariño y gozar la relación. Pero, ¿enamorarme? No, eso hasta ahorita no.
¿Si estoy contenta con mi trabajo? Pues sí y no. Sí, porque me ha dejado mucha satisfacción económica, me ha dejado mucha experiencia y he aprendido a conocer a las personas mejor. Siento que he madurado.
¿Mi primera experiencia como prostituta?
Muy difícil y muy fea… fue una experiencia muy rápida, pero inolvidable. Si a veces con tu pareja es difícil tener relaciones por cuestiones de que tienes problemas con él, imagínate con una persona que no conoces… en la forma que te tocan y te agarran, horrible. No es lo mismo tener relaciones con uno que conoces y te gusta, a que venga un desconocido que te paga y órale, ponte así o hazme eso, porque así te lo digo y por eso te estoy pagando.
La situación es la misma hoy, pero como pasa el tiempo, empiezas a tener clientes, personas con quien tratas semanalmente o cada mes. Vas a tomar confianza, pues tú te vuelves como una querida para ellos. Entonces, la forma de tratarte es diferente de la primera vez que entran contigo. Puedes tener un poco más de confianza con ellos, de cómo hacer, trabajar. Y además, con la confianza, puedes decirle, pues, tengo este problema; y si pueden te ayudan, y si no, pues [te dicen] dame chance para ver qué puedo hacer.
Sí, la primera vez es difícil. ¡Pero no había opción! Ahora sí ya me acostumbré. Y como te digo, haces concha, carapacho. Cierras los ojos, y venga lo que venga. Y con el tiempo aprendes a ser más tolerante y saber manejar a la persona, para que tampoco él haga lo que quiera. Vas agarrando experiencia. Tú le estás hablando: ‘Oye, corazón, así no, espérate’; hablándole lo estás apaciguando. Pero también hay que ver el punto del cliente, porque a veces ya han pagado tanto por un servicio, pero a la hora de la hora recibieron un mal servicio, y por eso, cuando entran con otra ya vienen a la defensiva, pero con el buen trato tú los vas tranquilizando.
Con el tiempo también aprendes a escoger tus clientes. Te digo una cosa, yo a los borrachos o drogados no los ocupo, de plano, no. Y tengo la opción de decir: entro o no contigo. Así evito cualquier discusión o pleito. A los que están alcoholizados no los controlas tan fácilmente, y por más que tú tratas de explicar la situación, ellos no entienden.
Hay personas que no aguantan el trabajo. Una vez vino una señora que tenía muchos problemas económicos y emocionales con su esposo. Hizo dos servicios y se fue para nunca regresar, no lo aguantó.
Sí, en los primeros meses de mi carrera era insoportable, pero como pasa el tiempo, aprendes a aguantar. Para superar algo tienes que aceptar.
¿Malas experiencias?
Sí, hace un año entré con un joven que no estaba tomado ni drogado, ni nada, pero terminó, y [sic] insistió que yo le devolviera su dinero, no por un mal servicio, simplemente porque así lo hace con otras muchachas. Una compañera, luego me dijo que así lo había hecho con ella, y a ella sí se lo quitó. Me quiso pegar, pero en el cuarto hay un cenicero y con eso le di en la cara, abrí la puerta, agarré mi bulto, me defendí con una toalla y hablé al muchacho que cobra la entrada; vino y lo sacaron.
En realidad, son pocos los clientes que llegan por primera vez al hotel. La mayoría los conocemos, y sabemos que ese es mañoso, él paga bien o con él no me conviene entrar. Hablamos entre nosotras. Sabemos que esa persona es agresiva, y la muchacha lo sabe [de] antemano y entra con él con cuidado, o simplemente decide no entrar con él, por los malos comportamientos que ha demostrado.
Gracias a Dios, es la única mala experiencia que he tenido. Pero también se debe a que la mayoría de la gente que llega, son mis clientes. Sí, tengo muchísimos [dice, riéndose]. Si no vienen el lunes, vienen el martes; cada día son por lo menos dos clientes que llegan. La mayoría de mis clientes me hablan por teléfono, y pocos son los que pasan para ver si estoy. Y si no estoy, pasan y me buscan en otro momento o me hablan por teléfono. De clientes hay de todo: licenciados, policías, albañiles, contratistas. No, un cura no me ha tocado, pero quién sabe, porque tú no lo ves
¿Cuál ha sido la persona más joven que has servido?
Un muchacho de 14 años, y lo trajo su papá. El señor habló conmigo y me pagó, y mientras el muchacho entró, el papá quedó esperando afuera. Pero como es un niño, no hicimos nada, porque él no quiso. Él me dijo, quédate en el cuarto mientras pasa el tiempo, pero no dices nada a mi papá. Su papá lo trajo, y no el muchacho lo quiso. Entonces nos pusimos a hablar de cosas mas infantiles, porque a él no le interesaba lo que es un servicio. No mas vino para que su papá dejara de hostigarlo.
¿Y el más viejo?
Bueno, viene un señor que calculo que tiene como 87 años. Ese edad calculo, porque ya es grande el señor. Es cliente semanal. Hace un poquito de todo, porque una persona con esa edad, ya no tiene la misma virilidad. Pero ¡semanalmente viene!
Cuando me va bien, puedo ganar 3,000 pesos, mayormente en un sábado. Los lunes puedo sacar 1,000 o 1,500 y el resto de la semana, 200, 300, 500 pesos. Pero si sabes organizarte, nunca te falta el dinero.
Yo ya tengo casa propia y vivo allá con mis dos hijas. La estoy pagando por medio de una hipoteca. La casa está a mi nombre y como beneficiarios mis hijas, si acaso me pasa algo. Mis hijas tienen 11 y 12 años; la grande va a pasar a secundaria y la chica, al sexto [de primaria].
¿Si siento algún goce con mis clientes?
Mira [contesta sonriendo], el cuerpo es el cuerpo, y depende cómo te lo tocan. Es ilógico si dices que no sientes nada si te tocan rico, te abrazan rico… tienes que sentir, si no, estás muerta. Sí tengo unos clientes que me hacen sentir bien; puedo sentir un orgasmo con algunos de ellos. Hay momentos de gozo también… contados, pero hay.
Doy servicios ‘normales’, pero no anal. Como vienen muchos señores con ideas que han visto en las películas pornográficas, creen que pueden hacer lo mismo con nosotras, como llegar [eyacular] en la boca o sobre nuestra cara. Yo eso no lo aceptaría; tal vez otras, pero allá ellas, yo no.
Tengo un amigo, o bien, un novio. Él me conoció en el ‘ambiente’ y sabe de mi trabajo. Cuando salimos, siempre salimos con mis hijas, porque le dije desde un principio que yo no estoy sola. Bueno, si de repente me habla para desayunar y las niñas están en la escuela, claro, podemos salir solos, pero son momentos y después cada uno regresamos a nuestro trabajo.
Es soltero, tiene 35 años y vive con su mamá y su padrastro. Incluso su mamá me conoce y sabe dónde trabajo. Su familia no se mete, dice que es decisión de él. A pesar de que ella es algo conservadora, opina que si su hijo quiere vivir conmigo, es decisión de él.
Una vez, ella me dijo: ‘Si mi hijo te reclama algo por tu situación, yo te voy a defender, porque él sabía dónde estás’. Y a su hijo le dijo: ‘Si tú algún día le vas a reprochar algo a la señora por su trabajo, porque tú no estás de acuerdo, entonces, mejor de una vez buscas una señora de sala que no tenga un pasado’. Ella va a defender a la persona -yo o su hijo- que tenga la razón.
Ella me respeta mucho y quiere a mis hijas. Me dice: ‘Yo no conozco tu situación, pero quizás yo haría lo mismo si estuviera en tu situación, porque a veces, por un hijo, llega uno a hacer muchas cosas que jamás en tu vida habías pensado’.
Sí me acuesto con él, pero no es tanto una relación de sexo, más bien, una relación de amistad y de paseo. A veces rentamos una película y yo preparo algo para que cenemos en mi casa. Él convive mucho con mis hijas, porque él es hijo único y nunca tuvo una infancia muy bonita, pero con mis hijas se divierte mucho. No es una relación con tanta pasión, aunque sí tenemos intimidades cuando se da el momento, pero no es algo de tanta importancia para nosotros. Económicamente él me apoya, porque sabe que estoy pagando una hipoteca. Él busca la forma de ayudarme.
¿Matrimonio?
No, ni él ni yo lo hemos pensado, pero estamos viendo cómo se desarrollan las cosas. Y quizás un día… si maduran las cosas. Mientras, tenemos la libertad de hacer lo que queremos sin pedir permiso uno a otro.
Mientras, si yo me entero que se va con otra mujer, no puedo decir nada, porque no es mi esposo. Si fuera mi esposo, le hago su maletita y que le vaya bien.
– Entonces, ¿qué piensas de los señores casados que vienen a buscar tus servicios?
– Es una pregunta muy importante, porque llegan señores y me dicen que soy muy guapa y que me quieren mucho. Luego, yo les pregunto, ¿y tu esposa? Entonces me empiezan a decir que tienen muchos problemas, que [sus esposas] ponen muchos peros. No, yo creo que vienen por un deseo carnal, y no porque me quieren.
Personalmente, yo tengo mis ideas y quiero formar algo más duradero. Pero, qué puedo yo decir o [sic] opinar sobre ellos. Estoy aquí dando servicios y vivo de eso y, por lo tanto, no puedo opinar ni de los señores ni de las señoras. En realidad, es fácil opinar que no toleras que tu esposo ande con una sexo servidora, pero tú tienes que vivir esta situación para poder opinar y tomar una decisión. La decisión es diferente de cada pareja y persona. Tú dices, yo jamás perdonaría, pero reflexionas… y perdonas.
–¿Perteneces a algún grupo religioso?
–¡Ay, Dios mío! He pertenecido a muchos. Yo crecí en un hogar católico, pero conforme tú creces, tienes posibilidades de ver diferentes opciones. Empecé a acercarme a los mormones; me gusta mucho, siento que es una religión maravillosa. Pero dejé de ir por lo mismo de mi trabajo. Viví muchos años con ellos, aunque nunca me bauticé. Ellos me ayudaron mucho cuando yo pasé por problemas difíciles con mi divorcio; ellos me alentaron. Allá en el templo hay muchas actividades bonitas. No hay tanta prohibición de que no [te] pongas eso, no [te] pongas pantalón o falda corta, nada; esa religión es preciosa, muy bonita. En los primeros meses que empecé a trabajar en la prostitución, seguí llegando a las reuniones en el templo. Pero me sentía incómoda, sentía que todos me miraban y sabían dónde estaba [trabajando]; me sentía mal. Claro, ellos no sabían de mi trabajo, pero yo sentía que sabían… y dejé de ir.
Ahorita no voy a ninguna iglesia si no es necesario. Los cuernos se atoran en la entrada -dice Xenia con una carcajada-. Sí, antes iba todas las semanas y ni un domingo faltaba al templo. Pero ese tipo de trabajo te separa de muchas cosas. Es el precio que tengo que pagar. La iglesia, claro, está abierta para todos, pero yo ya no me siento a gusto.
Sí me siento muy mal por el rechazo que hay de la gente ante mi trabajo. Me he topado con amigos… de la secundaria, del bachillerato, del coro de la Iglesia católica o con quien he trabajado como catequista y luego con los mormones, que me conocen de antes, y de repente me ven en la calle donde trabajo y casi me gritan: ‘Oye, ¿qué carajos haces tú acá?’.
– ¿Y qué contestas?
– Ay [dice con un suspiro profundo], cuando sean grandes, me van a entender. Lo difícil es que la gente juzga sin saber porqué. Creen que es un trabajo muy fácil, pero, te digo, es el trabajo más difícil de este mundo.
Parece que ninguna Iglesia acepta el trabajo que estoy haciendo, y eso, a pesar de que Jesucristo perdonó a María Magdalena. Nadie es tan puro y casto que pueda juzgar a otra persona, porque si no peca en una forma, lo hace en otra.
Pero estamos en un país donde la moral es lo que más importa. Y si eres mesera, teibolera o prostituta, ya eres de lo peor, aunque realmente no lo seas. Hay unas que son drogadictas y peleoneras, pero la mayoría somos mujeres que trabajamos por nuestros hijos y para salir adelante.