Si una persona ilustre como fray Diego de Landa, debido a su visión fundamentalista cristiana, no logró acercase más a una verdadera comprensión de la religión y creencias de los mayas conquistados, no es de sorprender que durante toda la época colonial —en la que Yucatán quedó como una provincia pobre y olvidada y con una perspectiva más restringida y provinciana— no se hicieran más descripciones profundas de las costumbres y prácticas religiosas de los mayas asociadas con la lluvia, que las de Landa, ya comentadas por nosotros y las ya también mencionadas en las famosas Relaciones de la Gobernación de Yucatán.
El cura de Yaxcabá
Pero para el siglo XIX tampoco existe gran material. Sólo contamos, aparentemente, con un documento del final de la época colonial, de 1813, cuando el cura de Yaxcabá, Bartolomé José del Granado Baeza, contestó una serie de preguntas, a petición del obispo de Yucatán[1]. Al dar respuesta a un cuestionario, que suponemos fue enviado a varios sacerdotes, deberían existir respuestas de otros curas, pero al parecer sólo su informe sobrevivió. Fue publicado primeramente en 1845, y casi 150 años después, en 1989, en forma completa.
La actitud del señor cura hacia la población indígena, que seguramente compartió con la mayoría de los dzulo’ob de su tiempo, se expresa en varias partes de su informe. Las “supersticiones” que encontró el cura en sus primeros años en Yaxcabá, las erradicó con “ejemplares castigos de azotes y penitencias, que ejecuté en los delincuentes con arreglo a los superiores mandatos…” porque “el indio no oye ni entiende por la oreja, sino por la espalda” (Ruz, 1989:57). Con estas actitudes y acciones, los conquistadores lograron erradicar parte de las creencias mayas, pero no todas, como lo admite en la respuesta a la pregunta XII. Entre otras, la creencia y la veneración a los dioses de la lluvia permanecieron vivas:
“XII. Ya me parece muy rara en todo este obispado aquella idolatría, en que en otro tiempo se daba culto al demonio en diversas figuras de barro o de piedra: la que hasta hoy dura, es la que los indios llaman tich, que quiere decir oblación o sacrificio, y vulgarmente se llama misa milpera, por ser un remedo de la verdadera misa y es en la forma siguiente: sobre una barbacoa o tapezco, formado de varillas iguales, que les sirve de mesa, se pone un pavo de la tierra, en cuyo pico, el que hace de sacerdote va echando pitarrilla ( balché): luego lo mata, y los asistentes lo llevan a sazonar entretanto que se están cociendo, bajo de tierra, unos panes grandes de maíz, que llaman canlahuntaz, esto es, de catorce tortillas o costras, entreveradas con frijol, cuyo misterio no me han declarado. Después de sazonado todo, se va colocando sobre dicha mesa, con varias jícaras de pitarrilla: luego, acercándose el sacerdote, comienza a incensarIo con copal. Algunos de los denunciantes y de los principales reos, y de sus cómplices, me han asegurado que comienzan invocando las tres Divinas Personas, y que rezan el Credo, y que tomando de la pitarrilla con un hisopo, van rociando los cuatro vientos, invocando los cuatro PabahTunes[2], que son señores o custodias de las lluvias: luego, acercándose a la mesa, levantan en alto uno de las jícaras, e hincándose los circunstantes, se la van aplicando a la boca; y se concluye la función echando todos a comer y beber a satisfacción, y el oferente es el más aprovechado, llevándose porción bastante a su casa.
Un capataz, como de ochenta años, instado para que me declarase quiénes eran estos PabahTunes, me dijo que el PabahTun colorado, que está sentado en el oriente, es Santo Domingo: el blanco, sentado en el septentrion, S. Gabriel: el negro, sentado en el occidente, S. Diego; y la amarilla, que también se llama Xkanlcox sentada en el mediodía, es Santa María Magdalena. Me confesó, asimismo, que era cierto haber dicho que la pitarrilla es el yaxhú, que quiere decir, primera agua, o primer licor; porque había oído decir que es el primer licor que Dios crió, y que Dios Padre con éste dijo la primera misa, y habiendo de subir al Cielo con María Santísima, dejó a los cuatro Santos referidos cuidando de las lluvias”. (Ruz, 1989:No.168:52–63)
Es necesario destacar que la ceremonia descrita se conocía en maya con el nombre de tich, que significa oblación o sacrificio, pero “…vulgarmente se llama misa milpera…” (ibid: 57), es decir, no se le denominaba Ch’a Cháak[3]. En esta ceremonia se observa una conexión tan fuerte entre los Pahuactunes (Dios N) —denominados aquí Pabatunes— y los Cháako’ob, ya destacada por autores como Thompson o Taube, que incluso ni se mencionan a los chaques. También es interesante el vínculo que se establece con santos cristianos y hasta con una santa, María Magdalena, la cual es identificada con XK’an le´ox, como comentamos al hablar de la diosa O.
El cura de Yaxcabá se alegró, según él, porque los santos católicos habían vencido a los dioses mayas. Otros observadores, sin embargo, más bien creemos en el sincretismo entre el mundo maya y católico, pero no en un sincretismo concebido como una simple mezcla de elementos, sino como un sistema formado por elementos mayas y católicos, pero organizada bajo la lógica maya.
Es muy probable que, al menos al principio —sobre todo después de iniciada la persecución religiosa—, la estrategia fuera ocultar ante los ojos de los frailes, detrás de un santo cristiano, a algunos dioses mayas. Sin embargo, con el paso del tiempo, seguramente se fusionaron de modo que, al menos para los mayas de hoy, las dos imágenes, cuando las hay, parecen tener el mismo significado.
[1] Boccara transcribe en su Enciclopedia de mitos mayas (1997:T 8:288 – 289), un extracto de un ‘canto’ tomado de Brasseur de Bourbourg, Manuscrit Troano, étude sur le système graphique des Mayas, Tome 2, p.101–102. El ‘canto’ que transcribe de un j’men de la hacienda Xkanchakan, hacia 1860, no es de un Ch’a Cháak, pero sí es una petición a los dioses de las lluvias y a los guardianes de las milpas para obtener una buena cosecha.
[2] El autor señala en una nota de pie de página que el Registro Yucateco escribe Pahahtunes.
[3] Creemos que en la época prehispánica tampoco se le denominaba de ese modo, porque no aparece registro alguno de dicho nombre, ni en Landa ni en las relaciones de los encomenderos.