Cuando regresé de mi viaje por el Medio Oriente y África, ya con las buenas experiencias que había vivido con gente rica y pobre siempre hospitalaria y dispuesta a ofrecerme una cama y algo de comer, así como las múltiples y ricas culturas que había podido conocer, estaba convencido de lo que iba a estudiar en la universidad: antropología. No me quedaba la menor duda y hasta hoy no me arrepiento. Como la antropología, en cuanto estudio del hombre como portador de la cultura, es una disciplina tan amplia, con conciencia y buenas razones uno puede profundizar en prácticamente cualquier tema: agricultura, religión, arte, mitos, ceremonias… no hay límites.
Empecé a estudiar antropología en la Universidad de Copenhague (sobre mi experiencia y trayectoria como antropólogo escribí otro libro en danés).
Al año de estar estudiando la carrera, mi profesor, Niels Fock, organizó un viaje de estudios a Ecuador para tres estudiantes, en colaboración con la Universidad de Cornell. Yo fui uno de los afortunados y tuve la gran suerte de vivir durante medio año con la familia más adorable del pueblo de Peguche, cerca de Otavalo, en el norte de Ecuador.
Fotográficamente dependí otra vez de la cámara Retina heredada de mi papá, y con ella enfocaba a la gente, calculando abertura, tiempo y distancia. Aunque no todas salieron bien, obtuve las fotos suficientes para de regreso poder ilus-trar cuatro artículos en una revista danesa. Las primeras fotografías las revelé en un laboratorio de Quito, pero después de ver los resultados en los que unas fotos estaban sobre o sub reveladas y los cortes del rollo con la mitad de una persona en una tira y la otra mitad en otra, decidí revelar e imprimir todos los rollos regresando a Dinamarca.
El estilo de los cuatro artículos se inspiró mucho en los reportajes de fotógrafos de la revista Life, como W. Eugene Smith, así como en las y los fotógrafos de la Farm Security Administration que documentaron los incidentes agrarios ocurridos en Estados Unidos en los años 1935-1944.