Donde hay vida, hay muerte. Los vivos entierran a los muertos en el cementerio que casi siempre se encuentra en el lado oeste de los pueblos. Y los muertos vienen a visitar a los vivos. Así es por lo menos en México. En Dinamarca las cosas son algo diferentes.
Mi fascinación por los cementerios, tanto en Dinamarca como en Yucatán, la he tenido desde chico, porque cada cementerio, cada tumba y cada lápida te pueden contar una historia, si la quieres escuchar. Como la escuchó Edgar Lee Masters en 1910 en Estados Unidos y la acuñó en sus poemas de Spoon River Anthology. He visitado casi todos los cementerios en Yucatán y creo que el más bonito es el de Hoctún, donde tuvimos que enterrar a una hija nuestra. Catarina murió en el parto hace más de 30 años, pero año con año, para la visita de los pixanes —las almas de los difuntos—, visitamos y repintamos su pequeña tumba, que siempre cuida el enterrador don Anacleto.
El Cementerio General de Mérida es una ciudad dentro de una ciudad, con sus barrios de los pobres, de la clase media y de los ricos. Aquí pasa la historia por tus ojos, si la quieres ver. Los grandes y ostentosos mausoleos de los hacendados, los de los migrantes chinos, los henequeneros y los trabajadores sindicalizados, y enfrente de la tumba de Alma Reed están los restos de su amante, quien fuera gobernador, Felipe Carrillo Puerto, y de otros políticos que fueron ejecutados en la contrarrevolución en 1924. Hay de todo y de todos, porque, como dicen algunos letreros a la entrada de otros cementerios: “Aquí te espero” o “Aquí terminan todas las vanidades”.
En el pequeño pueblo de Xocén, donde todos son agricultores y viven de la tierra, las tumbas solamente son marcadas con un par de piedras de las que están esparcidas en sus milpas.
Saqué fotos de múltiples tumbas y lápidas, así como de la gente rezando en las ceremonias realizadas durante la visita de los pixanes al final del mes de octubre y principio de noviembre.
Durante mis primeros años en Yucatán, las fiestas para los muertos eran más bien cosa de cada familia. Pero con los años las tradiciones fueron acogidas por instituciones oficiales, y comenzaron a organizarse en escuelas y municipios concursos y exposiciones de altares y ofrendas para los muertos. En Mérida, a partir de 1995, con motivo del hanal pixan comenzó a celebrarse una especie de puesta en escena en la calle que incluye procesiones de “difuntos”, además de una función de “teatro regional” en la Plaza Grande, enfrente de la catedral, con la representación del encuentro entre la famosa Catrina del artista mexicano Guadalupe Posada y la catrina mestiza o huira yucateca, generalmente representada por la actriz Madeleine Lizama, “Candita”.
Algunas de las imágenes de este evento fueron presentadas en una exposición fotográfica y un seminario en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Y unos años después, en una página de web de la misma universidad.
Si en México se burlan de la muerte, en Dinamarca la muerte es algo muy serio y privado y de lo que se evita hablar. Por eso, mis recorridos por los cementerios yucatecos me sirvieron de inspiración para presentar en Dinamarca, en el año 2001, la exposición llamada La Fiesta para los Muertos sobre la tradición e idiosincrasia mexicana al respecto. Para esta exposición incluí fotografías y material de otras partes de México.
En la Ciudad de México, el pequeño suburbio Mixquic se había convertido en un tianguis turístico donde ya abundaban más luces de flashes que de velas. Salí pitando de ahí, pero en el camino de regreso en el minibus por las calles oscuras de la ciudad, de repente vi una cálida luz amarilla en la oscuridad de la noche, que sólo podía provenir de velas.
“¡Aquí, pare, quiero bajar!”, le grité al conductor del minibus. Enseguida entré a un cementerio enorme en el pueblo de San Gregorio Atlapulco, lleno de gente, flores y velas, así como de pequeñas fogatas que servían para mantenerse caliente en el frío de la noche o para preparar un poco de comida. Había mariachis y personas ya sea durmiendo en petates o sentadas o agachadas en un mausoleo vacío. Y todos ofrecían a uno ponche, tequila y algo de comer. Una verdadera fiesta para los muertos y los vivos. El cansancio y los tragos me estaban venciendo, pero siendo las cuatro de la madrugada me dio miedo salir a la calle, abandonando aquel lugar que se sentía tan seguro. El custodio debe haber percibido mi cansancio, pues me ofreció un sillón en la oficina del cementerio para reposar.
Otro año estuve en los pueblos alrededor de Oaxaca. Los bailes que ejecutan los jóvenes en el pequeño pueblo de San Agustín Etla con sus trajes metálicos con ¿campanitas?, y otros con atuendos de máscaras que representan a los repudiados políticos, como el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, fue un espectáculo increíble.
La exposición de estas fotografías y un gran número de objetos de todas partes de México fue exhibida en 10 museos daneses.