¿Cuántos autores pueden decir que a sus 100 años de edad publicaron su primer libro? Creo que ninguno, excepto don Tiburcio.
¡Escucha nomás!
Al principio del curso que el equipo de la Dirección General de Culturas Populares de la SEP inició en 1980 en Valladolid para formar promotores culturales en los pueblos, llegó un señor ya grande que solicitaba ser aceptado como alumno. Tenía un profundo conocimiento de la cultura y las tradiciones mayas yucatecas, pero su desventaja era su edad de 70 años y una escolaridad de apenas dos años de primaria. Como dijo él en su libro: “Fui dos años a la escuela y ¡no aprendí nada!”. Pero su larga vida le había dejado gran conocimiento y sabiduría. Y a pesar de que estaba más “vivo” y activo que muchos de los alumnos, no podía ser aceptado en el curso por más que quisiéramos. Afortunadamente pudo ser contratado como maestro de artesanías.
Don Tiburcio venía de un ejido del sur del estado de Yucatán. Parte de su bagaje era su libro La historia de la vida de Tiburcio Tzakun Cab y la fomentación del ejido Polhuacxil, escrito con mucho detalle y dibujos hechos por él acerca de su vida, pero enfocado en la fundación de su ejido.
Se pensó publicar el libro, pero desafortunadamente no se logró en su tiempo y, además, parece que el manuscrito de don Tiburcio se perdió cuando fue llevado a las oficinas de la Dirección de Culturas Populares en México.
Por fortuna, yo había sacado fotos en blanco y negro del documento con sus dibujos en colores antes de que fuera llevado a la ciudad de México. Siempre tuve la esperanza de ver algún día el manuscrito impreso. ¡Valía la pena! Pero pasaron los años y nada, y con el paso del tiempo mi contacto hasta entonces con don Tiburcio se perdió. Ambos en la búsqueda de distintos caminos.
Hace poco revisé mis negativos y me topé con las imágenes del manuscrito de don Tiburcio. Decidí hacer un esfuerzo para rescatarlo. Me acordé de que una vez que visité en 1981 a don Tiburcio en su pueblo, tenía en su casa un gran número de esculturas talladas en madera. Para ver si todavía existían rastros de él y de sus esculturas, decidí ir a su pueblo otra vez en el verano de 2010.
Las esculturas se las había llevado el huracán Gilberto y ya no quedaba ninguna, pero grande fue mi sorpresa al encontrar vivo a don Tiburcio, ya con 99 años cumplidos. Tan vivo que me reconoció, tanto por mi nombre, como por mi apellido —Rasmussen.
Los años ya le pesaban a don Tiburcio. Estaba bastante sordo y nuestra plática tuvo que ser de mi parte a gritos repetidos. A punto de despedirme con el gusto de haberlo visto vivo, don Tiburcio insistió en enseñarme un manuscrito sobre plantas medicinales que hacía 30 años, antes de perdernos de vista, habíamos acordado que él realizaría. Fue cuando abrió su archivo y biblioteca de maravilla: un bote de pintura que además le servía de base para su mesa de comer. El documento etnobotánico resultó un poco decepcionante, con poca información. Pero el bote guardaba sus tesoros. Allí estaban tres documentos con textos y dibujos de don Tiburcio. Entre ellos, La historia de Tiburcio, terminado en 1994 —por cierto, publicado posteriormente en 2015, ya con todos los colores de sus dibujos, por la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán.
Otro manuscrito resguardado en el bote era una descripción fantástica: “Historia de la Revolución del Pueblo de Bolonchén Ticul, Cam. El año de 1918”. ¡Escrito a sus 87 años! ¿Quién podría igualarlo? Describe un combate en su pueblo natal, Bolonchén de Rejón, cuando las fuerzas revolucionarias del Gen. Salvador Alvarado chocaron en 1915 (y no en 1918) con las fuerzas organizadas por hacendados conservadores. Sobre la encarnizada batalla que fue brutal, los dibujos de don Tiburcio no se quedan atrás de los grabados del pintor Goya sobre la guerra.
Este documento ya fue publicado por el ’Centro Peninsular en Humanidades y en Ciencias Sociales de la UNAM – Universidad Autónoma de México- en Yucatán en 2016.
El tercer documento, no menos interesante, era una especie de hamaca-sutra ilus-trada sobre la vida erótica de los campesinos mayas. Como dicen, las ganas son las ganas y ni calman con los años.
Al darse cuenta de que su primer libro, La historia de la vida de Tiburcio Tzakun Cab y la fomentacion del ejido Polhuacxil, terminado en 1970, se había perdido, me imagino que por pura rabia, porque lo lamentó mucho, se puso a reescribir la historia de su vida.
No obstante, con base en mis fotografías, se logró editar La historia de la vida de Tiburcio Tzakun Cab y la fomentacion del ejido Polhuacxil. Existen muchos estudios académicos sobre el movimiento agrario y el reparto de tierras. Para el caso de Yucatán se han escrito bastantes libros sobre la zona henequenera y sus problemáticas. Pero, sobre las zonas milperas y ganaderas y la colonización en el este y sur del estado, ¿qué tanto se ha escrito?, ¿cuántas descripciones sobre la formación de un ejido han sido escritas por un ejidatario que vivió y participó activamente en todo el proceso? ¡Muy pocas!
Don Tiburcio tuvo el gusto de asistir a la presentación de su libro en el pueblo de Tzucacab el 12 de mayo 2012, celebrando además sus 101 años con pastel y “mordida”, rodeado de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.
Don Tiburcio falleció justamente para el hanal pixan, el 2 de noviembre de 2012, despidiéndose con sus últimas palabras: “Ya me voy, ya me voy”.
Da rabia pensar que un documento tan valioso para la historia de Yucatán puede desaparecer tan fácilmente en una institución cuya función es precisamente la conservación y divulgación de la cultura popular. Uno se pregunta, ¿cómo pudo perderse? y ¿quién lo tiene ahora?
Pero con eso no termina lo inverosímil en el caso de los documentos de don Tiburcio. ¡A ver!
Cuando en julio de 2010 tuve la gran satisfacción de encontrar a don Tiburcio vivo y, además, descubrir sus tres manuscritos en su bote de pintura, regresé con un scanner —no quería correr el riesgo de que se perdieran otros documentos— y copié todo. Con entusiasmo le propuse a la UNAM-Campus Mérida —una reconocida institución académica— publicar los tres documentos encontrados. La respuesta fue la siguiente: “… el material nos parece en efecto interesante, PERO REQUIERE DE UN GIGANTESCO TRABAJO EDITORIAL que difícilmente podríamos asumir este año dado que estamos saturados de publicaciones y además el dinero se encuentra ya comprometido.” Luego no supe nada más.
Grande fue mi sorpresa al enterarme cinco meses después, que un equipo de la institución realmente había apreciado el valor de los documentos y por eso había ido a la casa de don Tiburcio y escaneado todo. Trataron de explicármelo con argumentos poco creíbles, pero yo me olí la transa. Con el consejo de mi sabia esposa Silvia y de acuerdo con don Tiburcio y su familia, registramos los documentos de su autoría en el Instituto Nacional del Derecho de Autor (INDAUTOR) e iniciamos los trámites para la publicación de otras ediciones, que llegaron a un final feliz.
La persona que con dolo había escaneado los libros siguió silenciosamente con su plan de publicarlos hasta que se topó con el duro e inevitable registro de los documentos. Trató de llegar a un arreglo, lo que me pareció interesante reconociendo su sabiduría académica. Pero aparentemente carece de la sabiduría del sentido común, porque pretendió una edición con todos los beneficios para él, sin querer ceder o entender lo insostenible de su exigencia. Ni modo, se quedó afuera del baile.