Terminando el curso para formar promotores culturales, cada investigador comenzó a definir y concentrarse en su propio campo de investigación. Max y yo coincidimos en el trabajo a seguir, no porque fuéramos dos daneses concurriendo en la misma unidad de investigación —aunque sí ayuda compartir la misma cultura y entender todas sus reglas subculturales—, sino porque teníamos intereses de investigación que compaginaban.
A Max, como etnomusicólogo, le interesaba grabar la música campesina maya, y a mí registrar las fiestas populares, su organización y fundamento. Sentimos que podíamos apoyarnos mutuamente. Y por qué negarlo, dos daneses hablando danés se entienden perfectamente.
Las celebraciones para festejar al santo patrón o patrona de un pueblo son organizadas por los integrantes de los gremios, que son llamados los “encargados” de la fiesta. En los pequeños pueblos los gremios son de “agricultores”, de “señores”, de “señoritas”, etc. En pueblos más grandes hay gremios de los diferentes oficios tradicionales, como “alarifes”, “plateros” o “carniceros”, entre otros. Las fiestas duran entre 3 y 15 días, en los que cada día encabeza la procesión un gremio distinto.
Durante nuestras exploraciones iniciales visitamos casi todos los pueblos al oriente de Valladolid, para finalmente concentrarnos en Xalau, en el municipio de Chemax, y en Xocén, en el de Valladolid. Max con su grabadora y yo con mi cámara.
En todas estas fiestas se consume una gran cantidad de alcohol, y no precisa-mente del más refinado. Constantemente te ofrecen un trago, y como tampoco quiere uno ser grosero, ni modo, tienes que tomar. El resultado para mí era un tremendo dolor de cabeza y cierta incapacidad para enfocar la lente fotográfica.
No es que sea abstemio, pero en mi estancia como antropólogo en Ecuador sufrí un fuerte ataque de hepatitis, y desde eso he bajado considerablemente mi consumo de alcohol o, más bien, no tomo. Para poder participar en las fiestas sin tomar y sin ofender a los anfitriones descubrí una buena salida. Puedo decir: “¡Muchas gracias, pero estoy tomando medicina y el doctor me prohibió tomar!”. Eso sí es respetado, y yo puedo seguir tomando fotos y notas, y despertar al día siguiente sin dolor de cabeza.
La primera vez que uno llega a tomar notas y fotografías de una fiesta del santo patrón implica un trabajo de 24 horas, porque siempre hay algo nuevo que observar y registrar. Para llegar a la pequeña ranchería de Yaxché tuvimos que caminar más de cuatro horas por pequeñas brechas. La gente del pueblo nos prestó amablemente una pequeña casa de paja y palos situada enfrente de la plaza. Tenía la ventaja de que desde ahí podíamos observar “todo” y estar siempre alertas y listos. La desventaja era la falta de cierta privacidad para quitarnos el sudor con un baño y para hacer nuestras necesidades. Allá nos hospedamos los cuatro días que duró la fiesta. Fue una gran experiencia y aprendizaje, pero no cabe duda de que después de la última corrida y la jarana con que terminó la fiesta, no tardamos ni un segundo en emprender el regreso a nuestro “home sweet home”.
Para la diversión y para tener carne durante las fiestas patronales siempre hay corridas de toros. En los pueblos pequeños son los hombres jóvenes los que torean.
En medio de la plaza del pueblo, los “encargados” arman con palos y sogas un ruedo. En una corrida que observé en el pequeño pueblo de Yaxché, el ruedo era bastante sencillo, hecho solamente de palos encajados ligeramente en la pedregosa tierra y palos transversales formando el círculo, pero de forma tan precaria que un par de toros lograron escapar varias veces durante la corrida. Las mujeres que estaban “gustando” (como le dicen en Yucatán al hecho de disfrutar de algún entretenimiento) la corrida, salieron pegando de gritos cuando de repente vieron al toro a su lado.
En el pueblo de Chemax, que es más grande, se construyen ruedos de hasta tres pisos para los espectadores. Los jóvenes campesinos que torean en los pueblos pequeños, por lo general ya están bastante animados por el alcohol, pero afortunadamente los toros no son muy bravos, más bien se comportan desorientados en su nuevo ambiente. Accidentes pasan, pero no muchos. En los pueblos grandes, en cambio, actúan toreros semi-profesionales. Los toros son proporcionados por los ganaderos locales. En general, son de la especie cebú, no muy bravos, que se preocupan más por salir del ruedo que por embestir a los toreros. Al primer toro siempre se le da muerte, para utilizar la carne fresca en la preparación del “chocolomo”, que es el plato selecto en los días de fiesta. El resto de los toros, entre 2 y 10, se torean un rato y luego son sacados para que entre el siguiente. El cambio lo ejecutan valientes vaqueros que a toda velocidad entran a la arena tratando de lazar al toro con sus reatas.
Tomar notas, grabar y fotografiar fue el trabajo que Max y yo hicimos en los años 1982-1983. Hicimos un dummy para un libro con las piezas de música transcritas en pautas por Max y unas 100 fotos mías. ¡Pero nunca se publicó el libro! Quiero admitir que en un principio a mi texto le faltaba profundidad, pero no tuve tiempo para terminarlo dado que cambié de institución de trabajo.
Max publicó en 1999 su libro Música Divina de la Selva Yucateca, a través de la Dirección General de Culturas Populares. Habíamos acordado incluir unas 20-30 fotos mías que yo envié para tal efecto, pero desgraciadamente en el departamento de publicaciones se perdió no solamente la primera entrega de mis fotos, sino también la segunda. Cuando me las pidieron por tercera vez, además sin ofrecerme un sólo centavo por lo menos para el material, pensé que ¡no era para tanto! y el libro salió sin una sola foto.
Yo salí de Culturas Populares para empezar a trabajar como fotógrafo en el INAH en 1983. Max se quedó en Culturas Populares hasta su jubilación. Siempre quejándose del salario que cada vez le alcanzaba para para menos, y del desinterés que percibía en Yucatán por su gran trabajo y luego en el Estado de México, en la zona mazahua, donde con su propio dinero grabó la música tradicional. Pero en realidad, en El Oro donde vivía con su esposa Malena y su hija Erica, tenía la libertad de hacer lo que quería. Y no fue poco lo que documentó y grabó de la música tradicional. En 2006 pudo publicar otro libro titulado Música en la Tierra Mazahua. Para conservar sus grabaciones en buenas condiciones y recuperar algunos gastos que no podía cobrar en México, ofreció su colección de 198 cintas al Archivo Folklórico de Dinamarca. Con justa razón.
Max murió en 2009, manteniendo hasta el final su buen humor de sana ironía y el gozo por la vida. Quejándose como siempre de que los mexicanos no hicieran las cosas a la manera danesa, pero en realidad viviendo muy felizmente con los mexicanos. Guardo muchos buenos recuerdos de él y del trabajo que hicimos juntos.