La platería yucateca se originó en la colonia. Anteriormente, los antiguos mayas fabricaron joyas a base de jades, jadeítas, conchas y caracoles.
Las joyas de oro y plata no se desarrollaron porque no existen yacimientos en la Península de Yucatán; pero sí conocieron y usaron como objetos sagrados, discos de oro del centro de México y objetos importados de Panamá (Coe, 1980: 131).
Con la llegada de los conquistadores españoles y sus costumbres, comenzó a enraizar la tradición de trabajar los metales preciosos.
Según testimonios de los primeros españoles que vivieron en Yucatán, los primeros orfebres y plateros fueron algunos de los soldados que venían con Montejo y también, algunos de los primeros frailes.
Fabricaban objetos del culto eclesiástico, así como objetos de uso personal (Hernández, 1977:873).
A partir de esos primeros artesanos y sus aprendices, se empezó a formar el grupo de plateros y orfebres que desarrollaron las técnicas traídas por los españoles como el esmalte, la filigrana, el cincelado, el repujado, el grabado y las montaduras de piedras preciosas. Desde entonces se introdujeron diseños y motivos europeos, como los objetos personales asociados a la nueva religión: rosarios, cadenas con cruces y medallas representando vírgenes y santos; veneras, arracadas, medias lunas y otros.
Poco a poco, los frailes se fueron especializando en la elaboración de objetos del culto religioso, mientras que los indios y los mestizos se dedicaron a hacer alhajas para adorno personal. En la actualidad, la tradición de fabricar objetos eclesiásticos se ha perdido completamente. Sólo se ha conservado la manufactura de objetos para adorno personal.
Carecemos de información directa sobre cómo se organizaba el trabajo en el pasado. Sin embargo, considerando que la joyería tradicional ha sido y es artesanal, y que aún existe restos de las antiguas organizaciones gremiales, podemos imaginarnos que siempre estuvo organizado el trabajo en pequeños talleres artesanales en los que había tres categorías básicas de trabajadores:
Tampoco tenemos información sobre la cantidad de plateros y su distribución, durante la Colonia y la Independencia, pero suponer que, al menos en las ciudades grandes, existían plateros; sabemos que para fines del siglo pasado y principios de éste, había plateros en Mérida, Valladolid, Peto, Ticul, Motul, e Izamal.
Las grandes riquezas que florecieron con la producción henequenera, que hicieron de Yucatán el estado más rico del país, también favorecieron el consumo del oro. Prueba de ello es el gran número de talleres y plateros que se registran para ese tiempo. Según Suárez Molina, existían para 1878, 87 platerías y para 1900, el censo registra 380 plateros, ubicando como centros principales a ”…Mérida con 194 plateros, Temax con 25, Valladolid con 23 e Izamal con 21. ” (Suarez, 1977:368). Los grabados y fotografías de la época también reflejan el importante consumo de alhajas de oro.
En la década de los cuarenta y cincuenta, hubo un florecimiento de la platería. Sobre todo, se produjo filigrana de plata para venderla en el extranjero.
Es en este tiempo cuando por primera vez se aplicó la técnica de la filigrana a la plata en Yucatán, pero, repetimos, orientada a un mercado exterior porque el mercado interno siempre ha demandado filigrana de oro.
En Mérida había grandes talleres con más de 30 trabajadores. Allí se aprendía el oficio y desde el principio, se les pagaba a los aprendices. Se pagaban por gramo trabajado considerando una merma de 10% sobre 100 gramos ya que, al limar el metal siempre se perdía algo. El taller ponía la herramienta, las materias primas y auxiliares y el local. Los patrones eran plateros y se dedicaban a enseñar, dirigir y organizar la producción. Se producían hasta 50 kilos semanales de plata. En el taller había cierta división del trabajo. Unos preparaban material, otros armaban las piezas, otros soldaban y otros más, hacían el acabado.
Al calor de estos talleres surgieron las primeras mujeres que entraron al oficio, pues en estos se favoreció que fueran ellas quienes hicieran el llenado de la filigrana, tomando en cuenta su cuidado y paciencia.
Aunque en estos talleres existía cierta tendencia a la industrialización del trabajo, en realidad eran artesanales, porque prácticamente todo el proceso de trabajo era manual. Además, el dueño era un trabajador más del taller y les pagaba por obra a los empleados.
Cuando el Seguro Social comenzó a ser obligatorio para los trabajadores, a fines de la década de los cincuentas, -hecho que coincide con el alza de la plata- los grandes talleres cerraron porque no podían pagar el seguro de tantos empleados.
Algunos de los dueños de taller abandonaron la platería y se dedicaron a otros negocios, y lo mismo sucedió con los que trabajaban para ellos: algunos se fueron a trabajar como cordeleros, otros como plateros y otros más como meseros.
Hubo plateros que se restringieron a su tallercito y siguieron trabajando a pequeña escala. Una minoría de los dueños de taller, envió a sus empleados a sus casas con herramienta y todo, y se inauguró el sistema de maquila. Este sistema consiste en que una persona con capital entrega material a los trabajadores en sus domicilios, luego recoge los productos y paga la obra de mano. La maquila a quien favoreció más, fue a los comerciantes de alhajas, porque los convirtió en patrones de los artesanos, aunque sin los compromisos de un verdadero patrón debe tener con sus trabajadores.
Como consecuencia de los cambios producidos por el alza de la plata y la introducción del Seguro Social, tenemos entonces que, por un lado, se orientó la producción hacía artículos de oro dirigidos a un mercado regional y nacional, quedando la exportación en segundo término. Por otro lado, cambió la estructura de organización del trabajo, pues desaparecieron los grandes talleres y se multiplicaron los pequeños, con menos trabajadores (10, 20, 30 trabajadores). Estos talleres se volvieron maquiladores de los comerciantes y de los fabricantes comerciantes, que son los que maquilan lo tradicional a los artesanos, fabrican alhajas con maquinaria en talleres ocultos de su propiedad, y tienen tiendas donde venden ambos tipos de productos.
En 1968 hubo una nueva crisis provocada por un alza en el oro. En ese tiempo los comerciantes empezaron a especular. Dejaron de comprar a los plateros y dejaron de vender. Muchos plateros se arruinaron (según informes que nos dieron, cerca de 60 personas se fueron a trabajar a Los Ángeles) y otros recurrieron a la formación de una cooperativa.
La cooperativa se enfrentó a problemas externos e internos. El problema externo principal fue el bloqueo por parte de los joyeros que estaban muy enojados por la perspectiva de independización de los plateros. El problema interno principal fue el mal manejo del dinero por parte de los directivos de la cooperativa que crearon la desilusión y la desconfianza entre los plateros, quienes optaron por retirarse.
Después de esa crisis, nuevamente se fue estabilizando la situación y se reestructuró, más o menos, en base al modelo anterior, pero con la diferencia de que los talleres existentes hoy en día, no llegan a tener más de diez empleados.