La joyería, como cualquier otro aspecto de la vida cultural, está ligada a la tradición y también a los cambios sociales. Permanencia y evolución, aspectos de la vida social, se reflejan en toda la vida material de un pueblo.
Es claro que, durante la conquista y la colonia, la joyería asociada a la antigua sociedad prehispánica, fue desplazada y sustituida por la joyería de la cultura dominante española. Los materiales, los símbolos y las formas asociadas a la vida prehispánica (jade, caracol, conchas; representaciones de dioses, sacerdotes, guerreros; grecas, glifos) fueron sustituidos por el oro y la plata y por las técnicas venidas de España y por figuras religiosas cristianas como cruces, veneras, santos, vírgenes y formas como la arracada, la media luna, el ramillete, etc.… una vez internalizada la cultura dominante, van a desarrollarse diferencias en la joyería que reflejan las diferencias sociales de la nueva sociedad.
Con el paso del tiempo, hay aspectos relacionados con la joyería que permanecen, y otros cambian en virtud de las nuevas determinadas sociales.
La permanencia de la tradición se advierte en varios aspectos de la cultura que se describen a continuación.
Muchos de los diseños que ahora se hacen, fueron desarrollados tiempo atrás, como el abanico, el ramillete, la calabacita o el rosario en filigrana; las veneras y los engarzados, en grabado; las medallas y los escudos en vaciado; la flor de lis, la estrella, el pavo real, los pájaros y las flores, en esmalte (ver diseños en la parte dedicada a las técnicas.)
En Valladolid, al oriente del estado, subsiste el Gremio de Plateros. Antiguamente, también los plateros de Mérida y de las otras poblaciones estuvieron organizados en gremios. Aunque las organizaciones por actividad productiva, existieron desde la época prehispánica, el gremio tiene su origen en la sociedad española y de allí se transmitió a la Nueva España. Es una organización con fines de protección del oficio y de las personas que lo desempeñan. La organización gremial establecía una serie de reglas para admitir a nuevos miembros y, por lo tanto, regulaba la cuestión del aprendizaje y las jerarquías internas. Había aprendices que, por medio de un convenio, se comprometían a ciertas obligaciones, así como los maestros se comprometían a otras. Había oficiales, que eran los que ya conocían el oficio y trabajaban para un taller, y había maestros, a cuyo cargo estaba el taller, su dirección, su organización, y la enseñanza. El gremio también tenía obligaciones religiosas. Cierta parte de las cuotas y contribuciones, entregadas por los agremiados, se dedicaba para gastos de las fiestas de los santos patronos.
En la actualidad, el gremio de plateros de Valladolid, que es el único que subsiste en su ramo, tiene una función meramente de cooperación religiosa para las fiestas de la ciudad.
Los campesinos mayas de la región milpera, son los más tradicionales del estado. En algunos de sus pueblos existen todavía costumbres muy anejas que, seguramente, estuvieron más extendidas en la antigüedad.
Lo que vamos a describir es información proveniente de Xocén, lugar donde existe un santuario con una milagrosa cruz de piedra que, según ellos, nació de la tierra y constituye “el centro del mundo”.
Allá, desde que nace una niña, igual que en todo el país, inmediatamente se le agujerean los lóbulos de las orejas y se les pone un hilo, para que se forme el hoyo donde llevarán los aretes que, hasta su muerte, las identificaran como mujeres.
Para el bautizo, – que es el primer evento del ciclo de vida en que se le incorpora a la sociedad humana, desde el punto de vida cristiano, y que idealmente ocurre a los dos meses de su vida-, sus padrinos le regalan sus aretes y quizás una soguilla con medallita o una esclava. Hay muchos diseños apropiados para niñas, que trabajan los plateros de Valladolid: “pepitas”, “herraduras” “florecitas” de lis. “trebolitos”, arracaditas, etc…
Un mes después, para el jetz mek, sus padrinos le regalan lo que le faltare. Si ya tiene soguillita, le regalan su esclavita, o viceversa, o si no tiene aretitos, pues se lo dan. El jetz mek es la ceremonia en la que se le sienta de horcajadas por primera vez en su vida, representa su entrada al mundo como mujer. En esa ocasión, – que se realiza a los tres meses, porque el fogón donde va a cocinar tiene tres piedras -, se le hace tocar la mesa donde va a tortear las tortillas, para que sea buena torteadora; pero también se le hace tocar un cuaderno y pluma para que aprenda a leer y escribir. Al comenzar la ceremonia, lo primero que se hace es vestirla con su hipilito bordado y completarle sus alhajas.
El matrimonio constituye la siguiente y más importante ocasión del ciclo de vida en que la mujer maya recibe alhajas. El procedimiento para un matrimonio adecuado, exige dos conciertos: uno chico y uno grande, antes de la boda. En el primer concierto, el novio y sus padres entregan a los padres de la novia, ciertos regalos entre los que hay refrescos y pan, y con ellos se solicita el permiso de visitar a la muchacha. En el segundo concierto, se pueden adelantar algunas alhajas, que se entregan junto con el terno blanco de boda y otras prendas anexas. La tradición señala que se deben de dar: una cadena de “dos vueltas” con sus medallas y seis “escudos” una esclava, unos aretes y dos o tres anillos.
Durante la ceremonia de boda, uno de los momentos culminantes es la entrega del oro. Este lo entregan los padres del novio a la novia en una jicarita con cacao y encima cubren el oro con flor del chak sikin (Caesalpinia pulcherrima (L.) Swartz). Esta forma de entrega solo la hemos observado en Xocén y creemos que es de origen prehispánico, ya que el cacao fue usado como dinero en la antigua sociedad maya y todavía, en el siglo pasado, se usaba como moneda (Stephens, 1963: 114, T.1).
Aunque todas estas costumbres que se observan en Xocén, ya no se presentan de igual modo en otras partes, lo cierto es que todavía existen fragmentos de ellas en diversas partes de Yucatán y la importancia del oro sigue vigente.
Las campesinas yucatecas que usan el hipil y el fustán -que son las prendas tradicionales, correspondientes a un vestido y un medio fondo occidental- son llamadas “mestizas”. Parte indispensable que acompaña a dicha indumentaria son el rebozo y, especialmente, las alhajas. Ya vimos que, desde muy temprana edad, las niñas reciben su oro y que los más importante de los regalos que el novio entrega para el matrimonio, son las alhajas.
Estas acompañan a la mujer desde que nace hasta que muere. En la vida diaria siempre porta aretes y una que otra alhaja, y cuando hay fiesta, se pone todo lo que tiene y, a veces hasta lo que no tiene. Cuando las muchachas no tienen alhajas lujosas (aretes grandes y cadenas) e hicieron promesa de bailar jarana en la vaquería, que es el baile ritual que abre las fiestas patronales, las rentan. Es muy importante, si se baila para el santo, que una vaya vestida “como Dios manda”
Para las mujeres, el oro de boda es sumamente importante porque es prácticamente lo único que le pertenece sólo a ella y sobre lo que tiene decisión absoluta. Es un rincón de su autonomía. Sólo se desprende de él en caso extremo de necesidad económica. De ser posible se empeña y luego se recupera. Su venta es menos frecuente. Lo que sí es común, es que se compren otras alhajas de oro cuando hay venta de maíz, de gallinas de puercos o de ganado. Estas se consideran como una inversión que, de paso, adorna. Si hay enfermedad o un gasto imprevisto necesario, se venden o empeñan. Es más fácil vender estas alhajas que las que se entregaron para la boda. Estas se conservan y se heredan a las hijas o sobrinas, al morir.
Las “mestizas” consideran que comprar joyas de fantasía es botar el dinero y por eso, hasta la gente más pobre procura tener oro. No es exagerado decir, por todo esto, que una “mestiza” sin oro no es “mestiza”.
Pero, así como hay aspectos culturales que se conservan, hay otros que se transforman o desaparecen, porque así lo exigen las nuevas condiciones de existencia.
El rosario de filigrana de oro, prenda que identifica a Yucatán, se usó mucho durante la época de las haciendas, entre las ricas descendientes de las familias españolas y entre las mestizas de origen colonial, o sea, las descendientes de la mezcla entre indios y españoles, pero no entre las “mestizas” descendientes de las indias.
Esta prenda se formaba de bolas tejidas de filigrana, y a veces se combinaba con cuentas de coral. Se remataba con una gran cruz, también tejida en filigrana.
Para las nuevas “mestizas”, que en realidad eran las descendientes de las indias, era difícil comprar un rosario. El único modo en que una “mestiza” podía acceder a tal prenda era a través de sus patrones. Se dice que, en ese tiempo, los patrones acostumbraron regalar a las viejas sirvientas, como símbolo de gratitud, un rosario de filigrana de oro. Después de la Revolución y el reparto agrario, el acceso al consumo de rosarios de filigrana de oro, se abrió a más sectores de la sociedad. En este tiempo el rosario se convirtió realmente en uno de los elementos que identificaban a buena parte del pueblo yucateco, pero no a todo, pues las “mestizas” de la zona milpera, se han identificado por el uso de alhajas esmaltadas y nunca han usado la filigrana.
En la actualidad, el rosario de filigrana de oro conserva su carácter de símbolo de identidad, pero en la práctica no se consume, porque se refieren alhajas más modernas y porque es muy caro. Los que existen son antigüedades que conservan las familias ricas, pero que todavía se usan en ciertas ocasiones que marca la tradición.
En Mérida y en la región henequenera, el uso del rosario de filigrana de oro ha estado asociado al uso del terno, que es el traje que identificó a las antiguas mestizas coloniales y que actualmente se conserva como traje de lujo, tanto entre las “mestizas” campesinas, como entre las mujeres urbanas de las clases media y alta.
Actualmente, tanto el terno como el rosario de filigrana y otras alhajas tradicionales de oro, se utilizan, principalmente, para la “vaquería”, que es como le llaman en Mérida a la famosa “noche regional” del carnaval. En esta ocasión todas las comparsas desfilan con traje regional y en los clubes de la gente rica, se lucen elegantísimos ternos bordados de hilo contado, que es como se llama al punto de cruz en Yucatán. En esta ocasión la gente rica porta sus antiguas alhajas heredadas o compradas, entre ellas, el rosario de filigrana. En las comparsas, las mujeres de clase media y baja, adornan sus ternos con rosarios de fantasía. La “vaquería” meridana se diferencia de la vaquería tradicional de los pueblos, en que ésta tiene un carácter religioso, pues es el baile de jarana que se hace la primera noche de la fiesta patronal, para darle apertura. En ella, muchas muchachas bailan por promesa al santo patrón. La “vaquería” de Mérida, en cambio, es parte de una fiesta popular como el Carnaval que, aunque en origen se asocia a la Semana Santa, ya tiene un carácter más profano.
Volviendo a nuestro punto, el rosario de filigrana de oro, aunque se conserva, ha reducido el ámbito de su real y actualmente es más un símbolo.
Antiguamente, entre los indígenas mayas rebeldes de Quintana Roo -autodenominados Cruzo’ob-, se acostumbraba que los hombres usaran arracadas en una oreja. Después, durante la última fase de la existencia de las organizaciones, reducto de tal guerra, sólo los jerarcas de la organización militar-religiosa conservaron la costumbre de usar tales alhajas y, entonces, se convirtieron en símbolo de dicha organización. Este es un ejemplo de una antigua costumbre que ha desaparecido completamente.
Hoy en día, en Yucatán, las diferencias socioeconómicas regionales y las diferencias de clase, se reflejan, entre otras cosas, en las alhajas (Terán, 1988). Las campesinas mayas de la zona milpera que es la más tradicional, tienen una marcada preferencia por el uso del oro esmaltado que es el que refleja mejor el gusto indígena por los colores y los adornos de pájaros y flores.
Este gusto, por cierto, también se expresa en los coloridos hipiles bordados que caracterizan a la región.
La zona agrícola comercial, en el sur del estado, que es la única en la que se ha formado una clase de campesinos acomodados, ha propiciado el gusto por las alhajas de filigrana de oro, que son las más refinadas y caras. En concordancia con esto, en el terreno de los hipiles, las “mestizas” ricas del sur, prefieren el bordado renacimiento, que es la “filigrana” del bordado.
La zona henequenera, que es la más pobre del estado, ha favorecido el uso de unos aretes de oro; trabajados con una técnica que se llama cartón, que llevan menos oro que los aretes esmaltados de la zona milpera, que llevan menos trabajo que la filigrana, y que, por ser más resistentes, no requieren de muchos gastos de mantenimiento como reparación y limpieza. También en esta zona, como en las otras, existe su contraparte equivalente en el bordado. Los hipiles aquí predominantes son los sombreados de un solo color, que son los más baratos porque tienen poco hilo y poco trabajo.
El occidente del estado y la zona henequenera, que colinda con campeche y que se conoce como Camino Real, -seguramente por el viaje que por esos rumbos realizara la Emperatriz Carlota-, se ha caracterizado por el uso preferente de las alhajas de escarche. Es por eso que la especialización en escarche, en 1978, la encontramos en talleres de Maxcanú, Halachó y en Mérida.
Por otro lado, las clases medias y altas de cualquier región, ha sustituido el uso de alhajas tradicionales por el uso de pulsería moderna, igual que la podemos encontrar en cualquier lugar del mundo como las cadenas florentinas de tres oros o las soguillas cartier. Sólo cuando hay alguna fiesta tradicional, utilizan las alhajas de filigrana, como ya lo mencionamos, pero el cartón o el esmalte no lo consumen, porque son ”aretes de india”, demasiado identificados con la cultura campesina maya.
Independientemente de la región y el estilo que predomine, entre los campesinos, el consumo de oro no sólo está asociado a su identidad cultural. Lo más importante es que juega, como ya lo mencionamos, un papel considerable como camino de ahorro. Es frecuente que, cuando tienen dinero, después de la cosecha de maíz o cuando se vende un puerco o una res, compren oro con el objeto de conservar su dinero y, en cualquier emergencia que tienen, lo venden, lo empeñan o pagan con él.
Este aspecto explica por qué el mercado campesino ha constituido un factor importante para la conservación del trabajo de platero y para la conservación de la platería yucateca. Mientras existan condiciones que permitan que el campesino sea un consumidor de alhajas, la platería, con sus diseños tradicionales, seguirá subsistiendo en mayor o menor grado.