El hoy, continuidad del ayer
Nuestra primera visita a Xocén fue en 1982. En visitas posteriores nos dimos cuenta de que en ese pueblo tan sencillo en su cultura material, existía una tradición oral de una riqueza inigualable. Quizá porque no se ha profundizado en otros pueblos, pero para nosotros la cultura oral de Xocén no se compara con la de ningún otro pueblo yucateco.
La sorpresa mayor fue cuando, después de cuatro años de visitar esta comunidad, platicando sobre la Santísima Cruz, un compadre nos dijo que allí, en Xocén, ¡todos eran itzáes!, porque descendían de los antiguos pobladores de Chichén Itzá, y nos contó una historia. Dijo que cuando llegaron los españoles, el batab (jefe) de Xocén y otros nobles, transformados en lagartijas, se fueron, a través de las aguas subterráneas, a Cobá. Antes de irse, el batab le ordenó a unos de sus hombres que se quedaran a ver cómo eran los españoles y que después los alcanzaran en Cobá, con la información del aspecto de estos extranjeros, para así poder enfrentarlos.
No queremos postular que no existe, pero para nosotros fue la primera y última vez que conocimos un pueblo maya yucateco que tenía plena conciencia histórica.
Es altamente probable que el estatuto sagrado de Xocén provenga de la época prehispánica y que, desde aquellos tiempos, haya sido un santuario tal vez dedicado a Cháak, la deidad de la lluvia. Recordemos que la Relación de Xocén es la única que menciona que se rendía culto al “Dios de sus panes”. Lo mismo sucede en la memoria sobre tantos cháako’ob (deidades de la lluvia) de ambos géneros que reportamos en este libro.
Llama la atención que existan pocos estudios sobre este interesante pueblo. Quizá sea porque sus pobladores, conscientes de su identidad y de su valor, no permitían tan fácilmente que los investigadores entraran a Xocén.
Para nosotros, el presente maya, con todos sus cambios, representa una continuidad de su pasado. En el hoy vemos vivir y revivir constantemente la historia de un pueblo que, desde luego, se transforma, incorporando elementos nuevos a su cultura, renovando y recreando lo antiguo con lo nuevo; sin embargo, conservando aún la lógica cultural ancestral. Esto ha ocurrido en la medida que la milpa, eje de la cultura milenaria, aunque golpeada, ha seguido siendo importante en la comunidad.
Este enfoque lo pudimos comprobar plenamente en la agricultura. Cuando comparamos las Relaciones históricas-geográficas de la gobernación de Yucatán, del siglo XVI, con la
información de las milpas del Xocén de 1980, constatamos que lo que describieron los encomenderos de aquel siglo, no era otra cosa que la milpa maya tal cual como se le conoce hoy, a excepción de cambios cuantitativos, pero no cualitativos.
En el terreno religioso, como ejemplos de la continuidad, aludiremos a tres casos solamente: los cháako’ob, San Miguel Arcángel y el cuidador de venados Siip; aunque hay muchos más como veremos en otros temas que reflexionamos más adelante.
Los cháako’ob, también conocidos como chaques en español, que, como ya mencionamos, son los dioses y diosas de la lluvia, y que aún tienen influencia en varios pueblos de Yucatán, son descendientes de los antiguos dioses de la lluvia a que hacen referencia los arqueólogos, de acuerdo a las interpretaciones de la iconografía maya.
En otro libro* que nosotros escribimos sobre estos dioses y su actual culto en Xocén, proponemos que se usen estos datos para dar luz a la información que sobre los dioses y diosas de la lluvia aparece en códices, vasos, piedras y muros. La existencia de tantas diosas de la lluvia como dioses en Xocén, es un evento inédito que debería de ser investigado por los etnólogos y usado por los arqueólogos para interpretar la antigua iconografía, y más ahora, que ya se ha ido descifrando la escritura maya y se conocen muchos textos.
San Miguel Arcángel, que es el comandante de los cháako’ob de acuerdo con los mayas de Xocén y de otros pueblos como Chan Kom y Tixcacal Guardia, pudiera ser el heredero de funciones antiguamente ejercidas por el dios Kukulkán (serpiente de plumas), de acuerdo con informes etnográficos de Xocén. Un dato a favor de esto es la iglesia de Maní, cuyo patrón es San Miguel Arcángel y que está construida sobre un cerrito que cubre una antigua pirámide dedicada al mismo Kukulkán.
Los múltiples entes sobrenaturales que habitan el monte (así llaman en Yucatán a su selva) actual, deben de haberlo habitado desde tiempos prehispánicos. Un ejemplo de clara continuidad lo vemos en Xocén en el caso del cuidador de venados Siip, quien es registrado por el viejo Fray Diego de Landa en su famosa Relación de las Cosas de Yucatán, del siglo XVI.