Terminé mis estudios en Antropología Social en la Universidad de Copenhague en 1972. Por motivos teóricos, mi tesis de maestría se basó en las obras del antropólogo Robert Redfield. Él había hecho su trabajo de campo en el pueblo de Chan Kom, en Yucatán, en las décadas de 1930-1940, con el patrocinio de la Carnegie Foundation; y formaba parte del equipo de arqueólogos, artistas y exploradores que trabajaban en la reconstrucción de Chichén Itzá. Redfield hizo, conjuntamente con el profesor y luego antropólogo Alfonso Villa Rojas, el importante estudio sobre el pueblo de Chan Kom.
Mi tesis de maestría fue una evaluación y crítica del folk-urban continuum desarrollado por Redfield, sobre la base de sus estudios en comunidades de la Península de Yucatan: Tusik —en lo que hoy es Quintana Roo—, Chan Kom, Dzitás y Mérida. A mí, Yucatán no me llamaba especialmente la atención, simplemente era el lugar donde Redfield sustentaba su teoría y, por tanto, donde yo podía obtener material para mi tesis. Además, tengo que admitir que como nunca había estado en Yucatán, además de la falta de experiencia personal, las largas descripciones etnográficas me parecieron aburridas. No imaginaba entonces que allá iba a pasar la mayor y mejor parte de mi vida.
Terminando mi carrera tuve la oportunidad de hacer una visita breve a Yucatán. Mi objetivo naturalmente era llegar a Chan Kom y verlo con mis propios ojos. Tenía una cita con el maestro Alfredo Barrera Vásquez que tenía su oficina en el Palacio Cantón en el Paseo Montejo, en Mérida. Me recibió muy amablemente y me puso en contacto con un joven estudiante, Juan Ramón Bastarrachea. En un Volkswagen rentado, Juan Ramón y yo nos fuimos a visitar Chichén Itzá y por supuesto Chan Kom. Allí tuve la suerte, por casualidad, de presenciar brevemente una ceremonia de Cha Chaak, la que celebran los campesinos para pedir agua a los dioses de la lluvia. No imaginaba que con este viaje estaba marcado mi futuro en Yucatán.
Lo cierto es que este viaje a Yucatán y al centro del país despertó mi entusiasmo por México y empecé a buscar la manera de regresar.
Pero, ¿cómo?
Como tantas veces en la vida que, como a Aladino, me ha caído una naranja en el turbante, ahora mi buena suerte me guió hasta el sociólogo holandés Gerrit Huizer.