Debido a la falta de un aprendizaje profesional de la fotografía, no me considero un buen fotógrafo técnicamente hablando. Pero debo decir que sí me esfuerzo en incluir en mis fotografías un mensaje social, humano. Y como regla general, nunca saco fotos si es no es con el consentimiento del o los fotografiados. Las fotos repentinas y furtivas no son mi estilo.
Reconociendo mis deficiencias como foto-técnico siempre he tratado de aprender de los que saben más. En Mérida, me encontré en la tienda Mericolor con un vendedor entusiasta, Humberto Suaste, quien me enseñó los “trucos” para imprimir en el nuevo “papel” plástico (resincoated) que empezó a sustituir al papel fotográfico tradicional. Las clases de Humberto me llevaron a cimentar una larga amistad con él. Un par de veces salimos juntos a tomar fotos al campo, cuyos resultados los presentamos en una exposición llamada Retrato de un Pueblo, celebrada en 1985 en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Humberto mostró mucho talento, el cual lo promovió como fotógrafo de la revista Yucatán – Historia y Economía de la UADY. Luego, Humberto fue contratado por la Facultad de Arquitectura de la UADY para dirigir el Departamento de Fotografía. Además se hizo notar con muchos experimentos técnicos en el arte de la expresión fotográfica. Algo que va más allá de mi interés fotográfico, pero puedo apreciar lo bueno y lo bello de lo que está haciendo.
En una ocasión, Humberto me acompañó al pueblo de Xocén, donde yo había comenzado a trabajar en una investigación etnográfica junto con mi esposa Silvia Terán. Fuimos a una fiesta del pueblo y tanto Humberto como yo tomamos muchas fotos. Desafortunadamente, varios años después esta visita me causó muchos problemas. Sucedió así.
En mis estudios antropológicos en Xocén siempre estuve tomando una gran cantidad de fotos para documentar, entre otras cosas, los procesos de trabajo, el interior y exterior de las casas o las ceremonias religiosas. En vista de que a la gente de Xocén no le interesaba en particular este tipo de fotos, para dejarles algo que les fuera útil a su parecer, también tomé fotos familiares en las que las personas aparecen paradas como “columnas de piedra” y vestidas con sus mejores ropas. Estas fotos se las regalé a los interesados, es decir, nunca cobré un centavo por ellas. Como la gente siempre apreciaba estas fotos, muchas veces me invitaron a bodas o bautizos para sacarles “su” foto. Así funcionaron bien las relaciones por muchos años en mi largo nexo con Xocén.
¡Pero!, en 1989-1990 empezó a trabajar en Xocén un grupo de teatro, denominado Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena. El grupo se dio a la tarea de instruir a un gran número de jóvenes —niños y niñas— para actuar en obras de teatro escritas generalmente por la maestra María Alicia Martínez Medrano.
En mi opinión este trabajo era una buena iniciativa que otorgaba una valiosa oportunidad a los jóvenes para aprender y divertirse en su tiempo libre, a pesar de que también causaba problemas familiares, porque los ensayos se realizaban en las tardes y noches, cuando las muchachas todavía tenían tareas que cumplir en sus casas. Tampoco era bien visto que las muchachas salieron solas y, por lo tanto, tenían que acudir acompañadas de un familiar adulto.
En un principio pensé que Silvia y yo podíamos participar en el proyecto o por lo menos compartir la información que ya habíamos recolectado en Xocén. ¡Pero no!
Los maestros y la directora de teatro llegaron con la idea de que los “blancos”, o sea, los dzules, y especialmente los antropólogos y extranjeros estaban explotando las culturas indígenas, y en este caso concreto, las tradiciones y cultura de Xocén. Acusaron, además, que los antropólogos —entiéndase yo, Christian— tomaban fotos en los pueblos con las cuales se hacían ricos, pues las vendían a revistas como National Geographic y otras, no obstante que a las presentaciones de sus obras, el grupo de teatro invitaba a reporteros y fotógrafos nacionales e internacionales para cubrirlas.
Sus ideas y especulaciones empezaron a dificultar mi trabajo de documentar la vida en Xocén. En una ocasión, un nutrido grupo de los jóvenes actores de Xocén que regresaba de un viaje a la ciudad de México, donde habían presentado una obra y de paso visitado la Basílica de la Virgen de Guadalupe, al bajar del camión cargando entre su equipaje las imágenes compradas de la Virgen, quise sacarles unas fotos, a lo que los jóvenes se mostraron contentos. Sin embargo, no había tenido tiempo ni de sacar la primera foto, cuando los maestros del grupo incitaron a los jóvenes a gritar: “¡No tomar fotos, no tomar fotos!” Así que ni modo, no pude documentar el momento, pues, como he dicho, nunca saco fotos sin el consentimiento de la gente. Definitivamente, los maestros se impusieron, pero luego, en sus casas, uno que otro me pidió sacarles una foto con la Virgen. Y para tomar las fotos de sus bautizos y bodas seguí siendo invitado.
Me pareció muy contradictoria e intolerante la actitud de las y los maestros del grupo de teatro. Dejé de buscar a los maestros de teatro, y como teníamos buenas relaciones con muchas familias, tampoco su actitud nos perjudicó mucho.
Incluso llegó un momento en que la dirección o los maestros del grupo de teatro propusieron a la asamblea del pueblo que me sacaran de Xocén, pero los ejidatarios y los pobladores en general se opusieron y respondieron que no. Y así he podido seguir trabajando por muchos años en el rescate de la rica cultura campesina maya de Xocén.
El enfrentamiento, sin embargo, no terminó ahí. Durante una fiesta en Xocén saqué fotos de una procesión de la Virgen de la Concepción. En eso, ¡mi compadre!, Fermín Dzib, que entonces ya estaba trabajando con el grupo de teatro, le insistió al encargado de la fiesta que me cobrara por tomar las fotos. En la discusión que siguió me acusó de haberme hecho rico vendiendo imágenes fotográficas de Xocén en la ciudad de Mérida.
Para mí, eso ya fue la gota que derramó el vaso. Acudí a la comisaría y ante el comisario y los “sargentos” reunidos, denuncié a mi compadre de falsas acusaciones.
Yo sabía que no había vendido fotos en Mérida, por lo que reté públicamente a mi compadre a demostrar su acusación. Si lo lograba, yo me comprometía a dar un puerco para relleno negro y una cerveza a cada persona presente. Pero en caso contrario, le propuse: “¡Tú Fermín, ¿te comprometes a lo mismo?” Para probar su acusación, Fermín mostró una postal con la foto efectivamente de una ceremonia en Xocén, pero el nombre del fotógrafo impreso en la portada de la postal había sido burdamente tachado con el corrector que en aquel tiempo se usaba para las máquinas de escribir. Cuando insistí en que quitaran la capa de corrector, todos pudieron leer claramente: “Fotografía: Humberto Suaste”. Yo me salvé. Y en el caso de Humberto, afortunadamente no estaba presente, pues de estarlo es probable que hubiera pasado un buen rato tras las rejas del calabozo de la comisaría de Xocén.
La realidad fue que la UADY, la universidad donde Humberto trabajaba entonces, publicó con fines de difusión cultural una serie de postales de varios lugares de la Península de Yucatán, entre ellos, Xocén. Pero que él hubiera obtenido una ganancia monetaria por ello, ¡no!, en absoluto.
Claro, siempre se puede argumentar que Humberto obtuvo un empleo en la universidad sacando fotos de la realidad yucateca, y que yo contaba con una beca para trabajar cómodamente documentando esa misma realidad, pero recursos para comer y sobrevivir los buscamos todos. Además, si se tratara de vivir vendiendo fotos de Yucatán, sencillamente ¡uno se moriría de hambre!