En los “viejos tiempos”, o sea, cuando yo empecé a tomar fotos, los rollos de película eran de 24 o de 36 imágenes en pequeño formato. Y con suerte, podías sacar una foto más del rollo, la número 37. Creo que todos los fotógrafos han experimentado la sensación de que la “mejor” foto es la que no pudo sacar porque el rollo ya se había agotado. Y ni modo, en ese entonces no se podían borrar para hacer espacio. Para mí el problema se resolvió cuando en 2002-2003 empecé a usar una cámara digital.
Pienso que todos los que crecimos con los rollos de película hemos gozado las largas noches en el cuarto oscuro, viendo maravillados cómo salían las imágenes en el papel fotográfico colocado en las charolas con revelador. Para mí siempre era un relax trabajar largas horas de la noche, disfrutando el silencio, o escuchando buena música en los casetes de antaño. Pero hay que admitir que es más fácil, práctico y versátil pasar por un cable las imágenes de la cámara a la computadora y luego a la impresora.
He tomado muchísimas fotos en mi vida, pero nunca me he considerado un fotógrafo. He sido y sigo siendo un antropólogo que saca fotos para documentar una realidad. Nunca me he interesado por las fotos construidas o artísticas. He tratado de sacar buenas fotos, pero no manejo los detalles técnicos, ni me interesan más de lo esencial. Sí he leído y estudiado muchísimos libros sobre “cómo sacar las mejores fotos”, pero más bien para ver las fotos acompañadas de un texto.
Para mí siempre ha sido el aspecto humano, la persona y su historia lo que he tratado de captar con mi cámara. Aunque ciertamente también he tratado de perfeccionar mi técnica.
Me encanta ver fotos antiguas. He hojeado libro tras libro de fotos antiguas, y en algunos casos he tenido la suerte de ver las placas de vidrio de 8×10 guardadas en algún archivo. En el Archivo Folklórico de la Biblioteca Real de Dinamarca pude observar las placas de los retratos de los informantes del folklorista Evald Tang Kristensen, que recolectaba mitos y leyendas en las zonas aisladas de Dinamarca a finales del siglo antepasado. En mi trabajo de grabar los relatos, historias y mitos de la gente de Xocén, me identifico mucho con lo que hizo Tang Kristensen, aunque él sin grabadora. Cada uno en su tiempo, ambos nos esfor-zamos en conservar una memoria y conocimiento en proceso de desaparecer.
En la entonces Escuela de Antropología de la UADY en Mérida tuve la suerte de ver las placas de vidrio del fotógrafo Guerra, que afortunadamente ya están bien conservadas en la Fototeca Pedro Guerra, instituida por la hoy Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY.
Lo que me preocupa actualmente es qué va a pasar con mis negativos y transparencias. ¿Dónde van a acabar? Con el Museo Moesgaard de la Universidad de Aarhus en Dinamarca tengo el acuerdo de que mis negativos sean guardados en sus instalaciones. Eso está bien para las fotos, pero, ¿quién en Dinamarca se interesará por las fotografías de Yucatán y quién podrá identificarlas? Tengo bien registrados mis negativos por año y por tema. Pero los detalles del contenido de cada tomo están en mi cabeza, mientras los recuerde y esté vivo. Mi sueño, hasta ahora incumplido, es obtener una beca para poder trabajar en una descripción detallada de las fotos más significativas, para beneficio de las siguientes generaciones.
La conservación de las películas análogas tal vez se resuelva más fácil que la de las digitales. La conservación de las fotos digitales es un dolor de cabeza que ya todos los fotógrafos tenemos. Las imágenes se pueden borrar sólo con presionar un comando equivocado, además de que a pesar de los tantos y variados respaldos que hacemos, siempre nos gana la nueva tecnología, de manera que dentro de pocos años ya no se podrán leer o abrir los discos duros donde guardamos. Hasta ahora no he encontrado una solución.
Bueno, ¡después de mí, el diluvio!
Nunca me he considerado un águila sacando fotos. Más bien me he sentido un humilde xcau que anda picoteando aquí y allá por su comida. Así he logrado una que otra “buena” foto, pero lo más importante es que sacarlas me ha proporcionado tanta alegría y ricas experiencias con gente y lugares preciosos, que no me quejo de mi destino.
Así ha sido mi vida como fotógrafo…
¡Chin, ya se me acabó el rollo!
Pero la posibilidad digital da para más.
Y mientras haya vida, hay ganas y una infinidad de motivos de fotografiar.Pretexto para encontrar nueva gente.
Cariños a todos que me han dado tanto.
Gracias vida, no me debes nada, soy yo el deudor.