A decir verdad, mi español no era muy bueno el día que me presenté en las modernas oficinas del INI en la Avenida Revolución de la ciudad de México (y todavía, más de 40 años después, no lo es). Pero pasé las primeras entrevistas con el subdirector Salomón Nahmad. Unos días después me recibió en audiencia el gran antropólogo, el doctor Gonzalo Aguirre Beltrán, director del INI. Al mismo tiempo, el doctor Aguirre era Subsecretario de Educación Indígena, responsable de la educación básica en las comunidades indígenas alejadas.
En la entrevista me informaron que mi área de trabajo iba a ser la Huasteca Potosina, comisionado en el Centro Coordinador de Ciudad Santos, hoy Tancanhuitz. ¿Y mi tarea? Entregar una monografía etnográfica sobre los grupos indígenas de la región de la Huasteca Potosina en un plazo menor de dos años.
¡¿Y cómo, yo que no sabía nada?!
Pero por supuesto respondí que sí, que estaba dispuesto y era capaz de hacerlo, sin saber en lo que me estaba metiendo.
Se puede preguntar con razón por qué una institución gubernamental contrataba para ese trabajo a un extranjero sin experiencia ni conocimiento de la zona, pero más adelante me di cuenta de que no era el único antropólogo extranjero contratado por el INI para producir monografías regionales.
¿Por qué extranjeros? Bueno, luego lo entendí. Después de los disturbios estudiantiles de 1968 en México y la sangrienta represión de la manifestación en la Plaza de Tlatelolco de la ciudad de México, ya no había estudiantes o antropólogos mexicanos con conciencia social o política que quisieran trabajar en entidades gubernamentales. Y, además, las descripciones etnográficas tradicionales, despectivamente llamadas “etnografías de huarache”, habían sido sustituidas por estudios y análisis sustentados en teorías marxistas, en los que los indígenas eran vistos sólo como peones o campesinos explotados por el sistema capitalista. Lo que si bien era cierto, también era innegable que eran portadores de una invaluable cultura y tradiciones ancestrales que los nuevos estudiantes por lo general pasaban por alto.
Después de las manifestaciones estudiantiles y la sangrienta represión previa a los Juegos Olímpicos de 1968 en México, en las siguientes elecciones fue electo Presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez. Con una visión populista, su gobierno canalizó grandes inversiones a las zonas rurales. Algunos de los beneficiados fueron las poblaciones indígenas que, como hasta hoy, conformaban los grupos más marginados del país. Bajo una política de protección por parte del Estado, los indígenas comenzaron a recibir apoyo a través del INI con la creación de Centros Coordinadores en varias regiones del país, los cuales estaban enfocados en abatir la marginación a través de la coordinación de los programas de desarrollo de diversos ministerios.
La visión del doctor Aguirre Beltrán advertía la necesidad de contar con una descripción etnográfica-antropológica de cada grupo indígena en el país, tanto para el trabajo del Instituto, como para registrar la riqueza cultural de cada pueblo. Pero a causa de la situación política, el INI no podía contar con antropólogos mexicanos para realizar esa tarea.
La Huasteca Potosina constituía un buen ejemplo de la falta de conocimiento etnográfico sobre los grupos indígenas. En la colección Handbook of Middel American Indians apenas existía un capítulo corto sobre los tenec, como se llama a los indígenas de la región, pero estaba en inglés y era de difícil acceso. En las oficinas centrales del INI en México, el director adjunto, el antropólogo Alfonso Villa Rojas, solamente me pudo proporcionar un único artículo sobre los tenec, escrito hacía un par de años y publicado en francés por Guy Stresser Pean, integrante de la Misión Cultural Francesa en México. Con gran vergüenza debo confesar que el artículo no incrementó mi conocimiento, pues lo perdí en el autobús antes de llegar a la Huasteca.