A raíz de estas ricas y placenteras excursiones decidí escoger 3 o 4 comunidades indígenas con diferentes economías, lenguas y tradiciones, para hacer estudios más profundos.
Una fue Tatacuatla, pequeña localidad con población hablante de huasteco. El poblado se extiende entre dos crestas montañosas relativamente bajas, divididas por un pequeño río que cae hermosamente de una roca a otra, y continúa formando charcas de agua donde la gente acostumbra bañarse y quitarse el sudor del trabajo o de las largas caminatas. Para su consumo personal, las familias siembran maíz, frijol y cala-baza; y para la venta cultivan caña de azúcar, de la cual exprimen la miel con la que producen el piloncillo.
¡Definitivamente, Tatacuatla fue mi pueblo favorito!
Llegué cuando los hombres del pueblo empezaban a construir una escuela para sus hijos y un albergue para los alumnos que vivían a más distancia en los pueblos circunvecinos. Con hachas, serruchos y machetes los hombres cortaban árboles para hacer las vigas y los postes, y con los machetes cortaban tablas para los bancos y las paredes de las aulas. La forma como convertían los troncos en tablas, era como estar viendo una pintura del renacentista Breugel. Un trabajador parado en un andamio alto jalando el serrucho grande hacia arriba, y otro en el piso tirando del serrucho hacia abajo. A los padres que trabajaban en la escuela, el INI les pagaba con despensas de maíz, frijol, aceite, azúcar y otros productos.
Hice amistad con todos, maestros, alumnos y padres. Pero mi relación más fuerte fue con la familia Álvarez. Con su hijo Hipólito como protagonista principal, escribí un libro infantil sobre su vida y la de su familia. El libro lo elaboré con muchas fotos y poco texto, inspirado en las revistas de cuentos sencillos muy divulgados en ese tiempo. El libro se imprimió en Dinamarca para las escuelas de allá. Pero desgraciadamente no en México. Lo tenía preparado en español, pero en eso se produjo el cambio de sexenio con el que perdí todos los contactos, y con la administración del nuevo gobierno no fue posible concretar nada. Esta falta de continuidad en los programas del gobierno es un gran obstáculo para la estabilidad de un desarrollo progresivo en México. Los planes se realizan sólo para ser ejecutados por el gobierno en turno y son abandonados por la nueva administración entrante.
En Tatacuatla aprendí cómo sacar y distribuir las fotografías etnográficas. A los antro-pólogos nos interesa sacar fotos de la vida cotidiana, tal como discurre en los diversos ámbitos: en el trabajo, en la casa, en los talleres, en las instituciones, en las ferias, en las cantinas, entre otros. Y la regla es no tratar de embellecer la “realidad”. Como fotógrafo mi primera norma es siempre pedir permiso para sacar una foto, nunca tratar de hacerlo en secreto o a lo “saca-y-corre”. Muchas de las fotos de los antropólogos muestran a la gente en sus ropas sucias de trabajo, con las arrugas prematuras y la falta de dientes que como marcas les dejan los años de trabajo duro y en muchos casos de alimentación insuficiente, porque “eso es lo natural”.
Aprendí en Tatacuatla que a la gente no le gusta este tipo de fotos. Lo aprendí con la desaprobación que me manifestó un campesino al que había retratado un día en su milpa, “pescándolo” en una carcajada que mostraba su boca con un sólo diente. Para mí, una foto interesante, bonita. Pero su réplica fue: “Esa foto no me interesa. ¿Cómo van a recordar mis hijos a su papá sin dientes?”.
Así que tuve que regresar y sacar otra foto de él, ahora vestido con su mejor ropa, con la boca cerrada y en fila con toda su familia.
Desde eso siempre saco dos tipos de fotos. Para las personas, una foto en la que salen en sus mejores ángulos, paradas y rígidas, recién bañadas, peinadas y con ropa limpia o nueva. Suelo llamarlas “fotos con cara de piedra”. ¿Y las fotos para mí, para el antropólogo? Trato de documentar la realidad tal cual, con los efectos que un trabajo duro de muchos años y una vida llena de carencias le imprime a los cuerpos de las personas, pero siempre con un gran respeto hacia ellas.