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Gabriel Ramírez

Gabriel Ramírez

Pintor (1938)
El yucateco es muy diferente a un uach mexicano. Y hay un rechazo mutuo. Es como el aceite y el agua, y yo anoto aquí que no se mezclan los mexicanos y los yucatecos. Cuando yo me refiero a los mexicanos, me refiero a la gente del DF, los que se llaman chilangos o uaches.

Ser yucateco siempre fue un sentimiento de sentirse diferente al resto de los
mexicanos. Hasta en un momento dado, de no sentirse mexicano. Pero yo me fui de Mérida a mediados de los cincuenta. Y en aquel tiempo la gente estaba muchísimo más arraigada que ahora.

Yucatán en aquel tiempo era una isla. No había más medios de comunicarse que por barco o por avión, y eso muy poca gente lo hacía. La gente no salía de aquí. Era una vida muy cerrada y el regionalismo en esta época era mucho más fuerte que ahora. No había contacto con México, siempre fue un rechazo. El yucateco también ha sido rechazado por el centro de México.

El yucateco es muy diferente a un uach mexicano. Y hay un rechazo mutuo. Es como el aceite y el agua, y yo anoto aquí que no se mezclan los mexicanos y los yucatecos. Cuando yo me refiero a los mexicanos, me refiero a la gente del DF, los que se llaman chilangos o uaches.

Yo sé que hay muchos mexicanos aquí, pero creo que se aíslan para que nunca los vean aquí. Creo que trabajan en el Cinvestav o el CICY, pero no se mezclan con los yucatecos.

Aquí en Yucatán hay un nivel de entendimiento muy amplio, y se entiende, aunque uno es muy rico y el otro muy pobre. No hay ningún conflicto. Hay una serie de reglas aceptadas. Y es muy fácil observar eso, por ejemplo entre la patrona y la criada, son capaces de saludarse de besos, o la criada de sentarse y tomar un café con la patrona y chismear entre ellas. Cada una acepta su lugar como una especie de fatalismo. ¿Es agradable, no te parece?

Los valores de los yucatecos están cambiando. Hay una necesidad por parte de los yucatecos de conservar su regionalismo, un poco anticuado, que es lo que el gobierno ha tratado de mantener. Se ve en lo pictórico, que son los cuadros de las mestizas, las vendedoras de frutas, del henequén. Todo ese nacionalismo que se explotó mucho en una época. Está ya muy manoseado, es un poco perverso. Por allá se cuelga una y otra cosa que vale la pena, pero en general es algo que puso el gobierno a raíz del muralismo, pero ya se prolongó a los años 50.

Ningún pintor yucateco me ha inspirado. Yo respeto mucho a Fernando García Ponce. Y en cierta medida a Fernando Castro Pacheco, de sus técnicas y sus años en el oficio. Pero sus pinturas no me dicen nada. Yo estoy más en la línea de García Ponce. El pintor Fernando y su hermano Juan me ayudaron a entrar en su grupo, como yucateco.

Los primeros pintores que me gustaron eran Cuevas y Gironella, y eran parte del mismo grupo al que luego pertenecí: Von Gunten, García Ponce, Carrillo, Juan Martín, Toledo y otros más. Y yo siempre me he sentido parte de ellos.

Yo salgo de Yucatán a los 18 años, y es el tiempo en que me estoy formando, tanto en Yucatán como en México. Yo me siento como una persona muy dividida, porque sé que no pertenezco ni aquí ni allá. Para los yucatecos soy un yuca uach. Pero yo estoy muy contento con lo que me ocurrió. Yo no fui a México para hacerme pintor, yo no quería salir de Mérida, a mí me llevo mi familia por cuestiones económicas.

Yo llegué por la pintura a través del cine. Si yo me hubiera quedado en Mérida, seguramente me hubiera quedado como empleado de unas de estas tiendas en el centro. Todo fue un accidente feliz que me llevó a la pintura.

No sé si hay una escuela o tendencia de la pintura yucateca. No tengo la distancia para decir algo sobre eso. En México me identifican como pintor yucateco, por mis colores, que son un poco usuales en los colores mexicanos, por la brillantez y los contrastes. Pero más bien es por una influencia europea que más me gusta, que por la pintura mexicana.

Aquí en Yucatán no hay una tendencia común, o intentos de formar una escuela yucateca de pintura. Nos reunimos los pintores, pero nunca hablamos de pintura.

Cierta afinidad entre los pintores es más fácil encontrar en el grupo de pintores conectados a la galería Art’Ho, que tiene una línea unida y son más organizados y disciplinados.

¿Qué te gusta menos de los yucatecos?

Hay un temor de los yucatecos a salir a mostrarse. A veces el yucateco es muy ignorante, pero pretende no serlo. Habla mucho como si supiera, pero en realidad no sabe nada. De allá vienen todas sus ocurrencias, sus bromas. O irse del otro lado y tomarse demasiado en serio.

Y se ve el exterior como algo que no existe. Campeche, por ejemplo, es algo que prácticamente no existe. Los indígenas tampoco existen. El yucateco, y con yucateco me refiero a los de Mérida, no sale al patio de su casa, es rara la gente que sale a ver su patio. El patio para el yucateco es un basurero. Sirve para basura. Eso marca mucho su carácter, de estar encerrado en su casa.

Me siento más parte de los pintores de allá que de acá. Es un hecho, a mí me respetan más allá que acá. Cuando me dieron la Medalla de Yucatán, aquí era una broma. Allá si me respetan, y allá puedo vender.

Yo digo a los pintores de aquí: “Sal de aquí”, pero ellos dicen: “Por qué vamos a salir a entregarnos allá”. Si no estás en México, o en ciertos escenarios de México, no existes.

No, yo no tengo ningún problema con los uaches, porque yo viví 20 años allá. Y mis amigos son de allá, mezclados con cubano y colombiano. Yo no tengo problemas con los mexicanos. Pero yo, más me defino como yucateco.

Mi obsesión cuando estuve en México siempre era regresar a Yucatán, y en parte no conozco México porque en cualquier oportunidad que tenía me regresaba a Mérida. Yo soñé con los cielos azules de Mérida, por eso quise regresar, no para enseñar algo. Regresar a la vida tranquila de Mérida. Era como un paraíso para mí.

Los yucatecos allá siempre hablaban de Yucatán, de las trovas, a la hora de tomar las cervezas o comer cochinita pibil. Yo también caía en esa trampa. Yo no me interesaba o sabía nada de Zacatecas o Puebla. Para mí el mundo a donde debía ir era a Yucatán.

Hay una anécdota muy chistosa de un yucateco allá en el DF que pasaba su tarjeta, y abajo de su nombre decía solamente: yucateco. Es un hecho.