Las mujeres que vas a encontrar aquí, trabajan como sexoservidoras en la calle 58 y en otras partes del centro de Mérida, Yucatán, México.
Existen muchas opiniones sobre la prostitución, ya sean de tipo moral, religioso o relacionadas con la salud.
Quiero dejar claro, desde un principio, que en el código penal del estado de Yucatán, no está tipificada la prostitución como delito. No existe legalmente. Ni como delito, ni como crimen, y ni siquiera como falta.
Tampoco aparece como una actividad legal, similar a la del doctor, arquitecto, peluquero, etc., que debe de ser registrada y sujeta a pago de impuestos por las ganancias. Es así que la prostitución en Yucatán no existe, pero se practica.
Pero eso sí: inducir a otra persona a la prostitución o manejar algún burdel, el lenocinio, esos si son delitos.
En el Porfiriato las ‘mujeres públicas’ eran ‘las que tenían por oficio para ganarse el sustento de la vida, el tráfico deshonesto y público de su cuerpo’. Ellas y los burdeles –casas públicas-, fueron reglamentadas en Yucatán a partir de 1893.
Con la llegada de la Revolución Mexicana, en 1915, se clausuraron y prohibieron los burdeles por parte del General Salvador Alvarado, pero no la prostitución en si, reconociendo que muchas mujeres por pobreza tenían que prostituirse, para resolver los problemas económicos de su familia. Para proteger mejor a las prostitutas y a sus clientes -sobre todo-, los nuevos reglamentos obligaron a las mujeres a registrarse y someterse a chequeos médicos semanales.
En los años 1949-50 se formó una ‘zona de tolerancia’ en la colonia Melitón Salazar al sur de Mérida, conocida como La Amapola. Fue clausurada en 1970, y desde este tiempo la prostitución se ejerce por todos lados. En un reporte periodístico del 16 de mayo de 2011, se menciona que en la administración municipal anterior se logró clausurar 30 burdeles. Pero de una u otra forma siguen existiendo. Es como dicen los cómicos Hermanos Marx: el sexo es una cosa que ha llegado para quedarse.
Este libro no es un estudio sobre la prostitución en Mérida, sino los retratos de 22 mujeres que, con sus propias palabras hablan de su trabajo y de cómo y por qué han decidido practicarlo.
La documentación la obtuve por medio de una plática grabada con cada mujer. Las grabaciones las transcribí, y en el texto he tratado de conservar sus palabras y estilo narrativo.
Considerando que lo efectuamos en horas de trabajo pague a cada mujer como si fuera ‘un servicio’.
Las entrevistas fueron acompañadas con sus retratos fotográficos. Con y sin ropa. Nunca hubo problemas.
En el libro las historias aparecen tal cual me las contaron, sin censura alguna. No obstante, por respeto a sus vidas y para no identificarlas, las fotos fueron convertidas en dibujos por el pintor Gabriel Ramírez y bordados por la artista Elena Martínez.
El título Las mujeres decentes, lo escogí por considerar a estas mujeres tan decentes como las demás que transitan por la misma calle. La decencia no se refleja en el trabajo, sino en la actitud de las personas. Y así las vi al convivir con ellas: decentes y merecedoras del mayor respeto. No cualquier mujer se atreve a hacer lo que ellas hacen.
Mis motivaciones para hacer el libro fueron la indignación y la búsqueda y documentación de una realidad social. El tema se ha centrado en la vida de un pequeño grupo de mujeres que se ganan la vida en la calle 58 entre las calles 71 y 73, en Mérida, Yucatán, como servidoras sexuales, como ellas nombran a su trabajo, o como ‘putas’, según les dicen los clientes -todos hombres-, que acuden a sus servicios, o ‘prostitutas’, como se las denomina en publicaciones o actos oficiales.
Independientemente de como se les llame, son mujeres que han encontrado una solución a sus problemas económicos. Se ofrecen y venden tan decentemente como cualquier otro negocio de venta y compra, donde por lo común no se mezclan asuntos de moral.
Mi obstinación por retratarlas fue el eterno reclamo contra las prostitutas por parte de moralistas y periódicos locales que las acusan de corromper a la ‘buena sociedad’, y como portadoras y divulgadoras de enfermedades.
La discusión sobre prostitución y prostitutas casi siempre ha sido contaminada por una malsana mezcla de religión, moral e intromisión por personas externas que no están metidas en ‘el negocio’, y que tienen bien resueltos sus problemas económicos.
Para despejar la nube y ver el tema con la clara luz del sol, quise escuchar con mis propios oídos y ver con mis propios ojos la realidad que trabajan y viven estas mujeres. Entre ellas un travesti, que se considera a sí mismo mujer. Eso, naturalmente, también lo he respetado.
Las 22 mujeres son evidentemente una minoría de las mujeres que en Mérida ofrecen su cuerpo al mejor postor, y su ‘suerte’ no representa necesariamente la de todas las prostitutas, cuyo oficio en Mérida es un tapete multicolor. ¿Cuántas son? No lo sabemos. ¿500, 1000, 2000? No lo sabemos, se estima. Pero creo que la motivación de estas pocas mujeres para ejercer su trabajo, es la misma que para la gran mayoría de las sexo servidoras. Lo hacen para mantener a sus familias, y sobre todo a sus hijos.
Casi todas a las mujeres que entrevisté fueron abandonadas por sus esposos; otras los dejaron por ser demasiado borrachos y no sostener a la familia; tuvieron que enfrentarse solas a los gastos familiares y levantar a una familia, lo que no es poca cosa y por su falta de educación y preparación, ellas no encuentran trabajos ‘decentes’ que les puedan resolver suficientemente la economía familiar. Así, es en la prostitución donde consiguen mejores opciones.
En unos casos, el marido o esposo acepta el trabajo de la mujer, ya fuera por haberla encontrado en el ambiente, o porque sus ganancias resultaban un suplemento necesario a sus ingresos.
Sin embargo, son mujeres que no se drogan, que no roban, que no tienen sida. Ellas se cuidan. Porque si no, como ellas argumentan, ¿qué va a pasar con nuestros hijos?
El trabajo que hacen como sexoservidoras no es fácil, y a pesar de que legalmente no existe la prostitución, y por lo tanto no está prohibida, el hecho de vender su cuerpo en las calles, las vuelve constantes víctimas de los policías dedicados a la extorsión. Pueden ser llevadas al ‘bote’, si no dan para los ‘chescos’. A todo eso, habría que agregar su trato con todo tipo de hombres.
Saben poco o nada de sus derechos como sexoservidoras, y entre ellas no existe la conciencia de unirse para defenderlos o luchar por ellos, como se ha visto en la Ciudad de México y en otros países.
No estoy romantizando una dura realidad social, pero en los 100 metros que es su área de trabajo, las mujeres encuentran un espacio seguro para llevar a cabo su tarea. Pueden ir allá a trabajar cuando les conviene. Los encargados de los hoteles de paso de esta zona no quieren tener problemas y por lo tanto no admiten ni sexoservidoras ni clientes drogados o (muy) borrachos. Además, no están obligadas a acompañar a ningún cliente a quien sabe dónde, ni a correr el riesgo de ser golpeadas y botadas en cualquier carretera sin pago.
Ninguna iglesia acepta el oficio de las sexoservidoras. A pesar de que Jesús andaba con la prostituta María Magdalena, como dijo una de ellas.
Una sexoservidora dio varios servicios a un señor, hasta que una vez lo encontró como pastor de la iglesia que su mamá frecuentaba. A ella le dio pena, y dejó de asistir. Para otra, la religión de los mormones es maravillosa, y asistí por muchos años. Cuando empezó su trabajo como sexoservidora no aguantó el poder ser descubierta, y dejó de asistir.
Por no ser aceptada socialmente la prostitución, las trabajadoras sexuales viven una doble vida. Como mamás y esposas en unos momentos. Como ‘putas’ en otros. Como lo blanco y lo negro, y el lado obscuro lo tienen que ocultar. Quizás esta doble apariencia y vida es lo mas duro en la profesión.
La vergüenza de ser descubierta. Sobre todo por sus hijos. Ellos son demasiado jóvenes para entender por qué su mamá es ‘una puta’.
Quizás un día, pero hoy todavía no pueden entender que las mamás lo hacen ‘por nuestros hijos’
¿Por qué no buscan un trabajo ‘decente’?
Con su preparación escolar no pueden aspirar más que emplearse como trabajadoras domesticas con un miserable sueldo de $150, 200 al día. Cantidad que no alcanza para solventar los gastos de una familia, y menos si es una sola proveedora. En la prostitución ganan como mínimo $ 100 por un servicio de a 10-20 minutos (en una sola ‘posición’). A partir de eso sube la tarifa. Y ¡con dos, tres, cuatro clientes al día! Hay días que no aparece un solo cliente, pero en un buen día pueden despachar 10 servicios. Hicieron sus cálculos, y lo que escogieron es lo que les conviene. ¡Respetemos esa decisión!
Las sexo servidoras de la calle 58 – y de otras calles y parques donde se encuentran –, son tan respetables como cualquiera otra mujer en nuestro entorno social. Ejercen una profesión tan honrada como cualquier otra.
Y ¡conste! Las mujeres no son las que buscan a los hombres. ¡Ellos vienen a ellas!
Es por todo lo que he visto y oído, que creo merecen ser escuchadas.
Doy las gracias a todas las mujeres, madres de niñas y niños, que dieron su voz y se dejaron ver en este libro.
Además agradezco una plática con el Dr. David Gaber Osorno del Hospital O’Horan, y la información proporcionada por el Pbro. Raúl Lugo.
Mi peculiar mezcla de danés y algo de español fue amablemente corregida por Isela Rodríguez, Gabriel Ramírez y Silvia Terán. Mariana Estrella hizo el buen diseño del libro.
¡Gracias a todos!