Con la colaboración de
Jorge Cortés Ancona
Introducción por
Gabriel Ramírez
Ayuntamiento de Mérida
2020
Mérida, Yucatán, México.
Frente a un muro o pared grande, en blanco, sin nada, virgen, ¿quién se resiste a pintarlo? La historia del arte nos muestra que muchos no han podido resistirse. Las primeras muestras de arte pictórico conocidas son las pinturas murales en los Alpes franceses, en las cuevas de Lascaux, Francia, de hace unos 17 mil años. Los mayas prehispánicos de Yucatán también hicieron pintura mural, pues adornaron sus templos y edificios con pinturas de tema religioso o de escenas cotidianas, como se puede ver en los templos de Chichén Itzá. Y tampoco faltaron los grafitis de travesura, mal vistos por los dueños de las paredes. Podemos apreciar estos últimos en los grafitis scratch de templos prehispánicos en Campeche, tan vitales y expresivos como los que hacen los grafiteros de hoy en las paredes urbanas de Yucatán. A los seres humanos nunca les han faltado ganas de expresarse artísticamente y así seguirá siendo.
En este libro que ya empezaste a leer nos enfocamos en las manifestaciones de arte en los muros exteriores de predios, realizadas en años recientes en varias poblaciones yucatecas, principalmente en Mérida. Digo ‘muros exteriores’, porque no incluyo la gran cantidad de pinturas murales que aún se con-servan dentro de las iglesias de Yucatán, que serán tema para otro libro.
Recién llegado a Yucatán, descubrí en Hoctún el cementerio más vivo.
“¡Esto me espera en algún momento del futuro!”, pensé, pues uno nunca sabe cuándo se necesitará. La persona que dio color a las tumbas de los muertos fue don Miguel González. Vivía solo y se ganaba la vida elaborando estandartes de los gremios y pintando tumbas y mausoleos. Fielmente viajaba todos los años en tren para visitar a su Virgencita en Tepeyac. Una de sus obras se reproduce en el capítulo sobre cementerios.
Hoctún, 1979.
Llegué a Yucatán en 1978 para trabajar como antropólogo, aunque la gente me identifica como fotógrafo. Eso no es raro, porque en mis estudios antropológicos siempre he tratado de documentar las actividades humanas por medio de mis cámaras fotográficas.
Mi primer encuentro con las pinturas murales ocurrió en el cementerio de Hoctún, con el pintor de tumbas y mausoleos Miguel González Santos. Sus temas eran las flores y, en pinturas de mayores dimensiones, las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Desde ese tiempo nunca he dejado pasar la oportunidad de visitar el cementerio, sobre todo en octubre y noviembre, que es cuando regresan las almas –las pixanoob– y hay que recibirlas bien, con sus tumbas y mausoleos vueltos a pintar.
En mi trabajo como fotógrafo en el INAH tuve la gran oportunidad de visitar la mayor parte de los sitios arqueológicos y las iglesias de Yucatán. De las iglesias tomé fotos de las pin-turas murales, y viajando de un pueblo a otro capté, además, los anuncios pintados en las paredes de casas comerciales. En una exposición denominada “Mérida en Blanco y Negro”, de 1984, uno de los temas fueron estos anuncios, sobre todo los del Mercado Lucas de Gálvez.
Muestra de que los piratas llegaron a Yucatán es esta carabela plasmada en un muro del convento de Dzidzantún. Al ser revocado el muro, el testimonio desapareció. 1988.
Eran tiempos en que se hacían con pintura y brocha a cargo de rotulistas. El mejor de esos años, que aún se conserva, es el anuncio para hamacas de la tienda El Aguacate, en la calle 58 x 73. Otro que ya casi no se distingue es el anuncio en la esquina de la 58 x 67 para la ya desaparecida farmacia Las Dos Caras, donde las yucatecas y yucatecos de tiempos pasados se surtían de talco para combatir el sudor. El aroma tenía su encanto, sobre todo cuando las señoras bien talqueadas subían al camión urbano.
Los rotulistas, los pintores de los anuncios, son ya una especie en peligro de extinción, desplazados por los diseñadores que hacen un diseño de lujo en sus computadoras e imprimen luego la imagen en lonas de polietileno, lo cual es un proceso rápido, barato y de fácil colocación. Los rotulistas de hoy hacen su domingo en épocas de elecciones donde los partidos compiten por las bardas, con el consentimiento de los dueños o sin él, para anunciar sus promesas de campaña. Fuera de esos tiempos electorales, tratan de sobrevivir pintando anuncios para conciertos, funciones de lucha libre y eventos sociales. Mayormente los pintan sin mayor estilo artístico, pero nunca falta uno o una que logra una bonita combinación de letras y colores.
Los frailes franciscanos decoraron los conventos por dentro y fuera con pinturas al fresco de motivos bíblicos y vidas de santos. En el muro del atrio del convento de Izamal se encuentra la imagen de Santa Bárbara, con dos de sus atributos: la palma del martirio y la torre con tres ventanas. Izamal, 19 de diciembre de 2008.
Los rotulistas pintan con brochas y pintura de bote. Un lento proceso. Con el invento de la pintura de aerosol en las últimas décadas, sus posibilidades técnicas se ampliaron y se hizo más fácil pintar y decorar las bardas. Fue entonces cuando aparecieron los grafiteros y el grafiti. Muchos empezaron su carrera, digo yo, “ensuciando” los muros con sus tags y bombas como -que me perdonen- los perros que marcan su territorio. Afortunadamente, hoy ya no se ve la abundancia de tags de antes.
En tiempos recientes se ha desarrollado un nuevo concepto de arte grafiti y artistas grafiteros. De ahí me viene a la mente la pregunta sobre ¿qué es arte? Arte, para mí, es donde se reconoce un manejo profesional de colores, dimensiones y trazos, y que en una y otra combinaciones expresa un mensaje de protesta y cuestionamiento de ideas cotidianas y aceptadas, presentando alternativas y nuevas ideas. Algo que nos hace reflexionar. O, que logra plasmar un buen retrato, paisaje o bodegón. Entendido así, de entrada hay que reconocer que no todo lo que se presenta y pinta como grafiti es arte. ¡Hay de grafiti a grafiti! Mucho de lo que he visto sobre las bardas en Mérida en los últimos años carece de profesionalismo y mensaje. Unos casos más bien pueden verse como borradores y otros como decoraciones con diferentes grados de logro.
Hay grafiteros que con sus tags en una pared, de preferencia recién pintada y ante el enojo del dueño, dicen: “I was here/Aqui pasé”. Y hay grafiteros que aprovechan los muros blancos para crear bellas imágenes de valor artístico, aunque demasiado efímeras. Con suerte, su tiempo de vida es de tres a cuatro años. Grafitero Arnoldo Cruz.
8 de marzo de 2015.
También reconozco que, entre todo lo que he visto, hay obras de grafiti de gran valor artístico que merecen un lugar duradero en una galería o museo de arte, y no una efímera existencia de tres o cuatro años en una barda, donde corren el riesgo de ser sobrepintados con otras imágenes o borrados por el sol y la lluvia.
A muchos jóvenes con inquietudes artísticas les faltaban espacios para exponer sus obras y de una u otra forma se les hizo fácil usar las bardas como superficies para sus imágenes. Sin embargo, tenían en principio que lidiar con los dueños de las bardas, que llamaban a la policía para detener el daño y ofensa a su “propiedad privada”.
Con el tiempo los grafiteros se organizaron en grupos, crews, a fin de apoyarse mutuamente y organizar eventos. Uno de ellos denominado “ENK-Expresando nuestra cultura” se or-ganizó en 2015 en el pueblo de Tixpéhual, con la participación de grafiteros de varios estados. Para obtener los permisos para pintar sus grafitis se pusieron de acuerdo con las auto-ridades y dueños de bardas y frentes de casas. Actualmente, los grafiteros de distintas regiones se conocen y hacen con-tacto a través de redes sociales como Facebook.
Pasé por la calle 60 de Mérida y vi al rotulista pintando sus cotorros. No llevaba mi cámara, pero fui rápidamente a mi casa, regresé y le tomé una foto, aunque desafortunadamente no le pregunté su nombre. 1989.
Para la Semana Cultural por los Derechos Humanos, la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán (CODHEY) realizó en 2013 un concurso de grafiti. En 2017 el Ayuntamiento de Mérida contrató a varios grafiteros para dar ambiente al II Festival de la Chicharra en el barrio de Xcalachén.
Hoy, el talento de muchísimos jóvenes es canalizado por algunas autoridades para dar vida a los kilómetros de bardas blancas que hay en la ciudad. En ellas vemos algunos anuncios comerciales, pero mayormente son grafitis de fantasía suelta. Muchos se inspiran de la corriente universal de jóvenes que, con su rap, heavy metal y otras manifestaciones dan un nuevo giro a las expresiones culturales y artísticas de Yucatán.
Las pinturas y grafitis en los muros exteriores son tan efíme-ros que, seguramente, varios de los que he incluido en este libro ya no los podrás ver en su lugar original. El tiempo los borró o fueron sobrepintados para “limpiar” la pared o dar lugar a otra pintura.
Este libro es un intento para conservar expresiones artísticas que ya no existen. Y que merecen ser recordadas.
En una de mis excursiones para registrar pinturas murales en las iglesias de Yucatán encontré esta lápida excepcional que señala la “Plaza Constitucional de la Monarquía Española” en Tixcacaltuyub, en 1988.
Veinte años después regresé a Tixcacaltuyub y registré esa insensible destrucción efectuada en uno, dos, tres segundos, con espray de pintura aerosolada de un grafitero que indicaba: “¡Aquí me tiene!”. Tome la segunda foto el 19 de diciembre de 2008.