En este capítulo incluimos relatos xocenenses que reflejan versiones de cómo fueron creados el Sol, la Luna y los hombres; de cómo eran los antiguos hombres o itzáes, y de la degeneración del hombre en los p’uuso’ob; y de cómo fue el origen de la milpa y de las semillas que se siembran.
El estudio profundo de este campo en Xocén resultaría muy interesante para poder conocer más sobre su historia.
En las versiones sobre el origen del Sol y de la Luna, todavía hay resabios del Popol Vuh (como ya lo hicimos notar en el primer capítulo de este libro) que se reflejan en que dichos astros son hermanos –aunque no son gemelos varones como se señala en la ‘biblia’ maya–, son huérfanos –aunque de madre y padre, y no sólo de padre como en el Popol Vuh–, y se transforman en Sol y Luna. Sin embargo, hay elementos católicos, ya que es Dios quien los mata para transformarlos.
En todos los relatos aquí incluidos se encuentran entretejidos conceptos provenientes de la religión cristiana y de la religión maya antigua, algo que es frecuente entre los pueblos mesoamericanos, dada la conquista material y espiritual que padecieron.
La “época de la virtud” (o “inocencia” en un concepto cristiano), como se lee en uno de estos relatos, fue destruida por la ambición o codicia de una nuera y de un yerno que quisieron tener más nixtamal del necesario, y más leña de la requerida, respectivamente. Así, Dios castigó a los hombres con el trabajo, y desde entonces hay que hacer milpa y cargar leña.
Resulta también interesante que la laja yucateca, de origen coralífero y conocida como tsek’el en maya, en la cosmovisión xocenense proviene del nixtamal, de acuerdo con una versión de las presentadas en este libro. O sea que en el origen, el maíz no viene de la piedra, sino que la piedra viene del maíz, y por eso la llaman “santa piedra”.
Los excesos de Sodoma y Gomorra nos recuerdan a los excesos de los p’uuso’ob, y seguramente por eso el Diluvio se cernió sobre de ellos, quienes, por cierto, también se asemejan a los hombres de madera del Popol Vuh, lo cual ya comentamos.
En cuanto al origen de las semillas, la historia que aquí presentamos al respecto es muy maya, ya que explica la razón que obliga a compartir la semilla sembrada con los animales, en el marco de los múltiples ataques de que son objeto las milpas en el trópico. La versión de Liborio Noh explica muy bien las características de los animales que comen maíz y otras semillas en las milpas, con base en la forma en que estos sufrieron sus chamuscadas, de acuerdo a la semilla que extrajeron y al momento en que entraron en el fuego para a buscar las semillas y, luego, entregarlas a los hombres. Sin esta arriesgada ayuda hubiera sido imposible para el hombre obtener semillas, así como los animales se ganaron su derecho a la semilla siembra tras siembra.