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Escrito por Gaspar Canul

Se cree que las cuevas grandes tienen un guardián que se llama Box K’asap; así lo dicen los ancianos.

Una ocasión, un señor tenía muchos perros, y cuando salían al monte perseguían a los venados

y los mataban. También él salía de noche con ellos, y mataban tepezcuintles, mapaches; pero a ve-

ces entraban hasta en las cuevas y allá los pescaban. Y sucedió que una noche fue a vigilar su milpa

y se encontró con un chingo de mapaches comiendo elotes, y enseguida los perros los corretearon

y se fueron a meter en una cueva grande, y tras ellos los perros también. El dueño siguió a sus pe-

rros y llegó hasta la cueva donde se habían metido.

Se quedó en la entrada para esperar a que salgan sus perros. Los chiflaba, los llamaba, pero no

salían y tampoco escuchaba sus ladridos. Se fastidió allí y se quitó. Él esperaba que en el transcurso

de la noche regresaran, pero no fue así, no llegaron. Como estaba acostumbrado de andar con sus

perros, los quería mucho y cuando amaneció fue a investigar la entrada de la cueva, pero no se

veían huellas de que hayan salido de allí.

El señor, viendo esta situación, fue en su casa a comunicárselo a su esposa, decirle que la acom-

pañaran para entrar a ver sus perros en la cueva. De su casa agarró tabaco, un trocito de tankasche’

–que es planta medicinal–, un rollo de hilo, foco de mano, una vela y una cruz chiquitita, y empren-

dieron camino a la cueva.

Llegando a la entrada, el señor encendió un cigarro, untó el tankasche’ en la frente, puso la cruz

en su bolsa, y con la vela y foco de mano entró a la cueva; en una mano tenía agarrada la punta

de la hilera y su esposa se quedó en la entrada sosteniendo el rollo del hilo, soltando poco a poco

conforme lo va jalando su esposo.

Iba caminando hasta que llegó en una zona oscura donde no podía ver nada, sacó su foco e

iluminó su camino, y pudo ver volar muchos murciélagos y hasta vampiros. El señor no tuvo miedo

y siguió caminando más adentro, rezando y pidiendo encontrar a sus perros; después que avanzó

otro trecho, llegó donde habían huellas de animales y pisadas humanas.

Continuó avanzando hasta que de repente oyó un ruido extraño al fondo de la cueva. A pesar

de que el camino tenía muchos ramales, él no se pierde por la guía que tenía con el hilo. Cuando dio

vuelta en una curva, la luz del foco alumbró algo como un oso durmiendo; sigilosamente iba a dar

vuelta para regresar, cuando despertó el animal, quien le habló, diciendo:

–¿Qué haces aquí señor lu’umkab*?

Temblando, el señor contestó:

–Estoy buscando a mis perros, que se metieron en esta cueva, persiguiendo a unos mapaches,

y como no regresaron, quiero saber qué pasó con ellos.

–Bueno, lu’umkab, debes volver porque ya te alejaste mucho.

El ser que había visto como un animal era un hombre negro que se paró y continuó diciendo:

 

*   Expresión en maya para referirse a una persona, al ser humano. Literalmente se traduce como “el de la tierra, el que vive sobre la tierra”.

Lu’umkab, no te voy a hacer nada, aquí soy el rey, cuido la cueva día y noche, mi hamaca donde duermo es éste. –Cuando lo mostró, él vio una tremenda víbora–. Desperté y te grité, porque vi que me ibas a pisar.

El milpero estaba fumando su cigarro y el grandulón siguió presentándose:

–Me pusieron aquí para cuidar la cueva, y aquí tengo animales nocturnos que descansan de día.

Si veo que los están matando mucho afuera, tengo la obligación de detenerlo, hablando con los responsables. Tus perros que dices que entraron a esta cueva ya los maté y se los di a mi hamaca

para que trague. Tus perros ya han matado muchos animales que viven aquí en la cueva, pero todo

tiene límite, y luego todo intruso que penetra aquí no sale otra vez, se convierte en alimento para

mi boa.

Mientras, el pobre hombre no podía ni articular palabra alguna, estaba temblando de miedo.

Lu’umkab, date cuenta, ya llegaste muy profundo, como si estuvieras yendo al infierno, si con-

tinúas un poco más ya no saldrás de aquí, puede que desaparezcan los caminos o simplemente te

comen los animales más feroces allá en el fondo. Yo cuido aquí, y mi nombre es Box K’asap. Este ca-

mino no les pertenece, ustedes son de allá, de donde te quitaste, no vuelvas a entrar en las cuevas.

Dígales a los demás que no entren tampoco, porque se convierten en nuestro alimento. Nosotros

no salimos de aquí, tampoco llegamos donde están ustedes, aquí es nuestra casa; los animales

que viven aquí los cuidamos para que no se acaben. Señor lu’umkab, regresa de donde viniste y no

vayas a tomar otro camino, a tus perros olvídalos, ya no los verás más.

Box K’asap se acostó otra vez, pues sólo se levantó para decir al lu’umkab la suerte que corrie-

ron sus perros. Ya casi se gastaba la carga de sus baterías cuando logró salir otra vez. Sólo miró a

su esposa y cayó, y ella, como pudo, lo llevó a su casa. El señor estaba temblando y con un dolor

de cabeza insoportable. Enseguida los hijos fueron a llamar a un jmen, quien les dijo que se habían

topado con el mal viento de la cueva que atacó a los dos. El jmen le dio tratamiento y quedaron

bien los dos.

Tiempo después, el señor platicó lo que vio en el viaje que hizo hasta la cueva. Los abuelos sa-

ben de esto y lo dicen, recomiendan que no se meta uno en las cuevas.

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