Contado por Teodoro Canul
Una vez un cazador fue a tirar hasta una milpa, donde entraban a comer unos venados. Al llegar,
buscó un árbol adecuado para subir y desde allí espiar a la presa.
Esta noche la luna estaba bien clara, por eso alcanzaba a ver hasta lejos. Así permaneció hasta
que dieron las ocho, las nueve, las diez, las once de la noche, mientras escuchaba el griterío de unos
niños en una vivienda donde los habían dejado sus papás.
El cazador expresó: Seguro que estos niños están jugando. Siempre así pasa cuando los niños
están solos, se ponen a hacer escándalo.
Al escuchar un alux el alboroto, se dirigió al lugar; pero cruzó directamente por donde estaba
el cazador. De repente, éste se dio cuenta que se acercaba un hombrecillo. ¡Puchaj!, éste debe ser
al que le dicen alux, se dijo.
Mientras avanzaba, el alux decía en voz alta:
–¡Towalo!, ¡towalo!, ni por donde viven las hormigas, ni por donde viven las tuzas, silaba, culan-
tro.
Mientras el alux hablaba, avanzaba, cruzó y se fue. Al ver el cazador que se había alejado, pensó:
Aquí cruzará de nuevo, estoy seguro.
En el mismo momento que cavilaba esa posibilidad, escuchó que los niños dejaron de gritar. Fue
el momento en que llegó el alux con ellos y los mató. Y el hombre se dijo: Por si se le ocurre pasar
aquí de nuevo mejor le preparo su merecido.
Cortó en pedazos unos cabos de vela y los metió en el cañón de su escopeta. Tomó el tiro, lo
marcó con cruces y se lo puso a su carabina, quedando así bien armado. Teniendo ya todo listo,
se sentó a esperar que pase. De pronto, apareció el alux, y venía haciendo mucho esfuerzo por el
peso de los dos niños que traía cargados. Al acercarse, pasó exactamente por donde cruzó al ir. Por
azares del destino, en la dirección del cazador estaba una gran piedra que servía para descansar, y
precisamente ahí el alux se detuvo para descansar. Después de asentar a los dos niños suspiró hon-
damente, sacando hasta el busto. Esto aprovechó el cazador para apuntarle en el mismo pecho. Al
disparo, el alux lanzó un grito y se fue, en medio de un viento con su llovizna.
Luego el cazador se dijo: ¡Mare!, creo que le pegué, por eso gritó. Lo mejor es averiguarlo hasta
mañana. Ahora me bajo y me iré.
Y enseguida lo hizo. Al día siguiente se lo comunicó a la autoridad de su pueblo para que reúna
a la gente y vayan a ver lo que había pasado con los niños. Reunidas las personas fueron a dar fe
de los hechos. Llegaron donde estaban los niños al momento que los mataron. Luego fueron a ver
donde se encontraba el señor cuando tiró al alux. Allí vieron que la piedra estaba manchada con
sangre, y se veían también las huellas por donde se fue. Las piedras, las hojas de los árboles estaban
pringados de rojo, por el ventarrón que hizo el alux al elevarse.
La gente empezó a seguir la pista de la sangre. Se alejaron y, después de un buen trayecto, lle-
garon bajo los techos de una cueva y penetraron en ella. Luego vieron que dentro había montones
de huesos humanos, eran de las personas que desde hace tiempo el alux mataba para comer, pues
no era la primera vez que lo hacía con los niños.
Llendo más al fondo toparon con el cuerpo del alux, que reposaba en una hendidura de la cueva
con el rostro hacia arriba. Vieron que las balas le penetraron por la espalda junto con los cabos de
vela. Lo levantaron y lo llevaron para quemar. Así termina el cuento y terminó también el alux.