Escrito por Gaspar Canul
Dicen que nuestros antepasados buscaron la forma de estudiar para ser wáay póop. Antes los se- ñores eran muy pobres y nadie les daba apoyo, no tenían presidente ni gobierno alguno. Ellos vivían en su casa en el monte, no tenían dinero para comprar lo que necesitaban. Tenían muchas carencias.
Una vez, uno de ellos abandonó su pueblo, porque no tenía nada que comer, y fue a buscar tra- bajo; llegó a un pueblo y habló en una casa a pedir trabajo. Era una casa llena de mercancías. Salió el dueño y le preguntó:
–¿Qué buscas por acá, buen hombre?
–Ando buscando trabajo, porque soy pobre.
El dueño de la casa le regaló comida, y después le dijo:
–Lu’umkab*, no tienes necesidad de buscar trabajo, porque aquí no hay trabajo. Los que vivi-
mos en este pueblo, todos somos wáay póop, y podemos ir lejos a quitar mercancía a los ricos, y
con eso vivimos.
El pobre le preguntó al dueño de la casa:
–Señor, si puedes enseñarme, me quedo con usted para que aprenda a ser wáay póop también,
porque estoy muy pobre y en mi casa estamos muriendo de hambre.
Después, el señor le dijo:
–Para que lo aprendas, tienes que quedarte una semana.
El pobre aceptó y se quedó.
Como a las diez de la noche, el señor dijo:
–Caminante, vamos a preparar nuestras herramientas para ir al viaje, será muy lejos.
Fueron lejos de la casa donde no les puedan ver las mujeres, porque si lo ven ellas se echa a
perder el trabajo.
Llegaron al lugar donde el señor tenía puesto como medio mecate de póop, parecido como
guano, y se pusieron a tejerlo. Terminado, el señor le ordenó:
–Vamos a quitar nuestras ropas.
Y enseguida se desnudaron. Luego abrió una cueva y de allá sacó un hilo llamado k’uuch**, y con
ello empezaron a costurar y tejer sus cuerpos, con el k’uuch, en formas cruzadas. Empezó desde
los pies, subió al cuerpo hasta el cuello nada más, porque la cabeza no se debe cubrir porque está
bendecido. Después hizo lo mismo al lu’umkab, cubriéndole su cuerpo también.
Luego, el señor fue hasta una parte muy oscura, y regresó con un librito cuando ya estaban
dando las doce de la noche; con ello empezó a hacer sus oraciones, y luego dijo al hombre:
–¡Súbete sobre el póop!
Subieron y se sentaron, de repente vino un fuerte viento y fueron levantados por los aires, y co-
menzaron a volar como si estuvieran viajando en avión. Después de volar mucho tiempo, llegaron
a un pueblo, y desde allá arriba el señor hizo unas oraciones para el descenso.
Bajaron sobre un techo, y el señor entró a la casa en un hueco del techo a sacar la mercancía, es-
tibó toda clase de abarrotes sobre el póop, y después de la carga cada quien vio cómo acomodarse
encima, para el viaje de regreso.
Luego el señor wáay póop sacó su librito y empezó sus oraciones para levantar el vuelo. Como
siempre vino el viento y los alzaron con todo y mercancía.
Como a las cuatro de la mañana llegaron otra vez de regreso. Trajeron bastantes mercancías,
sólo para ellos, porque en ese tiempo no era para vender.
Lu’umkab tardó una semana más; aprendió cómo se fabrica el póop, hasta cómo se cubre el
cuerpo con el k’uuch. De último, el wáay póop llevó al lu’umkab hasta un cementerio, y allá invoca-
ron al malo, y cuando se dio cuenta estaba junto a él un anciano, quien le dijo:
–Lu’umkab, te voy a regalar este librito, pues ya vi que estás decidido a aprender todo. Dentro
de siete años regreso por ti y por mi librito.
Lu’umkab lo agarró muy contento y regresó a su pueblo.
Él aprendió bien todo el contenido del libro y lo enseñó también a todas las personas de su
pueblo. Porque ese tiempo todos eran mayas pobres. Aprendieron todo lo del wáay póop para ir
a robar las bodegas de los ricos donde almacenan sus mercancías. Pero primero visitaban el lugar,
para que cuando vayan estén seguros de conseguir algo. Por cada viaje iban a un lugar diferente,
para que no los sorprendan robando.
Muchas personas antes de los siete años buscan protegerse del mal, se deshacen del librito
entregándolo a otra persona o lo abandonan a la salida de otro pueblo; para que cuando alguien
pase, lo agarre. Cuando regresa el malo a los siete años, se confunde, no puede perseguir a quien
tiene el librito porque lo acaba de tener. No lo puede llevar. Dicen que el que goce su vida con ese
librito durante siete años, debe morir.
Dicen los abuelos que hubo también accidentes de wáay póop en sus viajes, y hasta las mujeres
aprendieron el secreto de hacer el póop.
Algunas mujeres de los ranchos aprendieron de sus mamás abuelas hacer volar póop para robar
las mercancías. Las mujeres que saben el secreto oyen donde pasa el wáay póop a las cuatro de la
mañana, porque lo acompaña un ruido fuerte con el viento. Hay mujeres que espían en qué día cruza
por su rumbo el wáay póop. Cuando está segura del día, antes de las cuatro de la mañana se prepara;
cuando oye que viene el ruido desde lejos, ella se quita toda la ropa y queda totalmente desnuda;
se acuesta en el suelo y abre sus piernas, y cuando pasa el wáay póop encima, se cae con toda la
mercancía. La mujer se levanta y lleva toda la mercancía. Es un secreto fácil para conseguir comida.
Pero los wáay póop que saben de la trampa, cuando sienten que están cayendo enseguida ha-
cen su oración y se detiene la caída. Si por algún motivo tardan en pronunciar sus oraciones, llegan
al suelo, pero se escapan para que no los reconozca la mujer. El malo hace que desaparezca y se
va a su casa, pero el póop se queda allá con toda la mercancía. Cuando ven donde sucede eso, no
vuelven a pasar allá y cambian de ruta.
En aquel tiempo, dicen los abuelos que no habían aviones, solamente wáay póop. Pero también
se accidentaban muchos. Ahora no hay wáay póop. Tampoco hay el póop ahora; en ese tiempo se
sembraba mucho porque se utiliza para confeccionar el póop.