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Contado por Alfonso Dzib

Una vez, un joven y una muchacha se casaron, pero ambos no sabían leer ni escribir. Pasó un tiempo y, estando despierto el marido, escuchó que estaban hablando a su esposa. Luego que salió, observó entre los palos de la casa que a su esposa la estaban convirtiendo en wáay máak. Y vio cómo sufrió el cambio. Estuvo mirando cómo su esposa se acostó sobre la piedra, y la empezaron a brincar los demás. Cuando terminaron, se levantó ya hecho un wáay, y se fueron juntos para hacer sus maldades. Pero, el marido vio que la cabeza de su esposa se quedó tirada en el suelo, sólo su cuerpo se fue.
El esposo ya se había dado cuenta que cada luna llena venían a buscarla, para ir al cementerio a escarbar la tumba de los muertos, y también a comer el resto de comida que guarda la gente que vive en la localidad. A veces también van a escarbar el píib** donde se hacen festejos.
Los amigos del esposo vieron que estaba quedando muy flaco, y le preguntaron:
–¿Amigo, qué te está pasando así? Nosotros sabemos que eres una persona fuerte.
Sus amigos continuaron, y fue cuando le dijeron:
–¿Te das cuenta que la señora que está casada contigo es una wáay máak? Pues, si quieres la
verdad, hoy, que es luna llena, trata de espiarla, para que veas a qué hora vienen a buscarla. Y así
confirmas lo que te estamos diciendo.
Cuando llegó la noche, ella y él se acostaron a dormir, pero el esposo sólo disimuló que estaba
durmiendo. De repente escuchó que estaban hablando a su esposa:
–¡Vamos! ¿Ya te dormiste?
Cuando su esposa lo escuchó, se levanta rápidamente, y movió fuerte la hamaca de su esposo,
para que vea si realmente estaba dormido. Cuando vio que no se movió, salió corriendo de la casa.
Cuando vio el marido que su esposa ya había salido de la puerta, se levantó, corriendo, para ver qué
es lo que iban a hacer. Observó que ella ya se había acostado en el suelo, y la estaban brincando.
Cuando terminaron, se fueron. Entonces, el marido se dijo: Ahora ya vi que se vayan, tengo que ver
la hora que regresen.
El esposo no durmió, estuvo en vela. De repente, escuchó que ya estaban de regreso, y pensó:
Seguramente que mañana vuelven a salir y tengo que verlo.
La siguiente noche sucedió igual, pero esta vez observó que la cabeza de su esposa quedó tira-
da en el suelo. Y se puso a pensar qué iba a hacer: Si parto a la mitad su cabeza, la gente va a decir
que soy muy malo; pero si la quemo me va a odiar mucho. Mejor le unto sal y chile.
Salió, entonces, y empezó a untarle sal y chile en el cuello de la cabeza de su esposa. Luego la
dejó tirada donde había quedado. Después de muchas horas, escuchó que ya estaban llegando, y
su esposa se acostó otra vez sobre la laja, y la empezaron a brincar para que se convierta en ser hu-
mano. El esposo, que no estaba durmiendo, escuchó el ruido de la cabeza que se despegaba una y otra vez, pues no se adhería al cuerpo. Eso estaba haciendo hasta que amaneció y sus compañeros
se fueron, pero la señora no quedó normal. Entonces, el marido dijo:
–¡Mare!, creo que te chingué. Pues, ni modos, tú lo quisiste.
Y el esposo continúa:
–Pues, ni modos, ¿qué más puedo hacer? Tú mismo te vendiste al wáay máak.
Se dio cuenta que sólo la cabeza estaba viva, el cuerpo estaba muerto. De repente, el esposo
escuchó que la cabeza le hable:
–Ni modos, esposo mío. Hace tiempo que eres muy bueno conmigo. Pero esto que yo quise
fue así. Yo me puse a aprender esta cosa. Ahora ya entendí qué es lo que traté de aprender. Hace
tiempo, cuando yo llegaba con lodo en mi cuerpo, tú estabas durmiendo. Entonces, yo me metía al
káat* a bañarme y quitarme el lodo del cementerio. Y cuando te levantas, tomas el agua sucia sin
que te des cuenta. Entonces, los malos vientos del cementerio te enfermaron. Esto es por voluntad
mía, ni mi mamá ni mi papá me obligaron para que yo lo aprenda.
El esposo responde:
–Pues bien, yo tengo que irme a la milpa. Pero, primero tengo que hablar a tu mamá y a tu papá,
para que vengan a verte.
Fue a decirle a los papás de ella lo que había sucedido, y cuando llegaron, dijeron:
–Si mi hija buscó algo que hacer, pues deja que sufra. Cuando se canse, morirá.
La cabeza contestó así:
–Mamá, yo nunca me voy a morir.
Cuando escucharon esto, agarraron la cabeza de su hija y la pusieron en la punta de un palo, y
el marido se fue a su milpa.
Estaba yendo, cuando, de repente, escuchó: “¡K’oojroch, k’oojroch!” Algo le iba siguiendo. Re-
sulta que era la cabeza de la señora. Cuando la vio, la amarró otra vez en el tronco de un árbol.
Terminó y siguió su camino. De repente, escuchó que lo seguían nuevamente, y se dijo: Mejor lo tiro
en la cueva, pero va a decir que soy muy malo. Bueno, que me siga.
Llegó a las doce del día, y la cabeza seguía con él. De regreso a su casa, lo fue a decir a su suegra,
que le dijo así:
–Pues, ni modos, si no te deja de molestar lo tenemos que quemar.
Entonces, su papá y su mamá de la mujer, y otras personas más juntaron maderas y la quema-
ron. Y cuando agarraron la cabeza para tirarla al fuego, ésta habló:
–Ni modos, si ya hice algo malo, me tiene que llevar el diablo.
Después de estas palabras, lo tiraron al fuego y allá se quemó brincando.
Después de todo lo que pasó, el suegro le dijo a su yerno:
–Pues, yo tengo que darte otra mujer.
Se volvió a casar con la hermana de su esposa, y aquella atendió a los hijos.
Así terminó el cuento del wáay máak.

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