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Entre 1995-1997 hice una serie de entrevistas y fotografías de 38 yucatecos. El tema central de las entrevistas era “¿Qué es ser yucateco o yucateca?”. La exposición fotográfica se realizó en el vestíbulo del Teatro Felipe Carrillo Puerto de la Universidad Autónoma de Yucatán y las entrevistas fueron publicadas posteriormente en el Diario de Yucatán.

Uno de los entrevistados fue don Héctor Herrera “Cholo”. Desde mi llegada a Yucatán, había visto varias obras suyas representadas en el teatro ubicado en la calle 64 entre 65 y 67 y que llevaba el nombre de su abuelo. Cuando llegué a Yucatán en 1989, don Héctor actuaba junto con la actriz Madeleine Lizama, mejor conocida como “Candita”. Muchas veces, las carcajadas que provocaban entre los espectadores venían acompañadas del estrépito de los goterones que caían como cascadas desde el techo de lámina. En los últimos años de su carrera, don Héctor actuaba con la actriz Jazmín López “Tina Tuyub”.

Como buen yucateco procuré no perderme ningún montaje de don Cholo. La última obra que vi de él fue Mirando a tu mujer en Progreso, presentada en el Teatro Daniel Ayala en noviembre de 2003, y la última vez que lo vi fue durante el ya citado homenaje que le rindió el público en el Teatro Peón Contreras el día 15 de octubre de 2009, poco antes de que falleciera.

De la cultura y la gente de su tierra, don Héctor sacó fuerza e inspiración para hacer un teatro regional con un estilo propio, gracias al cual ocupó un sitio preponderante en la historia de este teatro. El presente libro no pretende extenderse sobre este asunto que, desde luego, merece un estudio aparte y que seguramente alguien más habrá de escribir. Aunque no me fue posible hablar con don Héctor para este proyecto en particular, creo que la entrevista de 1996 expresa muy bien la relación que tenía con su Yucatán. He aquí sus palabras:

Como yucateco, mi caso es un poco especial porque el pueblo de Yucatán me quiere mucho. Para mí Yucatán es todo: es mi madre, mi padre, mis hijos. Yo tenía una carrera exitosa en México, pero en una vuelta que hice a mi tierra, me di cuenta de cuánto la extrañaba y de que lo que quería era mi tierra. Por eso regresé, me quedé y rechacé una magnífica carrera en México. Eso nunca lo había dicho, pero esta es la verdad de por qué quiero tanto a Yucatán: cuando salgo al escenario, el público hace el 60 % de lo que sucede ahí. Yo sólo pongo el 40 %. El cariño que me da el público, no lo recibo en ninguna otra parte. Aquí el público me quiere y respeta.

Yo interpreto al yucateco como creo que es: sabe todo y lo que no sabe lo inventa, conoce a todo el mundo, y como buen mexicano se burla de todo, de la política, del amor y de la muerte. Pero el yucateco, por encima de otros mexicanos, tiene sentido del humor. Donde yo nací se hacía humor, no se hacían muebles, ni ropa, ni peines, ni cuadros, ni fotos, ni entrevistas. Se hacía humor, teatro de humor. Desde los 7 años cuando yo salía, la gente se reía de mis palabras y de las de mis padres. Tuve la suerte de nacer en una familia de artistas que ya eran respetados y queridos: la familia Herrera.

Insisto en que creo que mi caso es diferente y por eso estoy obligado con Yucatán. Es un Estado al que quiero porque la gente me quiere a mí más que a cualquier otro. Me distinguen: puedo entrar a un restaurante y me atienden primero, voy a pagar un recibo y me ceden su lugar en la cola, quiero un taxi y viene más pronto, voy a arreglar mi carro y el mecánico me atiende bien, entro a un súper y todo el mundo me saluda. Es algo así como ser un rey, pero no me creo porque vivo una vida muy sencilla. Pero para la gente soy un rey del humor. Ellos no saben las penas que tengo porque ellos vienen a reírse.

Siempre cuento la anécdota de cuando existía aquí en frente [del Teatro Héctor Herrera en la calle 64] el Registro Civil. Un matrimonio que ya llevaba más de diez años vino a divorciarse, pero como no los pudieron atender, ella le dijo a su esposo: “Si quieres, me puedes invitar a ver a Cholo por última vez antes de que nos separemos”. Compraron los boletos y vinieron a ver la función. Cuando salieron se habían reído tanto que no volvieron a hablar del divorcio y tiempo después vinieron a agradecérmelo. Eso puede sonar ridículo y cursi, pero es cierto, ocurrió. En otra ocasión vino un señor a verme y me dijo: “Yo ya no lo voy a venir ver porque yo traía a mi padre enfermo en una silla de ruedas a ver todas sus funciones. Y todavía ocho días antes de morir vino y se rió por última vez con usted. Entonces ya no vengo porque sufro mucho”.

El público cree que soy eterno, me dicen: “Oye, Cholo, ¿por qué tienes canas?, ¿por qué estás gordo?”. Creen que Cholo no debe envejecer nunca. Es una posición preciosa, pero difícil a la vez porque, desde luego, yo no puedo hacer nada malo en la calle.

Es muy bonito ser yucateco, como es muy bonito ser dinamarqués, o ser campechano o tapatío. El valor que tenemos los yucatecos es que siempre hemos estado unidos, como todo los pueblos que se quieren. Somos algo así como los judíos errantes entre los mexicanos. He estado en Nueva York y el señor que me abrió la puerta era yucateco. Y es cierto, aunque no me tocó verlo, pero dicen que en Venecia hay un gondolero yucateco. El yucateco se ayuda donde sea. Eso sí me ha tocado. Es un pueblo que se quiere. Es un pueblo que con la evolu-ción ha perdido un poco sus bellas costumbres, incluyendo la educación. Pero al fin y al cabo, es la evolución. Cuando yo era niño había un crimen cada diez años en Mérida o en Yucatán. Ahora he leído que en una semana hay tres, ¡en una semana!, y además suicidios. Entonces la conducta del yucateco sí ha cambiado. Pero nunca ha perdido el sentido de humor. Eso es muy importante.

Aparte de eso me gusta su comida (se nota), su música, su folklore, sus canciones, sus compositores y artistas, y sus mujeres. Me encantan sus mujeres. Los yucatecos tenemos más tiempo para disfrutar la vida que los huaches. Pero es así en cualquier provincia. Aquí somos menos formales, tanto en el modo de hablar como de vestirnos. Aquí no usamos corbata y saco. Cuando regresé del D. F. guardé mis corbatas y mi agenda de teléfonos. Aquí no vivimos sin reloj, pero tenemos más tiempo para vivir. El capitalino vive en un lugar muy difícil. Es una ciudad muy bella, pero el que vive allí tiene su tiempo muy medido. Es más delgado, porque es más ágil. Aquí comemos seis tortillas, pero allá no hay tiempo para comer más que una.

En toda la provincia existe el chisme, eso no me gusta. No me gusta la gente chismosa aquí o allá. De los yucatecos no me molesta nada, aunque no me gusta que se pierda la buena educación. Que no se conserve su tradición del “don” y “la doña”. Eso ya se está perdiendo.

Que los huaches vienen a imponerse, no es cierto, absolutamente no. Por lo regular la gente que llega a esa tierra se adapta a ella. Como dicen: “a la tierra que fueres, haz lo que vieres”. A mí me tocó adaptarme a la vida capitalina y los capitalinos que vienen aquí, se adaptan. Los que no se adaptan, se regresan. Los que tienen puestos ejecutivos aprenden a manejar distinto a la gente. Aquí y en toda provincia hablamos más de frente. Tengo muy buenos amigos en la capital y muy buenos amigos aquí. Y también conozco muy malos capitalinos y muy malos yucatecos.

Aún es tiempo de conservar las buenas tradiciones yucatecas: de saludar, de respetar a la gente, de vestirse bien, si se puede. A mí me tocó conservar una tradición yucateca que es el teatro regional. Preservar el teatro no tiene nada que ver con los costos, sino con educar y acostumbrar a los jóvenes a ir al teatro.

Yo creo que el problema más grande que tenemos ahora en Yucatán es político. Es la separación de la sociedad. Hay que recuperar la unidad. Si no, nos vamos a hundir. La sociedad emeritense siempre ha sido una sociedad de hermanos y ahora como hermanos estamos peleados y separados entre nosotros. El problema surge del partido oficial y del primer partido de oposición, además de los partidos que han venido después. Todos tienen razón. Pero acuérdate, cada fin de siglo vienen los cambios de los gobiernos, y si va a haber un cambio, que así debe ser, tiene que ser por el plan tranquilo, por el plan de cordura, de hermandad. Que Mérida y Yucatán vuelvan a ser un pueblo de hermanos. Nada de “no voy a ver a fulano porque es panista” o “no te lleves con ése porque es priista”. Creo que ése es el único problema de Yucatán.

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