Al analizar la actividad que hemos realizado durante siete años con las bordadoras mayas de Yucatán, nos damos cuenta que nuestra experiencia ha estado condicionada por el hecho de actuar en una actividad artesanal en transición -pues ha sido de autoconsumo y se está transformando en una actividad comercial- y que dicho cambio involucra modificaciones importantes a nivel técnico, productivo, organizativo, comercial, cultural, genérico, educativo y político. Por lo mismo, dicha actividad no ha sido profesionalizada, ni cuenta con profesionales de la misma, sino que sobre la marcha nosotros nos hemos tenido que transformar en profesionales de la actividad.
El cuadro siguiente (ver imagen) refleja algunas de las diferencias entre la producción para el autoconsumo y la producción para venta, que pueden dar una idea de la complejidad de los cambios a que se enfrentan las bordadoras cuando tienen que vender y, sobre todo, si son bordadoras de punto de cruz ya que, como veremos más adelante, el diseño del dibujo involucra una complejidad técnica que no presenta el resto del bordado, ni de mano ni de máquina.
Aunque en este estudio no hay espacio para aclarar, analizar y discutir cada uno de los aspectos que enumeramos en la tabla anterior, sí es necesario aclarar algunos.
El eje que regula todos los elementos cualquier lógica productiva es, por supuesto, el ‘objetivo de la producción’, y al comparar las dos columnas es claro que la producción de venta requiere de funciones como la administrativa y la contable, que en el autoconsumo no se requieren, y también que exige una serie de controles que en la otra no existen.
Igualmente es importante tener conciencia de que en la producción de autoconsumo -por sus características, que resultan en un tiempo muy costoso de producción desde la óptica del mercado- difícilmente se recupera el valor del trabajo invertido, lo cual deriva en una sobreexplotación permanente por parte del mercado, sobre todo si las y los productores no se organizan de otra manera. Este aspecto ya lo hemos mencionado, pero insistimos en él porque su comprensión es central para un desarrollo realista y digno del bordado y de las artesanías.
Cuando se plantea que la equidad genérica no es necesaria en el bordado de autoconsumo y sí lo es cuando se realiza un bordado comercial, estamos pensando en términos funcionales y no éticos. La inequidad genérica es cuestionable e injusta, pero en términos de lógica productiva dicha inequidad no pone en tela de juicio la racionalidad productiva de la economía de autoconsumo, mientras que sí resulta insostenible en una producción de carácter comercial debido a que, en este caso, la posibilidad de eficiencia productiva presupone un compromiso y responsabilidad de las mujeres, que sólo es posible en un marco de autonomía e igualdad de género.
En esta misma dirección, se observa que la carga doméstica de las mujeres no afecta negativamente a la producción del bordado de autoconsumo, mientras que sí representa un obstáculo para el desarrollo del bordado comercial. Además, en la economía de autoconsumo la alfabetización no es indispensable, pero en la comercial se transforma en herramienta de primer orden.
Es indispensable comprender que dichas transformaciones están conduciendo a la actividad de las bordadoras a la necesidad de organizarse como “oficio” -a la manera de artesanías clásicas y añejas como la talabartería, la platería o la cerámica, que desde tiempo atrás se realizan en “talleres”- y que, por lo tanto, la transformación no implica incorporarse en una dinámica productiva de corte capitalista, sino en una racionalidad productiva de corte artesanal, si se realiza desde los intereses de las bordadoras y desde su gestión autónoma. Lo importante es insertarse en la lógica del mercado desde una estructura productiva eficiente, pero colectiva.
Considerando lo anterior, nos atrevemos a afirmar que el bordado de autoconsumo en Yucatán sólo puede considerarse artesanal si entendemos como artesanías aquellos procesos productivos que involucran un alto porcentaje de trabajo manual. Pero si con este término nos referimos a aquellas actividades que, además de involucrar un alto contenido de trabajo manual, están organizadas en oficios porque se producen para la venta, entonces definitivamente el bordado no ha sido una artesanía.
Las artesanías que se trajeron de España a Yucatán, llegaron ya desarrolladas como oficios (orfebrería, platería, talabartería). Entre las actividades indígenas, sólo la alfarería parece tener una larga tradición de organización en oficio y, por lo tanto, en talleres.
De las actividades que han formado parte del sistema productivo tradicional de autoconsumo y que en los últimos años se han ido orientando al mercado -debido a la crisis agrícola permanente- sólo la alfarería, el tejido de palma de huano y el bordado realizado en máquinas industriales, se han organizado en talleres familiares en comunidades como Ticul, Halachó y Kimbilá, respectivamente. El tejido de henequén, de bejuco y de hamacas, no se han organizado aún en talleres y mucho menos el bordado de mano.
Uno de los aspectos que caracterizan a las artesanías estructuradas como oficios es el desarrollo de la actividad como una habilidad especializada, que da lugar a la existencia de maestros y aprendices, y a formas específicas de transmisión del oficio, según los requerimientos técnicos de la actividad.
Como el bordado en general, y en particular el de mano, no ha sido un oficio, no se ha desarrollado ni requerido de maestros o profesionales del oficio. Como ha sido una actividad de autoconsumo, a diferencia de otras actividades campesinas como la agricultura o la ganadería, que sí cuentan con profesionales de la actividad (agrónomos y veterinarios), el bordado no ha contado con sus profesionales.
Entonces, si recapitulamos, vemos que son dos los aspectos generales que caracterizan la actividad del proyecto: 1) la actuación en un campo que se encuentra en transición de la lógica del autoconsumo hacia la lógica de mercado; y 2) la actuación en un campo sin oficio y sin profesionales del mismo.
Tales características -que ahora reconocemos claramente pero que al principio del proyecto no habíamos definido porque sólo la actuación sobre la realidad nos permitió verlas- permiten entender nuestro estrecho enfoque inicial, que creía poder alcanzar los objetivos con sólo trabajar como generadores de diseño y capacitadores del mismo, sin ver que eran más las áreas y niveles en los que tendríamos que incidir. Tras siete años de experiencia entendemos que el diseño y el mercado están indisolublemente articulados y que actuar en uno nos lleva, necesariamente, a actuar en el otro.
Este marco también explica muchos de los problemas que hemos tenido que enfrentar, ya que entramos en un campo no conformado en oficio, sin profesionales de la actividad, en el que nosotras junto con las bordadoras hemos tenido que ir generando la experiencia en todos los niveles mencionados en el cuadro anterior, para posibilitar que la actividad se transforme en un oficio. Esto, por supuesto, ha implicado también un trabajo de capacitación permanente en diferentes niveles.
Este marco permitirá contextualizar los aspectos más relevantes de nuestra experiencia, que a continuación describimos.