Nunca tuve duda de encontrarme en un lugar y posición de ensueño, en medio de tanta cultura, tradiciones y belleza natural. ¡Todo a mi alcance! Pero también me asaltaba la sensación de encontrarme solo como un ‘Christian en el País de las Maravillas’. Sentía la necesidad de compartir, discutir y consultar. En el CC había personal capaz: un economista, un doctor, un veterinario y el mismo director del centro, que era maestro. Pero pensaba que para “hacer antropología” era preciso hablar con otros antropólogos. Traté entonces de hacer contacto con los antropólogos mexicanos en la Ciudad de México. La oportunidad para mi primer contacto fue el Congreso Americanista que se celebró en agosto de 1974 en el Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec.
Era la época en la que el triunfo de la Revolución Cubana representaba el ejemplo e inspiración para muchísimos estudiantes, académicos e intelectuales de México y de América Latina. Era el momento de hacer otra revolución en México, o por lo menos organizar a los campesinos para la lucha. Pero, aparentemente, los campesinos no tenían la conciencia ni la ideología para organizarse y menos para hacer una revolución. Su “revolución” consistía en migrar a las grandes ciudades, o irse de mojados hasta Estados Unidos. Las grandes organizaciones campesinas que existían, como la Confederación Nacional Campesina (CNC), pertenecían al PRI, el partido en el gobierno. En fin, que la situación política del país era discutida y analizada en las universidades, por lo general, desde el enfoque teórico marxista.
Una de las mesas en el Congreso Americanista fue “Movimientos Campesinos”. Era exactamente lo que yo buscaba, de manera que escuché todas las ponencias con la oreja parada. Especialmente me llamó la atención la ponencia de una estudiante, Silvia Terán, sobre la conciencia de los campesinos —en ese foro no se hablaba de indígenas, aquí los indígenas eran campesinos— del Valle del Mezquital. Después de su presentación me acerqué a ella para pedirle, en mi deficiente español, una copia de su ponencia. Y hay que admitir, que más que su ponencia, lo que más me atrajo fue ella misma, guapa, de pelo rizado estilo afro y con un saco de lana gris sobre una blusa roja pegada, que no dejaba duda de su sexo. No lo olvido. Las copias de la ponencia ya las habían repartido, pero no salí con las manos vacías. Fue el inicio, hasta hoy, de 37 buenos años de convivencia y trabajo con Silvia.
A través de Silvia hice contactos con economistas, sociólogos y antropólogos, como Roger Bartra, Eckart Boege, Luisa Paré y otros de sus compañeros y compañeras.
Desde entonces traté de viajar con más frecuencia a la Ciudad de México para encontrar en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) —en aquel tiempo ubicada en una parte del Museo Nacional de Antropología, en el Parque de Chapultepec— principalmente a Silvia, pero también para buscar literatura e inspiración en la biblioteca, en la librería, en el vestíbulo y en los muchos puestos improvisados en la escalera o entrada al museo donde se ofrecían libros y revistas de poca circulación.
La Librería Gandhi y El Ágora en Coyoacán, o El Sótano en la plaza de La Alameda en el centro de la ciudad de México, significaban refugios para mí donde podía pasar horas revisando y leyendo libros. Allí podía encontrar toda la literatura revolucionaria del mundo. Mucha publicada y vendida libremente en México. También allí se podían comprar casi por toneladas las ediciones completas de Mao o de Lenin o, a precio regalado, las obras completas del último estalinista, Enver Hoxha, de Albania. También se vendían múltiples libros críticos del desarrollo y la situación social y económica de México. Todo podía ser publicado, ¿pero de ahí a la acción? Ésta era duramente reprimida por el gobierno.
Con el triunfo de Salvador Allende a la presidencia de Chile en 1970, llegaron a esta nación muchos idealistas, marxistas y revolucionarios para participar en la reestructuración socialista del país… hasta el golpe militar en 1973. Una fue Martha Harnecker, procedente de la entonces República Democrática Alemana (DDR). Había publicado el libro Los Conceptos elementales del materialismo histórico, en el que discurre de manera sencilla y pedagógica, cómo las sociedades a lo largo de la historia han sido construidas y cómo funcionan. Su obra me inspiró mucho y en parte me sirvió de guía para ordenar y presentar mi material sobre la Huasteca. Presenté el trabajo en un pequeño libro, dirigido a los promotores bilingües, maestros y activistas en el área, que, como yo, carecían de una comprensión más teórica del funcionamiento de la sociedad. Fue publicado por el INI con el título: Tenec, conoce tu comunidad, naturalmente con la reflexión implícita: “para que puedas cambiarla”. Y por cierto, fue motivo de orgullo para mí que el texto del libro fuera revisado por el escritor Juan Rulfo, director de publicaciones del INI en aquel tiempo, aunque la revisión más puntual se la encargó a un estudiante con más tiempo.