La asociación empezó hace 31 años. La fundadora es la señora Elsi Cisneros Mézquita de Seguí. El centro nació un día cuando la señora estaba sentada en la playa con unas amigas jugando canasta, muy quitadas de sus penas, con todas sus comodidades, cuando pasó una señora por la playa con un niño físicamente muy dañado en los brazos, y ella sintió una gran compasión. Con ese niño ella empezó esa gran obra.
La obra consistía en que varias amas de casas dedicaran un poco de su dinero y algunas visitas a casas para ver en qué podían ayudar a aquella mamá o a aquel papá cuyos niños tenían alguna deficiencia. Ese fue el inicio. Y durante muchos años estuvo así el Patronato. Apoyaron con algún dinero para que los niños pudieran asistir a algún curso para educación especial. Porque, aunque las escuelas oficiales no cobren, siempre hay gastos, para el camión o los zapatitos, o sillas de rueda. Y éstos eran impedimentos muy grandes para que los niños pudieran asistir a sus terapias. Luego fueron ayudando con despensas.
En familias con un niño con deficiencias se encuentran dos reacciones. Uno es el de sobreprotección, que tampoco es bueno, y otro es el rechazo. Hay mucha superstición al respecto, y piensan que es un castigo de Dios, o es una vergüenza y se está pagando alguna culpa. Y el hombre, con el machismo que algunas veces se da en nuestra cultura latinoamericana, echa la culpa a la mujer. A veces, al grado que el hombre abandona a la familia.
La sociedad yucateca siempre ha sido muy bondadosa y abierta cuando ve a dónde va su dinero realmente. Muchas señoras que ayudan vienen de un nivel socioeconómico privilegiado y tienen muchas amistades y conexiones, no solamente aquí sino en otras partes de México. Ninguna de estas señoras tenía un hijo especial, pero ayudaron por solidaridad o por un apostolado con un cariz cristiano católico, pensando que con los más pequeños está Jesús.
Y pasaron los años, y yo tuve una niña con una deficiencia severa. Después de mucha molestia, de mucho reclamar a Dios inclusive, y peleándome con todo el mundo, me di cuenta que lo que sucede siempre trae una misión, un mensaje. Y fue cuando mi vida cambió en el sentido que pensé: si yo voy a trabajar con mi hija, qué bueno, así también puedo comprender y ayudar a otros padres y trabajar efectivamente por los hijos. No se trata de llorar una pena ni de esconder a un hijo o sobreprotegerlo o mandarlo al extranjero. De lo que se trata es de enseñarle a desarrollar sus capacidades, hasta donde se pueda.
Así fue como abrí ese centro, junto con otras amigas y el apoyo del Patronato Peninsular Pro-Niño con Deficiencia Mental. Y ya tiene ocho años de existencia.
La razón de abrir el centro es que los niños con deficiencias no son aceptados en ninguna parte. Yucatán es uno de los estados de la República que tiene más escuelas con educación especiales, pero se aceptan si van al baño, se aceptan si ellos pueden comunicarse verbalmente, si no convulsionan. Entonces son tantos requisitos que muchísimos quedan afuera, y se agudiza el problema, porque si no son atendidos, sobre todo en los primeros años, e inclusive meses, se pierden muchas posibilidades de logros. Y de allá la idea se fructificó y cada día se puede trabajar mejor. Ya nos vamos a pasar a una residencia por la carretera del Periférico que va a Valladolid. Lo ha pagado 50% Solidaridad y 50% la ’iniciativa privada y con todo el trabajo de nuestras damas voluntarias. Algunos padres pagan lo que puedan, porque no es institución de beneficencia, pero sí se pide una cuota, pero claro, no se puede sacar agua de una piedra. Lo que cada uno puede, pero tiene que pagar algo. Porque no está pidiendo una caridad, que se sienta la dignidad de luchar por su hijo especial. Como a cualquier otro hijo, porque todos tienen un derecho a algún tipo de educación. Esa es la razón.
¿Hay en Yucatán más aceptación a personas que salen de «lo normal»?
Muchas personas aquí en Yucatán tienen una sensibilidad mayor en muchos sentidos, una sensibilidad para la belleza, para el arte, para un poema y por lo tanto hay una apreciación muy especial hacia el ser humano. No importa de dónde vienes o si eres de aquí o afuera, o si tus ojos son así o así. Es muy natural amar al prójimo entre los yucatecos. Lo vemos, porque sacamos a nuestros hijos, para que se vean y ellos ven. Ellos necesitan un contorno, como cualquier otra persona.
Y además, sentir la gran sensación de poder amar y ayudar. Ayudar con amor, no con compasión. Nadie necesita compasión, pero necesitamos sentir que somos importantes y capaces, y que te toman en cuenta, aunque sea para recoger un lápiz o para darte una sonrisa o decir buenos días. Nada más. Y se ha servido. Muchas mujeres de nuestro medio han venido y aceptado participar en el programa de maternaje. Consiste en poner a los bebes junto al pecho. Porque se ha comprobado que eso ayuda mucho a los niños con problemas neuromotores. Pero como a muchas mujeres les da trabajo dedicarse a arrullar el tiempo suficiente a los niños, qué bueno que haya personas que sí quieren hacer el maternaje.
Tenemos 115 niños, pero en toda la Peninsular hay 40,000 con problemas. En nuestro nuevo Centro queremos captar niños de las haciendas y los pueblos, que sentimos son muy abandonados. Todavía no sé cómo, pero tenemos que hacerlo.
¿Hay diferencia entre los yucatecos y los otros mexicanos, los uaches, por ejemplo?
Bueno, mi esposo es uach. Creo que la concepción que tenemos de otros depende de la formación que tuvimos. Mi padre fue una persona muy abierta, y viajamos mucho desde muy chicas. Mi padre tenía negocios en Canadá, Estados Unidos y Cuba. Tenía barcos golletas con velas. Iban de cabotaje por la costa. Creo que estos viajes formaron mucho mi carácter, porque entre los marineros había húngaros, ingleses. Eso me dio una visión muy especial que un ser humano es un ser humano en cualquier parte del mundo.
Por el otro lado, pienso que el yucateco es muy romántico, es muy sensible. Eso sería una de las grandes diferencias. La gente de otras partes de la República son más rudas, pero son más sinceras. El hombre del norte, no del centro, es más franco. El yucateco es bueno, pero trata de agradar a todos. Te dicen sí, cuando en realidad quieren decirte no. Pero te dicen sí porque no te quieren molestar, aunque ellos sí se molestan. Es lo que siento mucho entre nosotros los yucatecos. A la larga no es bueno, porque por eso hay tanto rencor y coraje contenido.
La gente del pueblo es muy dadivosa, comparte contigo la tortilla, lo que tiene. Y en general en la ciudad también, pero se ha ido perdiendo esa espontaneidad y ya hay un poco más de conveniencia. No sé si es fruto de toda la corrupción que ha estado viviendo México. Y la pérdida de los valores, el utilitarismo haciendo las cosas si te conviene, y si no, no. Es muy de las nuevas generaciones. Pero al mismo tiempo entre los jóvenes veo también grandes valores.
El yucateco es muy dado a fantasear de su pasado… “mi abuelo tuvo”… de eso no se vive. Todavía queda un poco de ese complejo de hacendados.
Una cosa que no me gusta tanto entre los yucatecos es que muchos yucatecos tienden a escudar y sobreproteger a sus hijos. Eso hace que no hay reciedumbre y responsabilidad. Cuando el yucateco se enfrente a una realidad de vida, y cuando los papás, y sobre todo las mamás dejen de ser sobreprotectoras, y se haga ver a los hijos que todo lo que hagas en tu vida tiene una resonancia, tiene una consecuencia, ese día el Yucatán de mañana va a ser un Yucatán fuerte.
Yucatán ya está cansado de la paternidad, del engaño. De tanta mentira. Aquí en Yucatán se han prendido las chispas de estallidos sociales, y yo pienso que no va a estar lejos. La gente ya está madura y los líderes ya están en la clase media. No están en la clase baja y tampoco están en la clase alta. Tal vez no sea muy fácil, pero con tanta promesa rota y tanta hambre, tanta miseria y robo, algo va a pasar. Hay corrupción. Hay mucho dolor.
Creo que los seres humanos tenemos tantas posibilidades para aprender cada vez a vivir mejor. Ser ciudadanos del mundo, pero sin olvidar nuestras tradiciones. Todos tenemos mucho que dar.