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Originalmente, los créditos a bordadoras fueron otorgados por Banrural. Posteriormente, se han otorgado por medio de la Secretaría de Desarrollo Rural, de FONAES, o del INI que maneja fondos provenientes de múltiples fuentes. Eventualmente la Casa de las Artesanías del gobierno del estado, también otorga créditos a artesanas.

Los créditos que otorgaba Banrural, en los años setenta y ochenta, incluían compra de materias primas y mano de obra. Las artesanas no manejaban dinero. Banrural entregaba, primero, el dinero para las materias primas que se compraban en el momento de salir el crédito; y después, a la entrega de los productos, pagaba la mano de obra correspondiente. Banrural mismo se hacía cargo de la comercialización, por lo que este sistema se volvió insostenible dado que, como empresa financiera, Banrural no tenía infraestructura para ventas y llegó un momento en que tenía bodegas llenas de productos que no se vendían al mismo ritmo que se producían. Esto en buena medida se debió también a que los productos no eran atractivos para el mercado.

Una modalidad de crédito que se ha generalizado para evitar dar dinero y que los grupos tengan problemas de malversación de fondos, es otorgar los créditos en forma de paquetes de materias primas; el inconveniente radica en que tales paquetes son preestablecidos pensando en una producción de hipiles y justanes, porque es lo único que por tradición saben hacer; esto impide que las bordadoras hagan algo diferente y que determinen lo que necesitan para trabajar. También desalienta el trabajo el hecho de que la mano de obra se recupere hasta que se vende la prenda. Si bien este sistema evita que haya malversación de fondos al inicio del proceso, no impide que la haya en el momento en que se recupera el dinero por ventas.

Además de los problemas descritos, cabe señalar la dificultad de que se den apoyos importantes a los grupos de mujeres a causa de prejuicios y desconfianzas de orden genérico, en suma, a causa del sistema machista imperante en los medios oficiales. No obstante, las cada vez más numerosas experiencias de grupos de mujeres que pagan sus préstamos están cambiando la actitud escéptica de los financiadores hacia los grupos de mujeres. Al respecto, quiero subrayar que, de acuerdo con mi experiencia, el otorgamiento de créditos -no sólo entre mujeres campesinas, sino también entre hombres-, no debe promoverse mientras no se resuelvan problemas previos de organización, producción, administración, contabilidad y comercialización, cuya solución es indispensable antes de enredar a las mujeres o a los hombres campesinos con compromisos crediticios que no están preparados para asumir. Considero que mientras un grupo está formando la experiencia productiva que le permitirá consolidar su actividad en términos comerciales, debe recibir subsidios o, en todo caso, créditos blandos que no impliquen un costo financiero muy alto, al mismo tiempo que reciben la capacitación y asesoría necesarias para fortalecer su experiencia.

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