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Centralismo y participación reducida de los grupos de mujeres

Para los grupos de bordadoras organizarse significa constituirse en una figura legal y tener un comité para poder obtener financiamientos. En la realidad, pocas mujeres participan o se hacen responsables de las tareas del grupo y generalmente son las presidentas las depositarias de la autoridad y de la responsabilidad de las acciones. A veces las secretarias acompañan a las presidentas en las gestiones y el dinero no lo manejan las tesoreras, sino las presidentas.

Al solicitar créditos, por ejemplo, la presidenta de los grupos es la que se hace responsable de realizar la gestión y, una vez obtenido el crédito, de juntar el dinero y realizar los pagos. Esto es así porque, en general, en las economías tradicionales se acostumbra depositar la autoridad en la figura del líder y cederle las decisiones. Además, según Nadal (comunicación personal), para la presidenta y para el grupo, las actividades que aquélla realiza para éste, en virtud de que son muy apreciadas porque pocas mujeres las realizan, por las transgresiones sociales que representan, como salir, frecuentar los espacios públicos, tener tratos con hombres, son vistas y vividas como un sacrificio que a cambio exige de la sumisión de las socias.

Cabe notar que la mayoría de las mujeres que son líderes de grupos son viudas, separadas o solteras y, como tales, están autorizadas socialmente para realizar las tareas que implica su liderazgo, porque no tienen un hombre a quien rendirle cuentas. No obstante, es cierto en parte que, como dichas personas se sacrifican por las otras al dedicar su tiempo a gestiones que las demás no pueden realizar, exigen una sumisión por parte de las socias.

Es frecuente que, una vez que se ha tenido acceso a dinero, la presidenta de los grupos comience a hacer uso del mismo para cubrir necesidades personales y que ello derive en problemas, divisiones y desconfianza. Esto ocurre, por un lado, porque las líderes terminan formando parte del sistema corrupto que las reclutó, porque les conviene dadas las ventajas que obtienen y porque no les queda otro remedio si quieren seguir teniendo el apoyo de los gobiernos. Esto se acentúa si consideramos la falta de asesorías, seguimiento y capacitación que permitan que las mujeres ejerzan sus fondos ordenadamente y con controles que favorezcan el rendimiento de cuentas y la vigilancia colectiva.

La producción, por otra parte, como se realiza individualmente, no favorece la participación en las responsabilidades colectivas de todas las socias de los grupos. Los créditos no se manejan colectivamente, sino que suelen repartirse entre las bordadoras y cada una responde por su parte del crédito de manera individual. La venta también se busca de manera individual o la realiza la presidenta del grupo que juega, frecuentemente, el papel de intermediaria.

La carga de las labores domésticas y el analfabetismo son factores decisivos que frenan a las mujeres en sus posibilidades de responsabilizarse cuando pertenecen a un grupo.

Finalmente, hay que destacar que otro límite muy importante para que los grupos de bordadoras puedan operar realmente como tales -esto es tomando decisiones autónomas- es el hecho de que las decisiones no se toman en el grupo de bordadoras, sino en cada hogar. El esposo concede o no los permisos para que cumplan compromisos como la asistencia a reuniones, la salida a comprar materias primas o a vender. Los chismes juegan un papel importante en el control social de las mujeres por sus esposos.

En este sentido, se ha perfilado como una necesidad para el avance de las organizaciones de bordadoras que tengan costureros donde se reúnan a trabajar, porque el espacio propio es una premisa importante para crear una identidad colectiva y para poder tomar decisiones autónomas. Esto no es fácil, porque hay resistencias fuertes de parte de los esposos, quienes consideran una transgresión muy fuerte al sistema de género que las mujeres tengan espacios propios, dado que son el basamento del puente para participar en los espacios públicos (Nadal, 1995). Al planteamiento de Nadal le agregaría que, además, con los talleres se logra hacer visible y pública la actividad que hasta ahora ha permanecido privada e invisible, impulsando con ello el reconocimiento social y propio de que la actividad es valiosa y productiva, aspectos de los cuales actualmente no se tiene plena conciencia.

La conclusión es que ni la forma de producción, ni la forma de comercialización, ni el sistema de género, han favorecido la autonomía de los grupos de mujeres.

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