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Problemática de género en la región

En Yucatán, como en todo el mundo, el sistema de género refleja un papel de subordinación de las mujeres hacia los hombres; sin embargo, las mujeres también manifiestan un poder -muchas veces comparable al que se observa entre las zapotecas del Itsmo- y que, igual que en Oaxaca, ha conducido a muchas gentes a pensar en la existencia de un matriarcado. El matriarcado, si es que existe, es simbólico, como lo considera Ramírez (1998), y se finca y despliega en los espacios íntimos del hogar pero no en los espacios públicos.

La realidad genérica de las mujeres yucatecas nos lleva a suponer que el dominio masculino no se expresa igual en todas las realidades sociales y culturales, sino que debe haber una tipología del dominio masculino y que, en ese sentido, Yucatán no presenta un sistema de dominio masculino de corte machista como el que puede observarse en otros lugares. En Yucatán el dominio de los hombres sobre las mujeres parece haber sido, por tradición maya, un dominio más sutil que luego se vio endurecido por la presencia española.

Las observaciones de los españoles del dieciséis, dejan ver una relación entre mujeres y hombres que refleja una expresión de las mujeres que sería imposible en un sistema de dominio masculino de corte machista al estilo musulmán, por ejemplo. Landa (1982: 57-58) nos dice, entre sus comentarios sobre las mujeres:

Son celosas y algunas tanto, que ponían las manos en quien tienen celos, y tan coléricas y enojadas aunque harto mansas, que algunas solían dar vuelta de pelo a los maridos con hacerlo ellos pocas veces […]

Tienen costumbre de ayudarse unas a otras al hilar las celas, y páganse estos trabajos como sus maridos los de sus heredades y en ellos tienen siempre sus chistes de mofar y contar nuevas, y a ratos un poco de murmuración [ …]

Emborrachábanse también ellas en los convites, aunque por sí, ya que comían solas, y no se emborrachaban tanto como los hombres […]

La Relación de Motul, dice que los hombres:

No hacían vida más de con una mujer, pero por livianas causas la dejaban y se casaban con otra, y había hombre que se casaba diez y doce veces, y más y menos, y la misma libertad tenían las mujeres para dejar a sus maridos y tomar otros… (De la Garza, et al., 1983: T. 1, 270).

Aunque se excluía la participación de las mujeres de los espacios públicos, no se les impedía ejercer violencia sobre los hombres, ser infieles, emborracharse o tener sus campos propios de acción. Este sistema se refleja, todavía, en las áreas más tradicionales de Yucatán y quizá sea la raíz del poder femenino que Ramírez reporta para el Yucatán de hoy.

En la zona milpera, algunos autores señalamos que la división del trabajo entre los sexos, hasta hace diez o veinte años, no involucraba, al interior del sistema, sobrevaloración de las actividades masculinas (Eimendorf, 1979; Rasmussen y Terán, 1991). Asimismo, se reflejaba una relación más respetuosa hacia las mujeres que en otras regiones en comentarios masculinos frecuentes que descalifican la violación y aprueban el control de la natalidad, así como en una tolerancia hacia el adulterio femenino y masculino, como también se manifiesta en los testimonios del primer obispo yucateco (Rasmussen y Terán, 1991).

Asimismo, la interpretación maya del mito de la creación cristiano, que todavía se maneja en pueblos tradicionales de la zona milpera, deja ver un trato amable hacia las mujeres, cuando Dios, al crear a Eva, no aceptó las sugerencias de Pedro y Pablo de formarla de un dedo de la mano de Adán, -porque podría estrujarla-, ni de un dedo del pie -porque la pisotearía-, y eligió usar una costilla para que Adán la amara (Terán y Rasmussen 1992: T. 1, 59). Además, en el mismo mito, Eva, por iniciativa propia y sin ser tentada por el demonio-, le propone a Adán bajar unos plátanos (en el trópico no hay manzanas) porque Dios ya se había retrasado a una cita que tenía con ellos para bajarlos, él mismo, del árbol. Cuando llega Dios, Eva y Adán esconden los plátanos entre sus piernas y Dios los transforma en sus respectivos sexos. Es decir, que en la visión maya los sexos masculino y femenino provienen, los dos y no sólo el del hombre, de los plátanos.

También hay que señalar que, entre las mayas peninsulares, nunca adoptan el apellido de los esposos como ocurre en nuestra sociedad. Toda su vida continúan identificándose con sus apellidos de solteras.

Desgraciadamente no existen los estudios de género basados en la iconografía maya, que constaten el origen prehispánico de estas relaciones.

Aparte de los comentarios que ofrece Landa -que son de tomarse en cuenta considerando todos los sesgos de su mirada como hombre eclesiástico del siglo XVI y conquistador de almas extraviadas- no tenemos más elementos para fundamentar lo que decimos, que un estudio de Haviland (1997) sobre muerte y género en Tikal, Guatemala. En éste se analiza la diferencia entre entierros masculinos y femeninos, considerando localización, construcción, calidad y cantidad de ofrendas, y deja ver que la desigualdad genérica variaba a través del tiempo y de las clases sociales, pero que se manifestaba con mayor fuerza en la élite. El antropocentrismo, de acuerdo con Haviland, aparece ligado al desarrollo del Estado centralizado y el autor dice que la inequidad debió de ser menos pronunciada en centros más pequeños y menos centralizados.

Esta hipótesis resulta interesante, porque las características ecológicas y agrícolas del norte yucateco no favorecieron el centralismo hasta etapas muy tardías -en Chichén Itzá y en Mayapán, por un tiempo corto (entre 1200 y 1500 d.C.)- ya que cuando los españoles llegaron a Yucatán, el poder estaba fragmentado en dieciseis cacicazgos (Roys, 1957) y así parece haberlo estado antes de las hegemonías de los Itzaes y de los Cocomes.

La base de la economía era -y continuó siéndolo hasta fechas recientes en la llamada zona milpera del oriente y sur yucatecos- la producción milpera, que se organiza de forma atomizada, propiciando una estructura del poder también dispersa, lo cual concuerda con la hipótesis de Haviland y con las características genéricas que aún se observan en el área.

En la zona ex-henequenera la mayor influencia española habría favorecido la instauración de un dominio masculino de carácter machista que habría permeado a la población maya. Actualmente, dicho dominio machista ha venido fortaleciéndose como consecuencia del alcoholismo provocado por la crisis agrícola del henequén y el empobrecimiento de los campesinos, en combinación con la corrupción moral que aqueja a los varones de la zona, establecida por el sistema oficial a través de Banrural y Cordemex durante varias décadas de este siglo.

El caso es que, actualmente, ante los embates de las crisis recientes y ante el creciente proceso de escolarización , el destino femenino -antes reducido al ámbito doméstico- ha venido cambiando y cada día son más las mujeres que trabajan en espacios públicos como fábricas, talleres, restaurantes u oficinas, y que ingresan dinero a los hogares.

Sin embargo, estos hechos no necesariamente reflejan autonomía y equidad genérica, pues muchas veces lo que ocurre es que las mujeres adquieren mayores responsabilidades que no necesariamente se traducen en mayor poder. Además, y es lo que hemos observado en el caso de las bordadoras, muchas decisiones siguen en manos de los hombres y todavía hay mucho por hacer para lograr una relación genérica justa y equitativa.

Para concluir este apartado diremos que, así como la historia del bordado arroja información que nos ilustra sobre su importante potencial, el conocimiento del bordado actual nos permite ver que los retos que enfrenta la transformación de la actividad son innumerables y que lograr el paso hacia una actividad comercial implica una tarea enorme que apenas con base en el naciente trabajo realizado por nuestra organización y con la presente sistematización, comenzamos a visualizar en toda su dimensión.

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