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Cómo consiguió el zopilote su cabeza calva

U tsikbal Fulgencio Noh

Tumen way to’one’ te’ lu’uma yaan le nukuch kaano’ob u k’aba’obe’ kankuch kabaob; junpáay le ooch kaan ku ya’ala’alo’, mix leeti’ xani’, chen nukuch kaano’ob, je’ebix ts’íibta’anil ju’uno’obo’, nukuch pikil ju’uno’ob. Le kaano’ob je’elo’ ku jach nuuktalo’ob, jach ku xáantal u kuxtalo’ob way yóok’ol kaabe’. Ku yiliko’ob tak cincuenta años, ku jach nojochtalo’ob, cincuenta añose’ ku yookol u je’esuba’ob yáanal áaktun. Te’ tun yáanal le áaktun tu’ux síis lu’umo, ti’ tun ku kajtali’, sin que u jo’ok’oli’.

Tumen wa ka’ jóok’ok ma’ake mi je’el u jaantik tak máake’, nojoch ba’al. Cincuenta xan kun bin p’áatal te’ yáanal aktuno’, ti’al tun u chukik cien años tun ti’. Cien años tun ti’e’ pos ku chúunpajal u jóok’ol u xiik’o’ob u jook’ol u k’u’uk’mel. Ku jo’op’ol u sentirtik túune’ jel u béeytal u bine’, jel u béeytal u jóok’ole’, hasta tun u chukik u mesil le septiembre ku ya’ala’a beeyo’, ti’ tun ken u jóok’oli’, je’eken tu’ux ka yaanake’.

Wa ti’ yaan yáanal nukuch k’axo’ob beeyo’, yaan u jóok’ol cada año u xíinbansuba tu paach le nookoy múuyalo’obo’, hasta u yiijtal u xiik’e. Lelo’ junp’éel ba’ale’ ku yila’al; ku tocar u yila’al tu láakal. Tumen mix wa junp’éel ba’al wa chen tun tukulta’al wa yaani’,¡Si no que yaan!. Leetun lelo’, ku bin máan paach le nokoyo’ob bey ka’analo.

Je’etu’ux ken u jut junp’éel u k’uuk’mel, junp’éel u ts’o’otsele’ ken líik’ik yáalkabe’ juntúul keej, wa juntúul kitam, wa je’eba’ax u k’áate’, pero yaan u bin ba’alche’il. Leeti’ ku líik’il u beet beeyo’. Ts’o’ok u término tun ti’al tak tres semanas u maan tu paach le múuyalo’, ku bin tun ts’áamal ti’al tun ichil junp’éel noj k’aa’náab. Antes u k’uchul ya’ala’al ichil le k’áa’náabo’ ts’o’ok u líik’il le k’áa’náab ti’al machik xano’.

Le ken ma’achak tun tumen le k’áa’náabo’, ken ya’al junp’íit horae’ sam jelpajak, ku yaantal u jéelpajal túune’ jel u béeytal u ts’o’onol túune’. Jel u béeytal u kíinsa’ale’,tiburónil u páatal túun; enseguida ku k’expajal u porma.

Ti’ tun ku ts’o’okol ti’ le ba’alo’ob beey ku náakalo’, chen cada año beeyo’, hasta u mesi septiembre ku jóok’olo’ob’.

Contado por Fulgencio Noh

Éste es el cuento de una tortolita y una zopilote. En aquel tiempo, los animales se hablaban y co-mentaban de su trabajo. Una vez, la zopilote encontró a la tortolita cuando ésta estaba jugando con su ropa, es decir, con sus plumas, y decía:
–¡Fuera plumas!, ¡fuera plumas!, ¡fuera plumas! –y las plumas volaban por los aires. Abandona-ban el cuerpo, pero, antes de que llegaran al suelo, las llamaba nuevamente:

–¡Vengan plumas!, ¡vengan plumas!, ¡regresen plumas! –y todas regresaban a su cuerpo. Estaba entretenida en esto cuando se acercó la zopilote, y le preguntó:

– ¿Se puede saber qué está haciendo, doña?
– Nada –le contestó–, sólo me estoy divirtiendo, estoy jugando, estoy haciendo mi promesa, mi alegría.

La zopilote, curiosa, le preguntó:

– ¿Y, cómo aprendiste a hacer eso?
– Se me ocurrió practicarlo y salió –contestó la tortolita.
– ¿Qué palabras dices? Repítelo para que yo lo oiga –pidió la zopilote.
Gustosa, la tortolita se puso a decir las palabras:
–¡Fuera plumas!, ¡fuera plumas!, ¡fuera plumas! –y todas volaron.
Pero, cuando estaban a punto de llegar al suelo, las llamó nuevamente, diciendo:
–¡Vengan plumas!, ¡regresen plumas! –y todas regresaron a sus lugares.
Después, la zopilote comentó:
– Pues, señora, está muy bonito el juego. ¿Hay alguna posibilidad de que yo lo aprenda?
– Claro, es fácil, ¡inténtalo! –dijo la tortolita.
– Si quieres, dilo tú también, y te sucederá igual: se caerán tus plumas, y regresarán también.
– ¿Tú crees? –dudó la zopilote.
– Estoy segura. Intenta y verás. Dilo y ocurrirá, tus plumas se irán y volverán –asintió la tortolita.
– ¿De verdad?
– Sí –responde la tortolita.
– Si es así, ahorita mismo voy a intentarlo –expresó.
Y enseguida se puso a decir:
–¡Vuelen plumas!, ¡fuera plumas!
Y también cayeron sus plumas. Rápido, la tortolita le urgió:
–¡Llama otra vez a tus plumas!
–¡Regresen plumas!, ¡vengan plumas! –gritó la zopilote, y todas volvieron a su cuerpo, y se sintió muy halagada. Se dio cuenta, entonces, que puede hacerlo también.

Repitió otra vez las palabras:
–¡Vuelen plumas!, ¡fuera ropa!
Luego:
–¡Regresen plumas!, ¡vengan plumas! –y fácil se realizó.
Pero, como a la séptima vez de hacerlo se descuidó, sus plumas llegaron al suelo. Es que se distrajo y no las llamó antes que posaran abajo.
El secreto del juego era impedir que las plumas toquen tierra, porque si no, simplemente no suben otra vez, y fue lo que le sucedió a la zopilote. Se tardó en llamarlas para que vuelvan a su cuerpo. Por eso no regresaron a cubrirlo. Por más que les hablaba, no subieron. Viendo la tortolita lo que había pasado, ¡zas!, voló.
Ya lejos, se puso a reír, y comentó para sí: Ya te jodí, te di una buena lección, ahora tienes que ver cómo vivir.
Está claro que, como la tortolita tiene práctica en el juego que hace, no falla; pero, la zopilote no tenía experiencia, por eso fracasó y se quedó sin plumas. Ya sin ellas, ¡cómo iba a vivir!, porque ella se alimenta con carne y no come yerbas u otra cosa. Ella vuela para buscar su alimento favorito, que es la carne, aunque sea carroña, pero carne.
Entonces, empezó a vagar sufriendo, y no conseguía comida suficiente. Cavilando, se decía: ¿Qué será de mí? Creo que voy a morir, el hambre me acabará. Nunca pensé que una tortolita sea capaz de hacerme lo que me hizo. Si pudiera encontrarla ahora, me la comería.
Pero, ¿dónde la iba a encontrar? La tortolita nunca fallaba en su diversión con las plumas. Pero, la zopilote, como lo acababa de aprender, al errar le llegaron las plumas al suelo y no pudieron regresar a ella.
Así, andando, sorteando la vida, se encontró con una tigrillo que diariamente conseguía carne fresca para comer, nunca la comía mala. Entonces, se dirigió a la zopilote, y le preguntó:
–Fulana, ¿qué te sucedió?, yo sabía que tú no eras de pleito. ¿Qué hiciste para quedarte toda desplumada?

Ella contestó:
–Es difícil imaginarse cómo me pasó esto. Verás, vi a la tortolita que estaba jugando, y se me ocurrió pedirle que me enseñara cómo jugar con mi ropaje. Y lo practiqué muy bien hasta la tercera vez, pues se me regresaban mis plumas. Pero, a la séptima me descuidé, y se cayó toda mi ropa hasta el suelo y, por más que las llamé, no regresaron a mí.
–¡Ay, comadre, cómo te dejaste engañar por una cosita así! No parecía capaz de hacer algo semejante –dijo la tigrillo.
–Lo que pasó, es que me gustó mucho su manera de divertirse, al quedar toda encuerada. Y se me ocurrió decirle que me enseñara. Ya lo había aprendido, pero, al practicarlo, en un parpadeo que tuve, llegaron mis plumas al suelo, y, luego, estuve llama y llama. Me fastidié y nunca volvieron. Ahora, con mucho trabajo consigo para comer.
Esta fue la explicación que dio la zopilote a la tigrillo. Entonces ésta le habló:
–¡Ay, señora!, si gustas, puedes venir conmigo para que cuides a mis hijos, son muy pequeños, y como salgo a cazar, se quedan solos y no sé cómo la pasan. Si aceptas, vamos, y te doy de comer.

Jubilosa, expresó:

– Bueno, si es cierto lo que me propones, comadre, acepto, pues de otro modo no podre vivir.
– ¿Vienes, entonces? –preguntó la tigrillo.
–Sí –contestó la zopilote.
Y la tigrillo le ordenó:
–¡Súbete a mi lomo!
Se agachó, y la zopilote vio la posibilidad de treparse en su espalda. La zopilote estaba sin ropa, toda desnuda. Después se marcharon. Pronto se dio cuenta de que estaban llegando a la gruta donde vivía la tigrillo, y vio que allí andaban jugando los pequeños, parecidos a gatos. Se abrazaban, se arañaban, en fin, se divertían alegres.

La madre se dirigió a sus vástagos, diciendo:
–Aquí les traigo una sirvienta para que les atienda y cuide. Con ella se quedarán, pero mucho cuidado con tratarla mal.

Ellos aceptaron, pero con una advertencia:
–Si todo lo que dijiste que irá a hacer es cierto, qué bueno, pero si no, en ese instante ¡la comemos, porque sentimos un poco de hambre! –gritaron.

Pero, la tigrillo repitió:
–No, no se les ocurra causarle algún daño sin mi permiso, pues yo quise traerla para compañía de ustedes, porque ya vieron que cuando salgo de viaje tardo mucho en regresar, y no puedo estar todo el tiempo cuidándolos.

– Está bien, que se quede –asintieron.
Luego, la tigrillo se dirigió a la zopilote, diciendo:
– Bueno, ya está arreglado. Te quedarás con ellos.

La tigrillo tenía por costumbre ir a conseguir carne desde que amanece, así que, desde ese momento, sus hijos se quedaron con la zopilote. Mientras la tigrillo estaba afuera cazando, sus hijos se ponían a jugar. Querían que la zopilote jugara con ellos; la molestaban, se le subían en la espalda y la rasguñaban hasta que se fastidió, y, entonces, se quejó con la mamá de los cachorros con estos términos:
–Estos, tus hijos, ya me lastimaron mucho. No obedecen, me hieren, mira cómo tengo mis espaldas. Y como no tengo ropa, se me empieza a llagar donde me tocan. Desde luego que ellos lo hacen con cariño, pero, como tienen las uñas muy punzantes, se me clavan en las carnes.
Después de escuchar a la zopilote, la tigrillo sólo dio una reprimenda a los cachorros, y les recomendó:
–Oigan, no fastidien mucho a la sirvienta, obedézcanla, no la lastimen, pues les cuida, les acompaña y, lo mejor, es que ustedes no se quedan solos. Por eso cuando voy de cacería, ni me preocupo, y puedo regresar a la hora que yo pueda, porque están seguros, ¡por favor no le hagan daño!
Pero, con todo y lo que les dijo, no cambió nada: siguió igual. Cuando se iba la madre en busca de comida, ellos se subían sobre la zopilote y la abrazaban. Tanto sufrió sus travesuras que cuando se dio cuenta que ya empezaban a brotar sus plumas, pensó: Esto no se quedará así; hagan lo que quieran, pero ya me lo pagarán, porque apenas sienta yo que puedo volar y pueda abandonarlos, se los cobraré.
Estas cavilaciones no las comentó con nadie. Sólo ella lo sabía. Y cuando sintió que podía volar y probó que estaba lista para partir, sacó a picotazos los ojos de todos los pequeños, y se fue.
Al regresar la tigrillo de la cacería, se encontró con sus hijos, todos sin ojos. Entonces, les preguntó:

–¿Qué ha sucedido así?

A lo que ellos contestaron:

– Pues, esa sirvienta nos quitó los ojos.
–¡Cómo es posible! –exclamó.
– Pues ya lo ves –afirmaron.
–¡Ave María!, si pudiéramos verla, en este momento la tragaríamos. No daría ni un taco para cada uno de nosotros. Pero, como se ha ido, no hay nada que hacer. Sin embargo, veré la manera de atraparla –expresó la tigrillo.

Al día siguiente, se topó con una mula, a la que dijo:
–Oye, señora mula, ¿serías tan amable de ayudarme a pescar a una zopilote?, pues ha herido a mis hijos a pesar de que me compadecí y le ofrecí el cuidado de mis hijos para que pueda vivir, porque estaba sufriendo hambre. Pero, como mis hijos son muy traviesos, le hicieron la vida imposible. La arañaban, la lastimaban y, como no tenía plumas, lo sentía muy doloroso. Por eso, cuando vio que ya estaba cubierto su cuerpo de plumas y que podía volar, extrajo los ojos de mis hijos, y los abandonó. Ahora todos están ciegos.

– ¿Hasta ese grado llegó su maldad? –preguntó, asustada, la mula.
– ¿Quién soy yo para mentirte? Si me ayudas a atraparla, yo te pago –pidió la tigrillo, y le explicó un plan–: irás a una parte donde no hay árboles y te haces la muerta. Cuando ella te vea, pensará que estás muerta y se acercará a despedazarte y comerte. Cuando meta su cabeza por el agujero de tu trasero para sacarte tus tripas, lo aprietas y no la sueltas.
–Está bien –aceptó la mula–. Pero, no te alejes de donde voy a estar, para que cuando la tenga y te grite, vengas corriendo y la atrapas.
Después de trazar el plan, se pusieron a ejecutarlo. Cuando la zopilote vio a la mula inmóvil en el suelo, en un sitio descampado, enseguida bajó: 

–Ésta ya está muerta, aquí hay carne y la voy a comer.
Se acercó y se percató que, ciertamente, estaba muerta. No se movía. Al intentar introducir su cabeza por el ano de la mula, ésta le apretó su cuello, y rápido empezó a gritar a la tigrillo.
–¡Comadre, ven! ¡Ven, aquí tienes a la zopilote!
Rápido, la tigrillo corrió al lugar, pero, como dos metros antes de que llegue, se escapó la zopilote.

–¡Ay, señora, no esperaste a que yo la tenga! –exclamó la tigrillo.
–No pude aguantar mucho tiempo. Me estaba lastimando con sus uñas, por eso la solté. Pero, no te preocupes, mañana lo intentaremos otra vez, estoy segura de que vendrá. No te alejes mucho.
Así, al día siguiente, la mula fue hacia donde había estado la primera vez, y todo lo hicieron igual. Recomendó a la tigrillo que esté lo más cerca posible, y, así, la mula se colocó como habían quedado. Enseguida, fue divisada por la zopilote, que dijo:

–Esta muerta sigue allí; no la han comido, pero yo lo voy a hacer.
Bajó otra vez y al querer extraer los intestinos, le vuelven a apretar la cabeza. Sin embargo, como tiene buenas uñas, estaba rasgando las traseros de la mula, por lo que ésta tampoco aguantó a que llegara la tigrillo.
–¡Señora, aquí tienes a la zopilote!, ¡Ya la atrapé! ¡Ven! –gritaba la mula.
Corriendo, se acercó la tigrillo, estaba a punto de agarrarla, cuando, ¡zas!, la zopilote se fue. Y la tigrillo expresó:

– Mañana otra vez.
– Está bien, acepto, pero será la última vez. Ni una más, porque ya me ha dañado mucho y ya no aguanto –contestó la mula–, tiene filosas uñas y hieren. Si el día de mañana no la agarramos, comadre, ya no lo haremos.

–De acuerdo –asintió la tigrillo.
Amaneció, y ambas ocuparon sus lugares para ver si al fin logran su objetivo. La mula le recomendó a la tigrillo:
–Hoy tienes que correr más aprisa, para que lo puedas atrapar. Ya sabes, no debes alejarte, merodea cerca de donde estoy.

–Así lo haré –contestó la tigrillo.
La mula, enseguida, estiró las patas y simuló estar muerta en lo descampado. Al poco tiempo, vio bajar otra vez a la zopilote, que se dispuso a comerla, y, en un instante, la mula la detiene con su ano.
–¡Doña, ven!, ¡ya la pesqué!, ¡aquí tienes a tu presa! –gritó la mula.
Corriendo, se acercó la tigrillo. Era la tercera vez, y estuvo a punto de cogerla, pero sólo logró rasguñarla.

– Se te escapó –le dijo la mula.
– Sí, no pude con ella –contestó la tigrillo.
–¡Ave María!, señora. Esta vez no me culpes, porque tú la tuviste en tus garras y la dejaste escapar –comentó la mula.
–La solté; ¡lástima!; si no, ahora estaría en mis garras –se lamentó la tigrillo–. ¿Aceptarías inten-tarlo sólo una vez más? ¡Sólo una más!

–No, hasta aquí la dejamos, ya estuvo bien, me ha lastimado mucho –contestó la mula.
Así termina el cuento del porqué la ausencia de plumas en el cuello y la cabeza del zopilote. Fue por meterla en el cuerpo de la mula. Desde entonces quedó como se ve hasta ahora.

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