Para cuando terminara mi ‘prepa’ en 1962 había planeado hacer un viaje por un año para descubrir el mundo. Mi plan original era viajar en motocicleta hasta la India. En el camino quería reportar como periodista y tomar fotos de lo que viera. Para tal fin había comprado una cámara Voigtländer. Cuál modelo, no me acuerdo, pero venía con medidor de luz y distancia: un gran avance en comparación con la Box-camera y la Retina Kodak de mi papá con la que yo tenía que calcular tiempo, diafragma y distancia, y no siempre con buenos resultados. No tuve mucho éxito con mis ambiciones de reportero. Mandé dos artículos que no fueron aceptados, y cuando me robaron mi cámara en una casa de huéspedes en El Cairo abandoné por el momento el camino de foto-reportero. Así que por el resto de mi “gran tour” solamente mandé cartas a mis padres y hasta ésas se han perdido.
Mi plan era, como dije, ir hasta la India, pero terminé viajando en ‘aventón’ de Egipto hasta Johannesburgo en África del Sur.
Las mejores escenas para tomar fotos suelen aparecer cuando uno no trae su cámara, o cuando ya se ha disparado la última foto del rollo y no trae otro, o cuando no se reacciona lo suficientemente rápido y se pierde el momento.
Eso aprendí en el sur de Sudán donde viví un tiempo en el pueblo de Nuer, todavía “virgen” y aún no devastado por las guerras civiles que en los últimos años ha atormentado a esa bella región, cuyas praderas llenas de animales salvajes tuve la oportunidad de ver. Un día, en medio de la sabana, encontré a un pastor de ganado, como de dos metros de altura, parado como un flamenco, sobre un pie y apoyado en una lanza. Lucía casi como Dios lo trajo al mundo, sólo con un pequeño trapo para ocultar ‘sus vergüenzas’, como lo describirían las fuentes coloniales de los conquistadores españoles en las Américas. ¡Chin!, era justa-mente la foto que me hubiera gustado tomar. Años después descubrí que otra fotógrafa había tomado esa foto.
Más al sur de Sudán, en el entonces pequeño pueblo de Juba, me encontré con una señora alta y delgada de edad avanzada que hablaba inglés con un fuerte acento alemán. Viajamos juntos por unos días y compartimos una casa de huéspedes en Juba, antes de separarnos para seguir cada quien por su camino. Se presentó como una tal Leni… Leni Riefenstahl. Mucho gusto, yo me llamo Christian, Christian Rasmussen. No fue sino hasta muchos años después, cuando sus impresionantes libros fotográficos de los pueblos nubas del sur de Sudán se publicaron, que reconocí su rostro en la solapa. ¡Caramba, Leni Riefenstahl! ¡La fotógrafa estrella de Hitler! Lástima que no me di cuenta en Juba. Fue como una lección del fotógrafo Henri Cartier-Bresson y su “momento decisivo”… que yo perdí.