He mencionado que me resisto a creer en el destino o en una determinación preconcebida que une a la gente y los eventos. Pero, ¿cómo explicar mi relación especial con los campesinos mayas de Yucatán? Escucha lo siguiente.
Como estudiante siempre me interesó los procesos de modernización o los cambios sociales dentro de las sociedades tradicionales. Terminando mis estudios universitarios imaginé hacer una carrera en las agencias nacionales o internacionales de apoyo a los países del tercer mundo, como eran llamados en aquel tiempo.
En mi tiempo de estudiante en Copenhague, el estudio de la antropología, o de la etnografía como se denominaba entonces, todavía estaba enfocado en describir y entender lo que quedaba de las comunidades aborígenes y de su cultura. La influencia moderna en los pueblos tradicionales no era incluida en los estudios. En la literatura antropológica, uno de los pocos estudios sobre “la modernización” fueron los libros de Robert Redfield en Yucatán. Él y su esposa habían sido parte del equipo de la Carnegie Foundation que trabajaba en los años treinta en la reconstrucción de las ruinas de Chichén Itzá. Los arqueólogos estudiaban a los mayas antiguos, y al antropólogo le tocaba investigar a los mayas vivos.
Revisando el texto en 2012, descubrí que Robert Redfield estuvo casado con Bertha Dreyer, hija del cónsul danés en Chicago. Qué coincidencia, con raíces a mi tierra natal.
Robert Redfield se dispuso a elaborar una teoría sobre los cambios sociales y la modernización con base en sus estudios en cuatro comunidades de Yucatán: desde la más chica y aislada, Tusik, en Quintana Roo, pasando por Chan Kom y Dzitás, hasta la ciudad moderna de Mérida, en Yucatán. Con todo este material elaboró su teoría del continuum folk-urban expuesta en los libros The Primitive World and its Transformation y The Folk Culture of the Yucatan. Para hacer mi tesis magistral me interesé más en la “teoría” de Redfield, que en la acumulación “aburrida” de datos y frías descripciones de las casas, los utensilios, las instituciones agrícolas y sociales que se concentran en la monografía Chan Kom: A Maya Village (1934), escrita con base en las observaciones del antropólogo mexicano Alfonso Villas Rojas.
No imaginaba entonces que justamente este libro iba a ser el modelo para nues-tros estudios en Xocén, y que esa acumulación “aburrida” de datos sería en lo que finalmente creeríamos Silvia y yo como antropólogos. Nos consideramos etnógrafos a mucha honra. Teorías vienen y van, y hoy muy pocos conocen la teoría del conti-nuum folk-urban de Redfield. Pero todos los que trabajan en la historia y la cultura de Yucatán conocen su libro de Chan Kom, aunque curiosamente no existe una traducción al español.
Cuando me gradué como antropólogo en 1972, recibí una beca para visitar Yucatán. Mi primera noche en México la pasé en un hotel humilde de la ciudad de Mérida, el Hotel Francia, ubicado en la calle 62, entre la 59 y la 61. Hoy, cuando paso caminando por la 62 no dejo de echarle una mirada al cuarto de mi primera noche en México.
Como mencioné anteriormente, en Mérida me puse en contacto con Alfredo Barrera Vásquez, quien tenía una oficina en el Palacio Cantón en el Paseo de Montejo. Me recibió muy amablemente y nos arregló para mí y mi primera esposa, Margrethe Agger, una excursión a Chan Kom. En un “Volcho” alquilado y con un joven estudiante, Juan Ramón Bastarachea, como guía —con quien luego trabajé en el INAH—, nos dirigimos a Chan Kom, pasando por Chichén Itzá. En Chan Kom, gracias a nuestro guía Juan Ramón, pude presenciar una ceremonia de la lluvia, un Cha’a Cha’aak. Entendí muy poco de lo que vi en aquella ocasión, pero 40 años después, Silvia Terán y yo escribimos un libro sobre los dioses de la lluvia, basado en nuestras observaciones en Xocén.
En Valladolid, Juan Ramón nos recomendó un pequeño restaurante tradicional de excelente comida yucateca, instalado en una casa de paja. Pudimos ver, por primera vez, cómo se hacían las tortillas sobre el fogón a fuego vivo. Ahí saboreé mi primera sopa de lima con tortillas “hechas a mano” (ninguna otra vale la pena). Luego el sabroso platillo de “queso relleno”. Debe haber sido el restaurante “Don Juan” en el barrio de Sisal, que muchos años después se convirtió en mi restaurante favorito en Valladolid.
En el camino de regreso a Mérida pasamos por un sac bé (camino blanco) en dirección a Dzitás, otro de los pueblos de estudio de Redfield.
De regreso a mi tierra no pensé en volver a Yucatán, por lo que nunca pude imaginarme que esta tierra llegaría a significar tanto en mi vida.
Hay un detalle interesante sobre el pueblo de Chan Kom. Cuando Silvia y yo empezamos a estudiar la historia de Xocén, el “historiador” de Xocén, Fulgencio Noh, nos contó que Chan Kom fue fundado por pobladores de Xocén. Nunca comprobamos la información en Chan Kom, pero el puro hecho de que la gente de Xocén reconozca una conexión con Chan Kom me parece interesante, sobre todo en referencia a mi contexto de haber sido el interés por este último pueblo el que me trajo por primera vez a México.
Así que durante mi primera visita a Yucatán jamás imaginé que llegaría a ser mi segunda patria querida y en la que viviría la mayor parte de mi vida.
Me pregunto, ¿destino? ¡No, pura coincidencia! ¿O? ¡Dime tú!