En Dinamarca, durante mi instrucción en la universidad había estudiado y discutido con mucho interés el artículo “10 Tesis Equivocadas sobre el Desarrollo en América Latina” del socioeconomista mexicano Rodolfo Stavenhagen.
Luego lo encontré y tuve la oportunidad de platicar con él en un congreso en Enschede, Holanda, en 1972. Ahí estaba también su amigo Leonel Durán, que en ese momento vivía, ni más ni menos, que con Silvia Terán, quien ¡también estaba en Enschede! Así que pudimos vernos, pero sin dejar huella.
Como en México todos los nombramientos de los altos puestos del gobierno sexenal se determinan en gran medida con base en la amistad y las relaciones, eso significa que para conseguir chamba es importante conocer a “alguien”.
Ya en 1977, Rodolfo Stavenhagen había sido nombrado director de la nueva Dirección General de Culturas Populares de la Secretaría de Educación Pública, y Leonel Durán, subdirector.
Silvia —ya siendo mi esposa— y yo, estábamos buscando trabajo y lo conseguimos en Culturas Populares.
Silvia empezó con un censo artesanal en el estado de Yucatán. Yo me quedé en México con nuestra hija Elvira, pero evidentemente queríamos estar juntos. De Yucatán, Silvia me informó —era el mes de mayo— que hacía un calor espantoso, pero que la gente te recibía con el mismo calor humano. Establecer contacto con la gente del campo y los artesanos era muy fácil. No como en el Valle del Mezquital —Silvia tenía ahí experiencia de trabajo—, donde los otomíes te veían con cierta sospecha, y las mujeres no abrían la puerta si no se encontraba su esposo u otro hombre de la familia. En Yucatán, por el contrario, las puertas siempre estaban abiertas y te recibía tanto un hombre como una mujer sin problema. Te recibían con confianza, hasta que tú mismo rompieras esa confianza. En el Valle del Mezquital, en cambio, para que te abrieran, primero tenías que ganarte su confianza.
Finalmente a mí también me contrataron en Culturas Populares, de manera que con estas buenas noticias por parte de Silvia decidimos mudarnos y en 1978 nos trasladamos a Mérida. Y no nos hemos movido de aquí. Soportamos el calor, pero apreciamos las relaciones humanas abiertas y cálidas.