Ser fotógrafo en el INAH resultó un trabajo de ensueño. Cuando yo empecé, mi área de trabajo incluía los tres estados de la península: Yucatán, Campeche y Quintana Roo. Entonces, tuve la oportunidad de visitar cualquier rincón donde existiera una ruina maya. En el Centro Regional en Mérida no existía un archivo de fotografías, por lo que parte de mi trabajo era formar uno, con fotos de todas las ruinas y edificios históricos, tanto civiles como eclesiásticos.
Como antropólogo yo estaba acostumbrado a sacar fotos de personas en vida. Así que ahí empecé a sacar imágenes de las tantas figurillas, sobre todo de la isla de Jaina y las ruinas de Jonuta, así como de piedras labradas de Chichén Itzá con rostros humanos. Visité todos los museos en el área maya. Traté de dar vida a las piedras tomándolas como personas vivas venidas de un tiempo pasado. El resultado fue la exposición fotográfica «La Familia Maya» que se abrió en el vestíbulo del Teatro José Peón Contreras en el centro de Mérida. La gente podía entrar con sólo un paso desde la calle, con lo que estaba garantizada la afluencia de visitantes.
Como “mascotas” para la exposición coloqué en una vitrina las siete pequeñas figuras de arcilla que fueron encontradas durante la excavación en Dzibilchaltún, conocidas como “Las 7 Muñecas”. Los arqueólogos las consideran ofrendas religiosas, y tal vez tienen razón, pero quién sabe, quizás sean solamente figuritas que jugaron los niños para pasar la larga duración de las ceremonias, como los niños de hoy que se aburren durante la misa dominical que les es incomprensible. Mi idea era verlas, tomadas en un snap shot, como una pequeña familia maya en la playa de Progreso durante un domingo caluroso, como se puede ver a las familias mayas actuales. Por eso las puse en arena como “tomando el sol”.