En uno de mis viajes en el estado de Quintana Roo llegué una noche oscura a las ruinas de Kohunlich. No había luz eléctrica, pero detecté una luz saliendo del fogón de la casita de paja y bajareque del guardián del sitio, el señor Ek (desafortunadamente no recuerdo su nombre). Por supuesto me invitó a colgar mi hamaca en su casa, y al ratito también me invitó a cenar.
Yo me había fijado en una tira larga de algo indefinido colgando de una viga de la casita. Al mismo tiempo, en una sartén sobre el fuego se estaba cocinando algo parecido a una gruesa salchicha. Como tenía hambre, acepté la invitación a cenar, y al preguntar por el menú, el viejo guardián me dijo: “¡Carne de cascabel!” Me sirvió unos 10 centímetros y muy agradecido le pude contestar: ¡Sabrosa!
En mi contrato como fotógrafo yo era un “técnico” y, por lo tanto, pertenecía al sindicato de los “técnicos”. Participaba, entonces, en las reuniones y huelgas organizadas por el sindicato. Logré a conocer a todos los guardianes de los sitios arqueológicos, y la amistad que entablé con ellos me permitió el paso libre, muchos años después de haber salido del INAH, en mis visitas a esos sitios. Tuve menos contacto con el personal académico.
Para los nuevos museos del INAH en Cancún y otro en Chetumal saqué una serie de fotos. Unas en cuevas donde había altares prehispánicos, todavía no saqueados y por lo tanto conservaban ofrendas e incensarios. ¡Muy emocionante! En Chetumal usé las fotos que le tomé a la alfarera tradicional Juanita Dzul, de Uayma, cerca de Valladolid, para mostrar las técnicas prehispánicas utilizadas para “tornear” jarras y cántaros con los dedos del pie.
Entre mis tareas como fotógrafo del Centro Regional estaba la de imprimir las fotografías que habían tomado los arqueólogos para documentar el proceso de sus excavaciones y restauraciones. Por lo aburrido, no me hacía mucha gracia esta tarea, pero reconozco su importancia para la documentación. Por lo general, los negativos que me entregaban estaban mal revelados y, para colmo, los rollos de película habían sido cortados en pedacitos de imágenes individuales, lo que dificultaba meter el negativo en la amplificadora.
Sería muy injusto quejarme, porque gocé de bastante libertad y tiempo para realizar excursiones y tomas interesantes. Entre ellas, estuvieron los vuelos en helicóptero sobre la península con el arqueólogo Eduardo Kurjack, dedicado a marcar todas las ruinas ocultas bajo los matorrales para su Atlas Arqueológico de Yucatán. Para ese trabajo, llevaba un monstruo de GPS, del tamaño de un refrigerador mediano, pero así eran los primeros. Era interesante ver todo desde arriba, y sí logré unas buenas imágenes desde la perspectiva de vista de pájaro. Pero como no somos pájaros, siento que me llaman más la atención las imágenes de los vestigios arqueológicos desde la perspectiva terrestre.