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Contado por Alfonso Dzib

Una vez, un niño de quince años lo mandaron a leñar. Pero esa vez le sucedió algo que hasta ahora puede acontecer. Se fue cuando estaba por ocultarse el sol y llegó donde podía hallar leña, casi anocheciendo y se puso a cortarla. En eso estaba, cuando escuchó que alguien le llamaba. Eran unos señores. Uno como que algo le decía, pero uno que le estaba más cerca, le preguntó así:

– ¿Qué andas haciendo a esta hora?
A lo que el niño respondió:
– Pues, estoy leñando.
– Pero, ¿no te das cuenta que a esta hora no debes estar andando en el monte? –le dijeron.
Él replicó:
– Y eso, ¿por qué? Yo ya me fastidié que mi mamá me esté pega y pega por no venir a buscar

leña, por eso vine, para llevarle algo.
–Entonces, si ella no te quiere, nosotros te llevaremos –le aseguraron–. ¿Te gustaría ir con nosotros? –insistieron.

Él contestó:
–¡Eso no!
Pero uno se le acercó y le pasó la mano abierta en su cara y lo sentó al pie de un árbol. Veinticuatro horas después que no había regresado a su casa, la mamá acudió a un jmen, un sacerdote maya, para consultar. Éste le dijo que a su hijo lo tienen encantado, jáats’ta’an yich: los santos wíiniko’ob lo tenían inmovilizado.

Cuando esto sucedía, era ya el tercer día. Cuando ocurre algo así, sólo con el loj se le puede res-catar. Por eso tuvieron que hacerlo. Prepararon los panes grandes (xtúuti waaj), se les presentó a los santos wíiniko’ob y después lo liberaron.

Mientras el niño, durante los tres días, estuvo comiendo ibes tiernos, elotes tiernos, comió tam-bién pipián; en fin, lo estuvieron alimentando con gran variedad de comidas. Pero, eso sí, siempre estuvo en el monte y no en alguna casa. Dos de los señores lo estuvieron cuidando todo el tiempo. Eran dos santos wíiniko’ob.

Si pasaba más días y no se les presentaban las ofrendas correspondientes (looj), llegados los siete días ya no entregarían al niño. Pero cuando se hace a tiempo, lo desencantan y aparece nuevamente. Cuando no se preocupa alguien por él, pasados los siete días lo convierten en santo Wíinik. Esto es como cuando entra uno de soldado o policía. Pero como se le hizo el looj, lo liberaron. Al aparecer dijo:

–Escuchen lo que me sucedió. Yo comí pura cosecha tierna: frijoles, elotes, ibes, a pesar de que no era época. También comí pipián y panes grandes. Allá donde estuve se come puro xtúuti waaj. Hasta las ofrendas que trajeron ustedes las vi. Es más, yo estaba parado junto a la mesa, en el mis-mo lugar donde ofrecieron los presentes.

Con esto nos damos cuenta del gran poder que tienen los santos wíiniko’ob. Pueden encantar a una persona. Solamente una persona con suerte puede verlos. Porque si no hay suerte, imposible.

Este es el cuento de los yuum santo wíiniko’ob.

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