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Primer impulso del bordado tradicional hacia su comercialización

Aunque siempre ha existido cierto grado de comercialización del bordado tradicional yucateco, su transformación en producto predominantemente comercial comenzó en la década de los años setenta, a raíz de la crisis agrícola que afectó a las zonas henequenera y maicera.

Ventaja del bordado como producto comercial

En el contexto de empobrecimiento creciente que ha provocado dicha crisis, las mujeres también han debido buscar ingresos monetarios para completar el gasto familiar.

Entre las artesanías, el bordado representa la primera opción de casi cualquier mujer porque prácticamente todas saben bordar. Cuando las mujeres tienen la necesidad de ingresar dinero a sus hogares, la artesanía resulta la alternativa más viable pues se realiza mientras se cumple con las tareas domésticas, además de ser un producto no perecedero. Estas características hicieron que el bordado fuera la primera vía de obtención de ingresos para las mujeres y por eso mismo la oferta de productos bordados aumenta día a día en el mercado de artesanías yucatecas.

El hipil comercial

El primer producto que se comercializó fue el propio hipil. En principio se comercializaba entre vecinos del mismo pueblo o de pueblos vecinos, con la crisis agrícola el marco de venta se amplió hacia los nacientes mercados urbano y turístico.

A partir de los años veinte un aspecto técnico que favoreció el crecimiento de la producción de hipiles comerciales, tanto en el medio rural como en el urbano, fue la presencia creciente de máquinas de coser a pedal y de motor. En los años setenta se dio un aumento significativo y bajo la administración de Loret de Mola y Luna Kan se repartió una buena cantidad de máquinas entre las campesinas quienes, al incorporarse a la producción y a las estructuras crediticias oficiales a través de su forzosa organización en UAIM (Unidad Agrícola e Industrial de la Mujer), ingresaron a las filas del clientelismo político priísta.

La necesidad de ampliar los mercados tradicionales de hipiles desde los años setenta, condujo a la saturación de los mercados regionales. El primer segmento del mercado que consumió y consume los hipiles comerciales son las yucatecas urbanas de la clase media, quienes apenas en este siglo -a resultas de la escolarización-dejaron de ser mestizas y al usar vestido se volvieron “catrinas”. El hipil comercial es entonces un retorno de las antiguas “mestizas” a un hipil “acatrinado” o “moderno”.

Por ello los hipiles comerciales, a diferencia de los tradicionales, son de colores “pastel”, de combinaciones occidentalizadas o blancos. Son más estrechos que el hipil tradicional, que es ancho, y presentan elementos innovadores como el doble ruedo que los asemeja al terno, o aberturas laterales como tienen algunos vestidos modernos. El hipil comercial se desarrolló como “ropa típica” confeccionada para la clase media urbana.

La mayoría de los hipiles comerciales son hechos a máquina.

El hipil comercial también comenzó a ser usado por las campesinas del oriente (Rejón, 1992). Las jóvenes prefieren los hipiles modernos y muchas mujeres maduras utilizan tanto el hipil tradicional como el moderno, según el espacio en que se mueven: en Valladolid usan el moderno de tonos claros y en sus fiestas tradicionales el hipil de colores brillantes. Pero hemos observado que en los pueblos menos tradicionales, y en los que mayor número de mujeres han tenido contacto con Valladolid, tanto mujeres jóvenes como maduras usan el hipil ”acatrinado” en el pueblo, en las fiestas y en Valladolid. Por otro lado, en los pueblos más tradicionales, en los que las mujeres han salido menos, tanto jóvenes como adultas usan hipiles de colores fuertes y tradicionales.

En la zona ex-henequenera opera otra dinámica. Allí se ha extendido el uso del hipil comercial más sencillo, no tanto por “acatrinamiento” sino debido a la pobreza de la zona. En la zona frutícola del sur se ha registrado el fortalecimiento de la tradición y los hipiles que más se usan son los de hilo contado, pero en su versión maya que son anchos, de muchos colores o -como se dice en Yucatán- matizados y de “matas” grandes (nombre que se le da a la composición de flores que forman la unidad básica que se repite en los hipiles bordados) y/o los de renacimiento de máquina, que no son muy comerciales porque los hacen con dibujos anchos y caros según el gusto de las mestizas acomodadas de esa zona.

La ropa “típica”

Con el primer impulso comercial comenzaron a confeccionarse blusas, vestidos y batas para satisfacer el gusto de una creciente clase media urbana. Al adaptar el bordado del hipil a los sectores que demandaban estos productos, se modificaron el color y el tipo de “matas” que tradicionalmente se habían bordado en los hipiles. En estos nuevos artículos han predominado los colores en tonos bajos o “pastel” y flores más discretas, de menor tamaño y menos exuberantes.

Estos artículos se confeccionaron primero en las áreas urbanas y luego su producción se extendió a las zonas rurales influyendo también al hipil comercial que comenzó a confeccionarse en tonos “pastel” y en blanco.

Estos artículos, junto con las guayaberas, constituyen lo que se conoce como ropa “típica”, que no es lo mismo que la ropa tradicional.

La guayabera fue un tipo de camisa que usaban los guajiros -campesinos del interior de la isla de Cuba- y que fue introducida a Yucatán a principios de siglo. En la década de los años veinte un comerciante catalán llamado Mercader la modifica al agregarle las bolsas y tablones. Posteriormente, entre 1936 y 1940, el cortador Pedro Cab le coloca las tradicionales alforzas. En los años cuarenta, se comenzó a utilizar la guayabera en el medio oficial local popularizando su uso. En ese tiempo la prenda se denominaba guayabana como otra prenda que también provenía de Cuba (Irigoyen, 1976).

En la década de los setenta la guayabera se yucatequizó completamente al confeccionarle bordados de punto de cruz o xok bi chuy a mano y bordados a máquina, por iniciativa de Jorge Alberto Pech Puch, mejor conocido como George Albert, dueño de la famosa X’Boutique.

La introducción de máquinas de pedal y motor, y los estímulos oficiales, hicieron crecer la producción de la ropa “típica” yucateca, guayaberas y vestidos, blusas y batas femeninas, a las cuales se añadieron muchas modalidades como los famosos “cuellos”. Sin embargo, la confección de “ropa típica” ha sido un fenómeno básicamente urbano realizado en talleres industriales. Sólo algunas poblaciones del interior como Tekit, Kimbilá, Maxcanú, Muna, Peto y Tekax, producen también a escala industrial. Aunque el principal consumidor de ropa “típica” es el mercado local, también hay ventas importantes en Chiapas, Oaxaca, Veracruz, la costa Pacífica y en Miami, Adama, Nuevo Orleans y Puerto Rico.

Tanto la creación de talleres del interior, que pagaban más barata la mano de obra, como la competencia de Taiwán, Corea y Sudamérica en producción de guayaberas, desplazaron a los productores meridanos y saturaron el mercado (Irigoyen, 1976).

Influencia del turismo en la comercialización del bordado

En los años setenta, con la construcción de la zona hotelera en Cancún, se inicia el impulso a la industria turística del Caribe que continúa creciendo hasta la fecha con las inversiones que se han realizado en todo el corredor turístico: Puerto Aventuras, Xcaret, Playa del Carmen, Akumal, Cozumel y Xel ha’. La expansión turística se ha fortalecido con la promoción de la Ruta Maya y con el reciente movimiento de reconstrucción de antiguas haciendas.

El crecimiento del turismo -además de absorber a buena parte de la mano de obra masculina que requiere trabajo en las zonas de agricultura en crisis-, a favorecido el crecimiento de la demanda de productos artesanales y, entre ellos, los bordados. Desgraciadamente, ni la “ropa típica” ni el hipil comercial, que son las prendas bordadas que se producen en la zona, satisfacen la demanda de los turistas debido a su calidad, su diseño y por las telas que utilizan, como señalaremos a continuación.

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