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Racionalidad del bordado en la producción campesina

Desde la época de los Mayas Antiguos, el bordado ha sido parte integral de la economía milpera. La milpa ha sido el eje de un sistema productivo que va más allá de la mera agricultura.

Milpa y bordado: Estrategia campesina de supervivencia (diversidad genética y productiva, integralidad y familia)

En la economía milpera, el policultivo maíz-frijol-calabaza -que es propiamente lo que se conoce como milpa- incluye la posibilidad de siembra de por lo menos 32 especies y más de 100 variedades, sin considerar las otras muchas especies y variantes que se cultivan en otros espacios como las hortalizas y los huertos. La diversidad genética de la milpa -producto de la selección artificial realizada milenariamente por los campesinos y campesinas mesoamericanos/as- ha sido parte esencial de la estrategia diversificada de supervivencia campesina (Terán y Rasmussen, 1994).

Pero además de la diversidad genética, la estrategia campesina ha favorecido la diversidad del sistema productivo. Las familias campesinas mayas tienen una gran tradición productiva: crían animales en el solar y realizan un importante aprovechamiento de recursos forestales, no sólo a través de los nutrientes que incorpora la roza-tumba-quema del monte para el establecimiento de la milpa (Nye y Greenland,1960), sino también mediante la cría de abejas para la obtención de miel y la recolección de leña, de plantas medicinales, forrajeras, maderables y otras. Además, fabrican muebles e instrumentos de trabajo, tejen cestos y urden tela para bordarla y elaborar ropa. Antes de la Conquista, algunos pueblos cercanos a la costa también recolectaban sal y pescaban (Terán y Rasmussen, 1994).

El bordado siempre ha sido parte de esta tradicional estrategia de supervivencia, diversa e integral, que ha tenido a la milpa como eje y a la familia como unidad de producción.

Autoconsumo y venta eventual o forzada del bordado

Otra característica importante del bordado en la cultura maya campesina es que, al igual que el cultivo del maíz, frijol y calabaza, ha sido elaborado básicamente para el consumo de la familia y la comunidad. Desde la lógica milpera, sólo la eventualidad de las fiestas patronales, de un festejo por bautizo o boda, o las emergencias debidas a enfermedades o malas cosechas, podrían transformar los bordados de autoconsumo en mercancías intercambiables por dinero.

Sin embargo, fuera del contexto campesino la ropa tejida, calada o bordada, siempre ha tenido mercado, pues el sistema milpero se inscribe en sistemas económicos más amplios, que han articulado a los campesinos a través del tributo o del mercado, extrayéndoles su producción excedente (Wolf, 1956).

En el antiguo Yucatán los indígenas debieron pagar tributo a sus gobernantes, muchas veces con telas. Durante la Colonia los españoles impusieron a los mayas entregar como tributo principal las telas de algodón que elaboraban las mujeres. En el siglo XIX el tributo de tela de las mujeres se abandonó, pero los campesinos pagaban contribuciones, lo que fue uno de los motivos principales de la rebelión indígena durante la Guerra de Castas (Reed, 1971).

En el siglo XX, la subordinación creciente con respecto a los nuevos y crecientes mercados de productos y trabajo obligó a los campesinos yucatecos a incorporarse cada vez más a los mismos, tornándolos así más dependientes del circulante. Lo anterior ha llevado a un aumento en la venta de fuerza de trabajo y de productos campesinos, reduciendo el autoconsumo.

Así, aunque el bordado siempre ha sido también mercancía, lo ha sido desde la lógica del autoconsumo y por lo tanto su venta se ha subordinado a las necesidades de la familia; fue hasta la década de los setenta que la correlación de fuerzas empezó a invertirse y la lógica del mercado ha impreso desde entonces su dinámica a la producción del bordado.

El bordado en el ciclo de vida de las familias campesinas

El bordado no sólo ha sido adorno de la indumentaria de la mujer campesina. En las comunidades tradicionales el bordado acompaña a los individuos desde su nacimiento hasta su muerte, jugando un importante papel simbólico, pleno de significación cultural.

Aunque los hombres no llevan prendas bordadas después del tradicional pañal bordado que los envuelve durante su primera infancia (el pañal yucateco, a diferencia del “mexicano”, no es para cubrir las nalguitas de los nenes, sino una sabanita para envolverlos); con los hipilitos que los cubren en su más tierna infancia o los pañuelos que les bordan sus mujeres e hijas, las prendas bordadas están presentes permanentemente, no sólo sobre el cuerpo de las mujeres con quienes viven cotidianamente, sino en varias prendas del ceremonial religioso.

En cuanto a las mujeres, el bordado las acompaña toda su vida y es parte de su identidad genérica. Los hipiles “matizados” -de muchos colores- las envuelven todos los días desde niñas hasta ancianas. Los bordados blancos las engalanan en sus momentos de cambio en su ciclo de vida: en el bautizo, su pañal blanco; en su primera comunión, su primer terno blanco; en su boda, su segundo terno blanco.

El justán, inseparable de la mestiza, no forma parte del atuendo de la mesticita ya que es signo de ser adulta. Se usa a partir de la entrada a la juventud cuando inicia la menarca.

Los muertos de cualquier edad y sexo, reciben una ofrenda de comida en servilletas bordadas que se renuevan año con año durante la celebración del Hanal Pixan (los primeros días de noviembre). Por otra parte, las mujeres expresan su luto usando hipiles de un solo color, preferentemente negro o morado (colores fuertemente asociados al luto según la tradición cristiana).

El bordado, al igual que el torteado y el lavado de la ropa, ha sido definitorio de la identidad femenina; así como la milpa o la tumba de monte, sirven para definir la identidad del hombre. Esto se establece en el jeetz meek (ceremonia maya tradicional equivalente al bautizo cristiano) que significa “abrir las piernas” o “montar a horcajadas”, porque la acción principal realizada es abrir por primera vez las piernas de los chiquitos y las chiquitas montándolos en la cadera de los padrinos. En adelante así se cargará a los pequeños.

El bautizo maya determina el papel genérico de cada sexo. La fecha misma en que se realiza define un rol: las mujeres son cargadas a horcajadas a los tres meses de nacidas porque el fogón (kooben) donde se cocina, y es su destino más importante, se forma con tres piedras que sostienen el comal; mientras que los hombres son abiertos de piernas a los cuatro meses porque la milpa, que será su espacio de trabajo futuro, tiene cuatro esquinas.

Durante la ceremonia, entre otras cosas, se les entregan a los niños y a las niñas instrumentos asociados con su género. Es frecuente que, a las niñas, además de llevarlas al fogón y a la batea donde lavarán ropa, se les ponga en la mano una aguja con hilo o se les haga tocar la máquina de coser. En los jeetz meek de ahora se acostumbra dar, tanto a las niñas como a los niños, un cuaderno y una pluma, y es probable que ya existan casos en los que se les haga tocar alguna computadora.

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