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Jinetes del cielo maya

Dioses y diosas de la lluvia

Jinetes del cielo maya, dioses y diosas de la lluvia

En 1527 comenzó la conquista española de Yucatán. Ésta desencadenó la destrucción sistemática de la religión, cultura y sociedad indígena maya. En 1546, los españoles sofocaron un levantamiento generalizado (Bricker, 1989: 43-45), justamente en el oriente del actual estado de Yucatán, donde se encuentra el pueblo de Xocén, escenario del contenido de este libro. Luego hubo brotes de rebelión, pero, en general, la resistencia abierta de los indígenas estaba quebrada. Ya en ‘paz’, los españoles y los dzul’ob —como llaman los indios a ‘los blancos’—, pudieron tranquilamente empezar su tarea de transformar las comunidades al estilo español.

No fue sino hasta la Guerra de Castas, en 1847 (Reed, 1971), cuando los indígenas cuestionaron y pusieron otra vez en aprietos la hegemonía de los conquistadores. Pero también esta rebelión fue sofocada y la paz reestablecida.

Después de la conquista militar, los españoles emprendieron la conquista espiritual, o ‘conversión’, como llamaron a esta forma de intolerancia. Esta misión lanzada por los frailes franciscanos, estaba enfocada principalmente contra la religión, las ceremonias y las creencias de los indígenas. A menudo los frailes tenían que apoyarse en el poder militar, pero en general fueron muy capaces para dirigir la conversión, a veces con tanto éxito que fomentaron la envidia entre los peninsulares mundanos.

Los militares españoles se enfilaron deliberadamente a hacer de los indígenas gobernantes sus aliados, desde luego, bajo su batuta. Como los caciques indígenas no vieron ventajas en estos tipos de alianzas, se resistieron, entonces los españoles abrieron camino para hacerlos a un lado o, en último caso, eliminarlos.

De forma parecida procedieron los frailes en sus conquistas espirituales. Destruyeron sistemáticamente los templos indígenas y usaron las piedras para levantar iglesias cristianas. Las figuras de dioses indígenas, llamados ídolos por los frailes, las quebraron y quemaron, tan sólo para llenar sus propias iglesias con igual o más número de imágenes de santos.

Para alcanzar sus fines, los conquistadores eliminaron la cúspide de las sociedades indígenas. Los militares se encargaron de borrar a la clase regente y los frailes a la jerarquía religiosa. Una tarea sorprendentemente rápida y relativamente fácil. Pero los campesinos indígenas, la clase baja, permanecieron.

Eran más resistentes, y, sobre todo, necesarios.

Como en estos terrenos no había minas y los delgados y pedregosos suelos, junto con el clima, impidieron la introducción del trigo y del cultivo con arado, a los españoles no les quedó más remedio que comer maíz, el cual era sembrado del mismo modo que siempre se había hecho. Esto favoreció la conservación de muchos aspectos de la cultura indígena maya. Incluso cabe cuestionarse si fueron conquistados realmente.

En el mundo sobrenatural de los mayas prehispánicos de la planicie yucateca existió gran número de dioses, cada uno con su personalidad y área de trabajo, pero aparentemente ubicados en un sistema más o menos jerárquico, a veces familiar, en correspondencia con la jerarquía y el orden social existentes en la sociedad maya.

En la punta de la pirámide religiosa, al parecer estaban Itzam Nah e Ixchel. Según Thompson, la esposa del dios creador era Ix Chebel Yax (Thompson, 1987: 256 | Thompson se basó en un informante de fray Bartolomé de las Casas), pero Taube (1992:101) nos informa que Hernández (citado por Saville, 1921:214) la considera hija de Ixchel. Considerando que Ixchel era la gran generatriz, de acuerdo con el mismo Taube (1992:101), nos inclinamos a pensar que ella era la pareja de Itzam Ná.

Izamal fue un lugar de culto muy importante de este dios, en tanto ella fue muy venerada en la isla de Cozumel. De estos dioses supremos no quedan muchos vestigios. Fueron eliminados por los conquistadores, junto con los dirigentes mayas, a quienes dichos dioses parecían representar. Todo indica que fueron sustituidos por el dios cristiano y la Santísima Virgen María. Asimismo, en la pirámide social que representan, los antiguos dirigentes fueron remplazados por  la jerarquía española. De igual modo cayeron dioses como Ah Kin y Ek Chuah, junto con las clases que representaban, que eran los sacerdotes y los comerciantes. Pero así como se derrumbaron dioses y clases de la parte superior de la pirámide social y religiosa, al ser sustituidos por deidades y clases dirigentes españoles, también sobrevivieron los dioses y entes sobrenaturales asociados a los campesinos, ubicados en la base de la pirámide social*.

De los dioses mayas sobrevivientes, los más conocidos son los Cháako’ob, dioses de la lluvia. Sin embargo, no por estar asociados a los campesinos eran de rango menor. Su papel era tan central para la supervivencia de toda la sociedad, que fueron ampliamente venerados por todos los sectores sociales, sin excepción. Y muy ampliamente representados en gran cantidad de imágenes presentes en los cuatro códices sobrevivientes (Dresden, Madrid —conocido también como Troano o Trocortesiano—, Pereziano y Grolier), en los templos mayas —sobre todo en la parte norte de la península yucateca, como en Chichén Itzá—, en los edificios de la Sierra Puuc y en los múltiples incensarios con caras de Cháak encontrados en muchos lugares. Esta adoración de Cháak se presenta más completa en la cueva de Balancanché, cerca de Chichén Itzá, donde un ‘templo’ dedicado al dios de la lluvia ha efectivamente sobrevivido intacto hasta nuestro tiempo.

Dioses y diosas, según lo reflejan las creencias aún vivas en Xocén, son miembros de una gran ‘familia’, todos con alguna combinación de Cháak en su nombre, término que significa lluvia. No sólo hay chaques varones sino chaques femeninas, quienes riegan junto con sus compañeros, a las cuales se invoca en el Ch’a Cháak y tienen papeles específicos relevantes (ver apartado sobre Dioses de la lluvia).

Además de los dioses asociados a la lluvia existen otros entes sobrenaturales cuyas funciones favorecen u obstaculizan el riego, aunque no son considerados dioses. Sin embargo, seguramente forman parte del mundo invisible que existió desde antes de la conquista, ya que algunos de ellos fueron puestos en la tierra desde la creación del mundo, según consta en el Popol Vuh (Recinos, 1986:25):

Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros leones tigres, serpientes, culebras, cantiles (víboras), guardianes de los bejucos. (subrayados de los autores) (p.25)

En los pueblos tradicionales de Yucatán, donde todavía practican la milenaria agricultura de roza-tumba-quema y cultivan, año tras año, el policultivo milpero con la santa trinidad de maíz (Zea mays L.), frijoles (Phaseolus spp.) y calabazas (Cucurbita spp.), y muchas otras plantas más (Terán y Rasmussen, 1994), se realiza cada año, en los meses de verano, cuando empiezan las lluvias, las ceremonias de rogación por agua: el Ch’a Cháak. En estas ceremonias los campesinos invitan a los dioses y diosas Cháako’ob a un suculento banquete, con pollos, pavos, tortillas, hostias y vino.

La intención de los campesinos al efectuar estos gastos, es comunicar a los dioses que ya han cumplido con su parte al sembrar los terrenos y convencer a los dioses de que les envíen la lluvia tan necesaria a las milpas, con el agua apropiada, porque así como hay agua buena, también hay aguas malas que dañan a las plantas.

Todo indica que existe una línea ininterrumpida entre los dioses de lluvia de los códices y templos mayas prehispánicos y los entes que año tras año, fielmente, vienen a los banquetes de los milperos del Yucatán de hoy.

 


* Sin embargo, hay ciertas diosas y dioses que se mencionan en Xocén, que parecen provenir de la jerarquía divina antigua, como San Miguel Arcángel (ver apartado sobre este Arcángel), la diosa X’K’an Lé Ox Munial (ver adelante, en este mismo apartado, información sobre esta diosa, o en el apartado sobre las Diosas de la lluvia, o Yum Kaab y su compañera la virgen X’Much Yum Kaan (ver introducción a Re. 38 p. 80).

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